Ella no podía ser de esas mujeres que esperaban a que su marido –en este caso Ernesto– llegara de la mina. La incertidumbre de su ausencia, a cientos de metros bajo tierra, era demasiado fuerte como para pasar las horas muertas mirando por la ventana, ... aunque en el horizonte estuviera el imponente paisaje del corazón del Bierzo, capaz de engatusar al más pintado.
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Trinidad Maceda aprendió a convivir –y convive– con la minería, aunque ahora sean los resquicios de un pasado para ella «doloroso», avivado por la situación de sus hijos Paúl y Borja, quienes acaban de superar un ERE en Uminsa, en los últimos reductos de un sector que se desvanece en la comarca leonesa. A Trini, como le llaman los más cercanos, se le esconde la voz cuando se le habla de ella. Fue precisamente la mina, la «incansable mina» y el accidente que sufrió su marido poco antes de los años ochenta, uno de los motivos que propiciaron que la pareja abriese el Mesón El Conde en Anllares del Sil.
«Ernesto y yo nos tuvimos que ir a Fabero, porque no teníamos carreteras para ir a trabajar... Pero después decidimos volver y montar el restaurante», explica Trini en relación a una oportunidad que apareció con la apertura de la central térmica de Anllares en 1982.
La puesta en marcha de esta instalación y la reubicación de población permitió que el restaurante llegara a dar doscientas comidas diarias. «Nosotros sabíamos de hostelería lo que habíamos aprendido de nuestros padres, nada más, pero, poco a poco, aprendimos y ahora podemos decir que somos autodidactas», afirma una mujer que asumió buena parte del peso del establecimiento, ya que Ernesto siguió vinculado a la minería hasta su jubilación a comienzos de los noventa.
«No paraba», recuerda Paúl, quien, junto a su hermanos Borja, Sandra y Julia, rememora como su madre, la matriarca de la casa, lo hacía casi todo. «Mi padre estaba en la mina, y ella atendía el negocio... Se encargada de la compra, de la cocina, de servir...», ahonda Paúl, topógrafo en la mina a cielo abierto de Fabero.
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«No sé de dónde sacaba el tiempo. Nos llevaba al colegio, nos iba a buscar a actividades... No sé si llegaba a parar para dormir», subraya su hijo.
Ahora todos ellos echan una mano en un mesón en el que Ernesto ha cambiado el casco y el pico por la plancha. «La gente viene por la carne, pero también por la paella... O por mi cocido, que lo hago muy rico», afirma Trini.
Son otros tiempos, lejos «de aquellos miedos» de la mina, pero también del golpe de estado del 23F, donde la familia temió represalias, dadas «las reivindicaciones de los mineros». Otros tiempos, pero la misma Trinidad, incapaz de esperar la llegada de su marido, aunque ahora en vez de manchado de carbón, los lamparones de la camisa se escondan tras una buena chuleta y su ración.
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