Tras las huellas del hereje

Un paseo en torno a algunos de los escenarios en los que discurre la última novela de Miguel Delibes

Javier Prieto

Valladolid

Jueves, 27 de septiembre 2018, 21:24

Seguir las huellas de un personaje literario por los espacios urbanos en los que discurren sus peripecias invita, sobre todo, a ver esa ciudad con unos ojos diferentes. Y, también, a asomarnos a rincones por los que, seguro, no nos habríamos asomado de no ser ... por ello. Además, aporta un doble goce: el de rememorar y recrear lo que leímos en su momento además de mirar esa ciudad -o incluso descubrirla- con unos ojos que no son los nuestros.

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En Londres, podemos seguir las huellas de Sherlock Holmes. En Dublín, recorrer sus calles de la mano de Leonard Bloom mientras deambula por las páginas del «Ulises» que escribió James Joyce. En Estocolmo está de moda la Ruta Millenium, el recorrido por los escenarios que aparecen en la trilogía policiaca de Stieg Larsson. La lista y las posibilidades son amplísimas y dependen, más que de otra cosa, de la pasión que despierte en cada cual los libros que lee.

En Valladolid, sin irse tan lejos, se puede escoger entre los escenarios de novela negra que dibuja César Pérez Gellida en su exitosa «Memento Mori» o apostar por un viaje en el tiempo que nos lleve directos hasta el siglo XVI, uno de los momentos de máximo esplendor en la ciudad. Este es, precisamente, el periodo de tiempo escogido por el escritor Miguel Delibes para ambientar la que fuera su última novela, El Hereje, publicada en 1998 y con la que ganó el Premio Nacional de Narrativa.

El escritor vallisoletano elaboró su obra estableciendo como telón de fondo un hecho histórico: los dos grandes autos de fe que se celebraron en la Plaza Mayor en 1559 y el cisma de la iglesia provocado por Lutero como trasfondo. En ese contexto de gran agitación política y religiosa es posible seguir las peripecias de algunos de sus personajes, especialmente de su protagonista, Cipriano Salcedo por las calles de la ciudad y conocer, de paso, cómo era aquel Valladolid de la época de Carlos V y Felipe II. Estos son algunos de esos rincones en los que quedó plasmada la huella de aquel hereje vallisoletano.

1- Plaza de San Pablo

En la Corredera de San Pablo, actual calle de las Angustias, en pleno cogollo aristocrático de la ciudad, situó el autor la casa de los Salcedo, donde Cipriano, el protagonista, nació en 1517. Diez años después vendría al mundo Felipe II, quien a la postre sería el culpable del trágico final del primero, en el palacio que hace esquina entre la plaza de San Pablo y la Corredera, actualmente sede de la Diputación Provincial.

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2- El palacio del Licenciado Butrón

El licenciado Francisco Butrón, con capilla funeraria propia en la iglesia de San Benito, era oidor y abogado de la Chancillería. Y sólo por las dimensiones exteriores de este gigantesco palacio ya se puede calibrar la importancia social que llegaron a tener los funcionarios relacionados con la Real Chancillería de Valladolid. En la novela, don Ignacio Salcedo, padre del protagonista, también es oidor y abogado de la Chancillería. En la actualidad, el edificio es sede del Archivo General de Castilla y León.

3- Plaza de Fabio Nelli

La calle de San Ignacio alcanza una encrucijada a la que se asoman dos de los palacios señoriales más ostentosos del Valladolid del XVI: el palacio de los Valverde, haciendo esquina, y el palacio de Fabio Nelli. Este es sede, desde 1967, del Museo de Valladolid, dividido en dos importantes secciones: Arqueología y Bellas Artes (Tel. 983 35 13 89).

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4- Palacio de los Condes de Benavente

En esta zona de la judería vallisoletana la familia Salcedo tenía su almacén de lanas, muy cerca del histórico puente Mayor. El palacio de los Benavente, hoy reconvertido en Biblioteca Pública de Castilla y León, fue uno de los edificios fundamentales del Valladolid cortesano. En él nació la infanta María Mauricia, casada con el rey de Francia Luis XIII y a la que Alejandro Dumas convirtió en protagonista de una de las obras más conocidas de la literatura universal, Los Tres Mosqueteros.

5- Convento de Santa Catalina

En la angosta calle de Santo Domingo de Guzmán, que conserva a duras penas algo del sabor del Valladolid antiguo, se asienta el convento de monjas dominicas de clausura de Santa Catalina. Este, junto a los de Santa Clara y Santa María de Belén, aparecen en la novela de Delibes como los tres que frecuenta Cipriano Salcedo para dar a conocer las tesis del doctor Cazalla, introductor del foco protestante en la ciudad, y que las monjas acogen con un interés que acabarán pagando.

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6- La capilla de Fuensaldaña

Frente al monasterio de Santa Isabel, se levanta la capilla de Fuensaldaña. En ella cuenta Delibes que fue enterrada Leonor Vivero, madre del doctor Cazalla. La capilla se integró en las remodelaciones llevadas a cabo para convertir una parte del enorme monasterio de San Benito en el Museo de Arte Contemporáneo Patio Herreriano y su interior es utilizado como una de sus salas expositivas (Tel. 983 36 29 08. Web: museopatioherreriano.org).

7- La Plaza Mayor

Era en el siglo XVI la plaza del Mercado y el lugar donde se celebraban todo tipo de fiestas, tanto civiles como religiosas, pero también donde se desarrollaron los autos de fe de 1559, convertidos en un espectáculo multitudinario. Tras el incendio de 1561 se procedió a su reconstrucción, diseñada por Francisco de Salamanca por orden de Felipe II.

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8- La iglesia de Santiago

Sobre la fachada de la iglesia de Santiago que da a la calle del mismo nombre luce la placa que la ciudad de Valladolid dedicó al escritor Miguel Delibes, agradeciendo de esta manera la dedicatoria que el escritor hizo a la ciudad al comienzo de su novela «El hereje». El lugar y la calle no son casuales. La iglesia juega un papel importante en la novela como escenario en el que el doctor Cazalla realizaba sus prédicas cada viernes.

9- Campo Grande

La puerta del Campo o de la Mancebía se encontraba donde hoy finaliza la calle de Santiago al desembocar en la plaza de Zorrilla. En el costado derecho, más o menos entre el espacio que hoy ocupan el lateral del Campo Grande y la fachada de la Academia de Caballería, se situaba el quemadero en el que se asistía al último acto del proceso contra los luteranos: la quema pública.

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