Javier PRIETO
Jueves, 1 de noviembre 2018, 19:22
El vocablo latino 'cirratus' era el que se utilizaba para definir un territorio ondulado coronado por cerros. Dicho lo cual, parece que no hubo que rebuscar mucho a la hora de encontrar un nombre que encajara mejor que este para llamar al Cerrato como se ... debe. Porque eso, precisamente, es lo que caracteriza el paisaje de esta extensa comarca natural. El Cerrato Palentino, situado al sur de la provincia de Palencia, es parte de la comarca natural e histórica más amplia denominada Cerrato Castellano, heredera, a su vez, de una antigua merindad menor de Castilla que en la actualidad se extiende por una parte de las provincia de Palencia, Valladolid y Burgos, aunque es la provincia de Palencia la que aporta una mayor porción de territorio.
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Un territorio –el del Cerrato Castellano– que dada su extensión, 3.200 kilómetros cuadrados, presenta muchos más matices de los que, en un principio podría pensarse. No solo en lo paisajístico, con abundancia de páramos y vaguadas sin que falten feraces riberas y densos encinares, también en lo etnográfico, gastronómico y cultural. O en sus pueblos, que atesoran un amplio catálogo monumental que incluye castillos, palacios, necrópolis, murallas, puentes, casonas nobiliarias o iglesias de tamaño catedralicio, y que también presumen de una bien conservada arquitectura utilitaria ligada a los usos y formas tradicionales, con abundancia, por ejemplo, de bodegas que aprovechan la blandura de los suelos para horadar las laderas y cobijar bajo la tierra, hasta que estén listos, sus mejores vinos. Una arquitectura que utiliza la piedra caliza, el barro y la madera como materias primas para levantar casas o que simplifica sus formas y estructuras en los chozos de pastor, herederos de una arquitectura neolítica, que aun pueden verse en mitad de algún páramo. Tres localidades palentinas, Astudillo, Dueñas y Palenzuela, están declaradas Conjunto Histórico Artístico. Un territorio, en fin, demasiado amplio y suculento para degustarlo en un solo viaje. Por eso hemos escogido aquí una pequeña muestra de lo mucho que podemos encontrar. Estos son, tan solo, algunos de los rincones más íntimos, suculentos, originales e inesperados, que deberíamos tener en cuenta si pensamos en un recorrido de fin de semana por el Cerrato palentino.
1 ASTUDILLO
En el límite ya con Tierra de Campos encontramos esta localidad presidida, desde lo alto, por los restos del Castillo de la Mota, magnífico mirador desde el que contemplar uno de los tres conjuntos históricos de la comarca. Lo que no puede contemplarse desde ese balcón es el monumental desarrollo de bodegas subterráneas –más de dos kilómetros en total– que corren por el subsuelo. Un estudio realizado hace unas décadas reveló que muchas de ellas, por la forma de los arcos que las sustentan y la calidad de la cantería con que están hechas, es probable que fueran realizadas entre los siglos XIII y XIV, sin que se descarte que en su origen fueran auténticos pasillos y estancias subterráneas relacionados con la fortaleza. Su envergadura en muchos puntos da para que circulen por ellos caballerías de armas tomar. Y, por si fuera poco, cuentan casi siempre con un pozo excavado del que en su día manó agua potable. La mejor forma de descubrir este y otros secretos de las bodegas de Astudillo es hacerlo a través de las visitas guiadas que se organizan desde la Oficina de Turismo (tel. 979 82 23 07).
Más a la vista queda el encanto de un casco urbano pródigo en casonas y excelentes ejemplos de arquitectura tradicional, como los que encontramos en el entorno de la Plaza Mayor, con abundancia de soportales. De los restos de su muralla sorprende la monumental puerta de San Martín. Igual que sorprende la visita al Real Convento de Santa Clara (tel. 979 82 21 34) surgido junto al palacio que Pedro I de Castilla mandó levantar para retener en él a su amada María de Padilla. Aquel convento y ese palacio son hoy un magnífico museo. Las visitas al Museo Parroquial de Santa Eugenia se conciertan también en la Oficina de Turismo.
2 BALTANÁS
Se presenta siempre como una puerta de entrada en esta comarca. Y no solo porque su barrio de las bodegas, con 374 excavadas, sea una buena representación de lo que la arquitectura del vino es capaz de hacer en muchos de los pueblos del Cerrato palentino. Tampoco porque presuma de una iglesia, la de San Millán, imponente como una catedral. O de una condición de Capital del Cerrato que le llega desde que en el siglo XV los Reyes Católicos la convirtieran en Cabeza de Merindad.
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Si se recomienda empezar por Baltanás es, sobre todo, porque alberga, en el antiguo palacio-hospital de Santo Tomás de Villanueva, el Museo del Cerrato (Web: museodelcerrato.com. Tels. 645 681 551/ 672 145 930), un contenedor ameno y lleno de información en el que tomar conciencia de que, como ya advertimos, esta comarca es mucho más que un conjunto de parameras y trigales.
3 HORNILLOS DE CERRATO
Las minas de yeso abandonadas, en la parte alta de un cerro colindante a la población, son un espectáculo en sí mismo además de evidenciar la importancia que la minería del yeso tuvo por aquí en otros tiempos. Son los restos de una importante veta yesífera que estuvo en explotación entre 1914 y 1988, llegando a alcanzar en algunos momentos las 150 toneladas de producción diaria.
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En el camino de subida a las minas encontramos los restos del castillo que perteneciera a los Almirantes de Castilla. En esta localidad recaló durante cuatro meses, en 1507, el cortejo fúnebre que atravesó las tierras del Cerrato acompañando a Juana la Loca y el cadáver de su esposo, Felipe el Hermoso.
4 CEVICO NAVERO
En el entorno de este municipio localizamos el Monte Girón, una extensa mancha de bosque mediterráneo. El sendero Los Alfoces-Monte Girón, bien señalizado con balizas blanquiverdes, permite un agradable recorrido por su interior. Sus diez kilómetros de fácil trote pueden hacerse en unas tres horas y media. Además de las puertas del Arco Norte y la de las Eras, restos de su antigua muralla, merecen atención las hechuras románicas de su iglesia, sobre todo en su portada. En el interior del templo hay que destacar la laboriosidad de sus artesonados. Sobre las laderas de la Cuesta de la Horca se descubren los restos de un puñado de viviendas rupestres que estuvieron habitadas hasta los años 60 del siglo XX.
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