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Isabel de Farnesio adoraba a los faisanes. Así en la mesa como en el jardín. Ya en La Granja, ya en Riofrío, la reina los alimentaba con unas nutritivas judías venidas de América. Lo mismo que a sus caballos. Unas judías entonces algo tiesas y negruzcas. Pero que con el sucederse de las centurias fueron ganando en vistosidad y en ternura. Hasta convertirse en los extraordinarios judiones de La Granja. Los príncipes de las legumbres de nuestro tiempo.
A «la parmesana», como llamaban a la segunda esposa de Felipe V, no sin cierto desdén, los dignatarios de la Corte, le encantaba este espacio mágico que es la sierra de Guadarrama. Como a buena parte de la alta nobleza de su tiempo. Aquellos grandes señores, a medio traer entre lo estrafalario y lo aristocrático, se presentaban por aquí, acompañados de su servidumbre, desde el inicio de la primavera hasta el final del otoño. Buscaban los deliciosos caminos que unían las provincias de Madrid y de Segovia a través de la sierra. Y la costumbre se mantuvo durante siglos.
Todos los caminos de Guadarrama eran entonces amenos y ricos en encantos naturales. Pero acaso ninguno tan hermoso como el del Puerto de Navafría. El corazón de la sierra. El paso ancestral de los Montes Carpetanos. El que pone en comunicación, a sus 1.773 metros de altura, el valle del Lozoya –tan visitado por los científicos y los escritores de la Generación del 27– con la fabulosa masa de pinos silvestres del municipio de Navafría. Siempre bajo la majestuosa vigilancia de El Nevero.
Delicias de cochinillo frito. El cochifrito (denominado también cuchifrito) es un plato tradicional de la cocina segoviana compuesto de carne de cerdo joven. Su nombre proviene de la unión de las palabras cochino y frito. Se puede degustar en Navafría, con una gran tradición en el bar restaurante Lobiche, donde conviene llamar para reservar con tiempo. Su elaboración consiste en cortar el cochinillo en trozos pequeños para sazonarlos y freírlos en aceite de oliva virgen extra junto con un buen puñado de dientes de ajo.
De las cumbres de El Nevero viene, con su mensaje de nieve derretida, el agua de la cascada de El Chorro. Manantial que se convierte en riachuelo. Corriente que se precipita más tarde, tras descender un buen trecho, en una espectacular cascada que vence veinte metros de desnivel. Una emocionante cola de caballo en dos tramos que canta mientras se vierte en el remanso de la poza. Que reposa un instante antes de continuar su ruta, buscando la unión con el Cega.
En Navafría el agua es fría. Lo es sin discusión. Por mucho que el verano quiera apretar. Lo es en la poza del chorro y lo sigue siendo un kilómetro río abajo, en las piscinas naturales. Esa es la distancia que recorre el camino que une el salto con las instalaciones recreativas. Un espacio perfecto para familias con niños acalorados. También un aparcamiento saturado durante los fines de semana veraniegos, por lo que siempre conviene madrugar, o elegir bien la fecha. De aquí hasta bien entrado el otoño, la frescura del agua seguirá estimulando el flujo sanguíneo. Y abriendo el apetito.
Las mesas y los bancos de madera, como las barbacoas, invitan a la comida familiar o comunitaria. Pero en el propio parque hay un restaurante que sirve perfectamente para ilustrar la riqueza gastronómica del entorno. Entre la piedra y la madera, aire de refugio montañero para las raciones tradicionales: de huevos rotos y tortilla de patata a croquetas y verduritas de temporada. Pero también para alguna sofisticación, como el delicioso queso brie rebozado con caramelo de pimiento de piquillo. Los judiones de La Granja y, sobre todo, las carnes: la parrillada, el entrecot, las chuletillas... y el gran chuletón de buey. Por encima, o por debajo del chorro de Navafría, las opciones culinarias son incontables a lo largo y ancho de la sierra. En Madrid por ser Madrid y seguir la estela de los viajeros ilustres e ilustrados. Y en Segovia por ser Segovia. No en vano la ciudad castellana, con toda su monumentalidad artística y culinaria, apenas está a media hora.
Emulando a los cortejos de Isabel de Farnesio, cuya nariz prominente marcó durante largo tiempo los destinos de España, no es difícil encontrar en la zona caballos para cruzar la sierra de parte a parte. Tampoco otras monturas más modernas y ruidosas, como los 'quads', que no necesitan judiones de La Granja para atravesar con brío las trochas más empinadas. Quienes mejor lo tienen sin embargo, y a lo largo de una buena parte del año, son los amantes del senderismo. Los amigos de las rutas fáciles y tranquilas, para detenerse en los miradores y disfrutar de la belleza del paisaje. Y los montañeros de pro, que pueden subir a pie, siguiendo las indicaciones, hasta los 2.209 metros de altura del Pico del Nevero o los 1.850 del de Picardeñas. Casi siempre entre pinos, enebros y rosas caninas. En compañía de corzos y al hilo de las huellas del jabalí. Y con la escolta aérea, si hay suerte, de un buitre negro. O de un águila calzada.
Hasta el chorro o desde el chorro, desde el collado de Quebrantaherraduras hasta el puerto de Somosierra por los Montes Carpetanos, hay que tener los ojos y los apetitos bien abiertos. Todo aquí es una delicia.
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Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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