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Javier prieto
Jueves, 13 de diciembre 2018, 13:53
Hay sitios donde lo que no se ve tiene tanta fuerza o más que lo que queda a la vista. Solo hace falta saber mirar. Ponerse las gafas de enfocar y tratar de averiguar si en verdad sucedió o pudo suceder.
Es la geografía de lo invisible, un territorio en el que la imaginación disfruta como un niño, juega a sus anchas sin importarle las leyes estrictas de la realidad, dejando siempre la puerta abierta a lo que, según se cuenta, pudo tal vez pasar. O no.
En este mapa de lo intangible basta una sola piedra, incluso un minúsculo punto en el camino, para conectar con la cara oculta del paisaje. Aquella que solo excita a quienes se prestan a ello, a quienes disfrutan rellenando con la imaginación lo que los ojos no dejan ver. Para esto hemos seleccionado algunos rincones de Castilla y León en los que, seguro, van a disfrutar de lo lindo traspasando los límites de la realidad.
Hay pocos sitios de Castilla y León –por no decir, ninguno– que reúnan más papeletas para ser elegidos como el campeón de los lugares mistéricos, incluso de la Península. Todo en él –incluido el nombre– está cargado de simbolismo, de doble lenguaje, de claves sin resolver, de coincidencias imposibles y hasta de una energía, la telúrica, que hay quien se atreve a medir. Así las cosas, es imposible acercarse a la ermita de San Bartolomé sin sentir en la piel un cosquilleo difícil de definir, pero que puede llegar al escalofrío si es de noche, hay luna llena o se avecina tormenta.
La culpa, como casi siempre que hay misterios, la tienen los Templarios, caballeros y monjes tan amantes de los secretos que pagaron con la vida la sospecha de que en realidad lo que pretendían ocultar era una inmensa riqueza. La suerte que tenemos en Castilla y León es que dejaron un montón de piedras hasta las que poder acercarse para intentar descifrar, de una vez por todas, lo que tanto empeño pusieron en ocultar.
Dice una leyenda que en una braña cercana a la localidad leonesa de Palacios del Sil vivía una joven doncella «con cara de rosa y piel de nieve» a la que obligaron a casarse con un cacique viejo y libertino. Las apreturas de la montaña dieron en que trabara amistad con un joven de la braña hasta que un día se los encontrara el marido metidos en relaciones. Y sin más miramientos cortó al mismo tiempo, por lo sano, la relación y la cabeza de su joven esposa. Hoy esta braña, conocida, claro, como braña de La Degollada, abierta en un rellano de la montaña y acogotada por canchales que parecen a punto de rodar en avalancha, es poco más que un rincón idílico al que se llega andando por una ruta señalizada que arranca en la parte trasera del cementerio de Palacios del Sil. Desde ahí, una pista forestal lleva hasta la braña en unos 3 kilómetros y cerca de hora y media de suave aunque prolongada subida. Gran parte del trayecto discurre entre impresionantes canchales y a la sombra del bosque.
Es difícil imaginar qué hubiera sido de este lugar, hermoso y sugerente de por sí, de no haber despertado la curiosidad viajera de aquel Machado afincado durante unos años en Soria. Gracias a su deseo de conocer las fuentes del Duero y a la coincidencia de un compañero de diligencia con ganas de hablar salió en la conversación la leyenda de Alvargonzález. Así es como el relato de aquel campesino sobre los misterios de una laguna insondable cuyas aguas escondían el secreto de crímenes abominables pasó a convertirse en uno de los poemas narrativos más conocidos de la literatura española. Ahora es imposible caminar entre los pinares que rodean esas aguas sin imaginar carreras nocturnas y trasiego de cadáveres a la luz de la luna.
Y no es lo único que ocultan. A don Pío Baroja, que también anduvo por estos serrijones en 1901, lo que le contaron es que en esa laguna oscura, en la que por menos de nada se despiertan remolinos y oleajes imposibles, tiene su morada una bella muchacha que atrae desde el fondo a los hombres, que, incapaces de resistir su hechizo, se sumergen tras ella para no volver a aparecer jamás… Es el cuento repetido de que esa laguna insondable comunica, por secretos pasadizos, con el mismísimo mar.
El propio poeta cuenta que viviendo en esta casa, a la edad aproximada de cinco años y mientras jugaba con un caballo de cartón que le había regalado su padre, descubrió que, por un descuido, la habitación de su abuela Nicolasa, que siempre permanecía cerrada con llave, se encontraba ese día abierta. Era la habitación del piso superior de la casa en la que había fallecido, antes de que él naciera, su abuela paterna y que, por alguna razón que desconocía, siempre se encontraba cerrada.
Cuenta el poeta que al ver abierta aquella habitación misteriosa no pudo resistir la lógica tentación de asomarse a echar un vistazo. Y cuenta también el claro recuerdo de ver sentada en una silla junto a la cama a una señora mayor, que lo invita a pasar, que lo sienta en su regazo, que le dice que es su abuela y se pone a charlar con él un breve rato. Al cabo de un momento, el pequeño Zorrilla baja a avisar a sus padres de que ha estado con su abuela en la habitación pero estos al subir lo único que ven es que en la habitación no hay nadie.
Años después, cuando el poeta tiene ya 12 años y se encuentra en la casa que tiene la familia en Torquemada, la tierra natal de su padre, sucedió que, estando en el desván con el secretario de su padre mientras lo ordenaban, al desenrollar uno de los lienzos allí recogidos descubrió con estupor el retrato de una persona mayor, su abuela Nicolasa, que era exactamente igual a la anciana con la que él había estado hablando cuando era pequeño, algo que el propio poeta no consiguió explicarse nunca.
Pero la presencia de aquella figura, que pareció diluirse definitivamente con el paso del tiempo, reapareció tras las últimas remodelaciones llevadas a cabo en la casa. Los propios gestores de la casa-museo han reconocido sucesos extraños en torno a esa habitación: luces que se encienden solas, objetos que desaparecen o cambian de sitio sin que nadie intervenga, ruidos inexplicables… Puede que tal vez el espíritu de Nicolasa protestara de esta manera al descubrir que en la remodelación se había decidido dejar cerrada, vacía y al margen de las visitas esa habitación. De hecho, cuando los gestores de la casa cayeron en la cuenta de este detalle y decidieron reabrirla y acondicionarla como siempre había estado, todo pareció haber vuelto a la normalidad. De momento.
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