Javier Prieto
Jueves, 22 de noviembre 2018, 21:11
La suerte que tuvo Peñaranda de Bracamonte es que acabó quedando en el medio de un monumental lío de caminos y vías principales que entraban por casi todas partes. Es decir, por cosas del destino y también por el empeño que pusieron desde un principio sus primeros señores, el linaje de los Bracamonte, esta localidad se fue conformando a lo largo de varios siglos como un centro comercial de primera magnitud. Un punto de encuentro en mitad de las llanuras cerealistas salmantinas en el que podía encontrarse de casi todo. Especialmente pieles y tejidos.
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La cosa está en que Peñaranda se vio poco a poco cruzada por la ruta de los arrieros y mercaderes que viajaban de Zamora y Salamanca hacia Ávila y Madrid, al tiempo que se la encontraban también los millones de cabezas de ganado que de norte a sur y de abajo arriba trashumaban por la Cañada Real de las Merinas extremeñas. El encuentro de unos y de otros hizo de Peñaranda una parada apetecible para comprar, vender, cambiar o descansar aquí lo que hiciera falta.
Mucho que ver tuvo también la decisión de Juan I, en 1370, de conceder el permiso para celebrar un mercado semanal que, desde entonces y hasta hoy, sigue abarrotando cada jueves las tres plazas de Peñaranda. De hecho, esta actividad quedó tan marcada en su ADN que durante la Edad Media fue conocida por todos como Peñaranda del Mercado.
Así que parece de cajón que el mejor lugar para echarse al callejeo peñarandino pueda ser la más antigua de sus tres plazas. De hecho es, también, el punto de arranque del paseo autoguiado que entre paneles y flechas ayuda a recorrer la historia, calles y principales rincones de la ciudad.
Esta plaza, que hoy se conoce como plaza de Agustín Martínez Soler, es también la más pequeña de las tres que conforman el núcleo en torno al que fue desarrollándose su vocación mercantil. En ella, y en torno al templo que queda en uno de sus costados, Peñaranda comienza a tomar forma en los albores de la Edad Media. En ella creció y prosperó el mercado de los jueves como evidencia que en el pasado fuera conocida como plaza del Mercado.
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El templo de San Miguel es una enorme mole de sillería granítica levantada en el siglo XVI con el dinero que diera para ello Juan de Bracamonte Briceño. Hasta 1971, en que un pavoroso incendio convirtió en ceniza todo lo que podía arder, contaba en su interior con un bello retablo en el altar mayor, realizado por Esteban de Rueda y Sebastián de Ucete, tenido hasta ese momento por obra maestra del barroco y uno de los más sobresalientes de la provincia.
El empuje de la actividad mercantil con la llegada de más mercaderes y compradores forzó la ampliación del espacio destinado inicialmente al mismo con el trazado de dos nuevas plazas en la primera mitad del siglo XVI. Así nacen la plaza de la Constitución y la de España. Contiguas las tres, vienen a formar un largo pasillo de tres cuadriláteros engarzados.
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La de la Constitución surge con las reformas urbanísticas impulsadas en el siglo XVI para crear un espacio público abierto a las puertas de lo que entonces era el palacio de los condes, situado en el costado meridional de esta plaza. El espacio se caracteriza por su traza rectangular y, sobre todo, por el largo corredor de soportales que la rodea casi al completo mostrándose como ejemplo de la plaza tradicional castellana dedicada al mercadeo.
El palacio de los condes fue destruido en el transcurso de la Guerra de la Independencia, como castigo de los vecinos a sus inclinaciones afrancesadas, para dejar paso a otro edificio que sirve de nexo entre esta plaza y la contigua, de España. En su costado meridional se alza, aunque muy remozado, su edificio más antiguo. Construido en 1674 por el todopoderoso Gaspar de Bracamonte, III conde de Peñaranda y Virrey de Nápoles, el edificio tuvo entre sus utilidades las de juzgado, cárcel, Ayuntamiento y escuelas. Hoy es la sede del Centro de Desarrollo Sociocultural de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
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Tras pasar ante la puerta del el Centro Internacional de Tecnologías Avanzadas para el Medio Rural (CITA), un espacio dedicado a la formación y divulgación del uso de las nuevas tecnologías, se alcanza, en una de las salidas de la ciudad el Convento de las Madres Carmelitas Descalzas de Peñaranda. También la sorpresa de descubrir que en su interior alberga una de las mejores colecciones de pintura y arte napolitano de Castilla y León.
La «culpa» es de la devoción y dineros del conde Gaspar de Bracamonte que, en su condición de virrey de Nápoles, apoyó con insistencia la fundación del cenobio hasta conseguirlo finalmente en 1664. Desde ese momento hasta su muerte, en 1676, tanto él como su mujer mantuvieron el empeño de importar obras de procedencia italiana para enriquecer el ajuar conventual con tesoros de enorme valor. Su colección recoge obras señeras de la pintura barroca italiana de la escuela veneciana, boloñesa, romana o florentina, con pinturas de J. Bassano, Guido Reni, Andrea Vaccaro o Lucas Jordán, entre otras muchas.
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Muy cerca queda la Ermita del Humilladero, del siglo XVI. Una leyenda que refiere los orígenes de la devoción que se tiene al Santo Cristo, que se venera en su interior, dice que esta surge en el momento en el que una carreta de bueyes que transportaba la imagen del Cristo con destino a un pueblo cercano se detuvo sin motivo en el lugar donde ahora está la ermita. Y allí permanecieron sin que nadie consiguiera hacer arrancar de nuevo el carro hasta que el Cristo fue descargado, tras lo que los bueyes arrancaron de nuevo y siguieron su viaje.
Muy diferente es el origen de otro edificio histórico de la ciudad, el Teatro Casino Calderón de la Barca. En consonancia con la pujanza del comercio, la industria y la agricultura que se vivía en Peñaranda a finales del siglo XIX surgió la idea de dotar a la localidad de un centro en el que tuvieran cabida el disfrute del teatro y el encuentro social. Nace así la idea de la emisión de una serie de acciones con la que conseguir fondos para ponerlo en pie. El edificio fue utilizado como teatro hasta 1963 y como casino hasta 1983. Tras una profunda rehabilitación fue inaugurado de nuevo en 1991. Actualmente se utiliza como teatro, cine y centro recreativo de la Tercera Edad.
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Un último rincón hasta el que acercarse en Peñaranda de Bracamonte es la ermita de San Luis, levantada a mediados del siglo XVII extramuros de la ciudad por la cofradía de la Tercera Orden.
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