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javier prieto
Jueves, 16 de mayo 2019, 12:58
La historia de la Península Ibérica es como es gracias, entre otras importantes cosas, a un puñado de singulares caminos que, como las venas o arterias del cuerpo humano, hicieron posible que el resto de las piezas funcionaran como debían. Uno de ellos, sin duda ... el más famoso, es el Camino de Santiago. Otro, de semejante importancia, es la Vía de la Plata, el gran eje viario ibérico que comunicó el oeste peninsular de sur a norte cuando el imperio romano pudo poner fin al revuelto de tribus ibéricas que campaban en ella por sus respetos.
La Vía de la Plata fue construida por los soldados romanos con el fin principal de facilitar el desplazamiento rápido de tropas y mercancías. Para ello, utilizaron una destreza y un ingenio que aún hoy siguen asombrando tanto por los resultados conseguidos como por lo perdurable de sus obras. De hecho, resulta impensable imaginar que cualquier tramo de cualquier moderna autovía pueda seguir siendo utilizado como tal y sin mantenimiento alguno dentro de, pongamos, 20 o 30 años. Sin embargo, hay tramos de esta calzada trazada por los romanos hace más de dos mil años que siguen sirviendo para lo que fue construida. Y eso, sin olvidar que gran parte del legado desaparecido lo es porque fue utilizado para tender sobre él las modernas vías de comunicación. Una buena parte de la N-630, que une igualmente de norte a sur el oeste peninsular entre Gijón y Sevilla, discurre directamente sobre el camino allanado por los ingenieros de Roma.
'Iter ab Emerita Asturicam', la calzada número XXIV que con el tiempo acabará conociéndose como de la Plata, el camino entre Mérida y Astorga que enlazaba la capital administrativa de aquella provincia con la avanzadilla romana del norte, se extiende a lo largo de 465 kilómetros de trazado, en los que Roma puso el alma con tal de vencer unas dificultades orográficas en las que no faltaban grandes montañas, ríos caudalosos, llanuras interminables, barrizales pantanosos… A nosotros hoy nos sirve como excusa para acercarnos a unos pocos de sus rincones olvidados, recodos del camino que en estos tiempos de prisas y alta velocidad pueden pasar completamente desapercibidos.
1 El Camino de los Miliarios (Salamanca).
La Vía de la Plata entra en la provincia de Salamanca rozando el maravilloso pueblo de Montemayor del Río. Uno de los pueblos más bellos de la provincia de Salamanca, declarado bien de interés cultural con la categoría de conjunto histórico artístico, tiene pose y peso suficiente como para dedicarle una larga visita. De él arranca el delicioso trayecto senderista que nos descubre algunos de los secretos de la Vía de la Plata mejor guardados: entre esta localidad y el cercano puente de La Malena se localiza una extraña acumulación de miliarios, mojones mastodónticos de granito que los romanos colocaban cada 1.480 metros, la milla romana que equivalía a mil pasos dobles. También merece mucho la pena caminar sobre la calzada que sube desde el puente hacia Puerto de Béjar, en un tramo en el que se descubren restos importantes de las obras que sirvieron para conseguir que la Vía de la Plata fuera una construcción perdurable (alcantarillas, peraltes, enlosado...).
2 Fortín romano de Calzada de Béjar (Salamanca).
Muy cerca del puente de La Malena y Montemayor del Río se localiza una de las construcciones más singulares y desconocidas de toda la Vía de la Plata: los restos del pequeño fortín que en las proximidades de la localidad de Calzada de Béjar, al sur de la provincia de Salamanca, albergó una pequeña dotación militar encargada de poner orden en el tránsito por la vía. Y aunque se sospecha que tuvo una función de vigilancia sobre lo que circulaba por aquella importante «autopista», resulta relevante también por ser prácticamente el único ejemplo de pequeña fortificación romana «intacta». Es decir, que no haya servido posteriormente para elevar sobre sus cimientos otras fortalezas a lo largo de los siglos. Lo que queda de ella son las cuatro paredes de mampostería que acotan un rectángulo de 29 por 27 metros sobre una superficie irregular, seguro que alterada por el paso de los milenios, y sin una techumbre que, según los expertos, debió de ser de madera a dos aguas. Para llegar hasta estas apartadas ruinas primero hay que localizar el depósito de agua de Calzada de Béjar. Al alcanzarlo se toma el senderín que se empina por su lado derecho, mucho más estrecho y escabroso que el camino ancho que continúa por el lado izquierdo. En realidad, es un carril que corre entre las cortinas de los prados hasta que, 300 metros después, surge por la derecha el desvío hasta el fortín, ya a la vista.
3 Fuenterroble de Salvatierra (Salamanca).
En esta localidad se localiza un albergue de peregrinos con larga tradición y reputación de mucha hospitalidad. En el pueblo, un pequeño parque arqueológico ofrece explicaciones relacionadas con la construcción de la calzada. La iglesia de Santa María la Blanca es del siglo XV y estilo tardogótico, reedificada sobre un templo románico.
4 Castrotorafe (Zamora).
Muy cerca de la localidad zamorana de Fontanillas de Castro, un corto tramo de pista agrícola lleva desde la N-630 hasta la explanada pedregosa en la que se ubicara esta destacada población de la Edad Media. De aquella época conserva largos tramos de la extensa muralla que cercaba la ciudad, un recinto de casi cinco mil metros cuadrados, fuertemente defendido. Tuvo varios portillos de acceso, uno de ellos para dirigirse directamente hacia el río. Una solitaria pared en medio de la explanada revela el lugar donde se levantó el templo, utilizado como ermita por los vecinos del cercano San Cebrián de Castro, una vez abandonada definitivamente la ciudad hacia el siglo XVIII. Pero el rincón más espectacular de las ruinas se alza en su esquina nororiental, donde aún sestean las imponentes retazos de lo que fuera una soberbia fortaleza.
5 La Vizana (Zamora).
A un paso de Alija del Infantado, el puente de La Vizana continúa marcando el paso sobre el río Órbigo desde que los romanos escudriñaron que era el mejor lugar para vadearlo, llegados a ese punto exacto de su legendaria carretera conocida como Vía de la Plata. Rehecho tantas veces como ese mismo río y el de la Historia se lo llevaron por delante, tiene hoy un distinguido perfil renacentista y pocas –por no decir casi ninguna– de sus romanas piedras. Pero su importancia para el trajín de viajeros, comerciantes y soldados fue siempre de primera. De hecho, su nombre bautizó a una de las cañadas reales que hicieron de oro a Castilla, la de La Vizana, cuyo trazado aprovecha en lo básico el dibujado por Roma en su Vía de la Plata.
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