Les propongo un ejercicio reflexivo. Resumir su año enológico en 12 botellas, en 12 vinos, quizás 12 encuentros con familiares y amigos, incluso alguna que otra comida de trabajo. Es complicado pero inténtelo. Pero antes, lo primero que me viene a la cabeza es el año hidrológico porque la sequía no ha sido menor para las viñas. Sin embargo, por suerte, es uno de los cultivos que mejor se adapta a los suelos pobres y secos, sobre todo en el caso de los viejos majuelos. Nuestros antepasados eran los suficientemente inteligentes para poner el ojo en las tierras más adecuadas para ello. En tiempos más cercanos, no pondría la mano en el fuego por ello. Lo segundo que podemos destacar es que parece que, más o menos, hemos podido recobrar la normalidad, después de dos años interrumpidos por confinamientos y restricciones por el Covid-19.
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Fue el 1 de enero de 2022 cuando descorchamos una botella de la Denominación de Origen Toro de la añada 2019, un vino producido con las uvas de algunos de los viñedos más antiguos de Toro plantados en suelos de arcillas y arenas. Eso es empezar fuerte el año, no lo niego.
Febrero no pudo empezar mejor, con un clásico de la variedad reina de Ribera del Duero, tinto fino, con un pequeño toque de cabernet sauvignon, concentrado, suculento y sedoso. La Ribera del Duero de Soria habló en marzo con un vino elegante y expresivo de la misma variedad, tempranillo, pero procedente de cepas enraizadas en tierras más frías.
En el mes de abril, se pudo celebrar Valladolid Plaza Mayor del Vino, donde los vinos de las cinco denominaciones de origen de la provincia sedujeron a vecinos y visitantes. Fue una grata experiencia porque pudimos experimentar la sensación de que recobrábamos de verdad la normalidad. Con mayo llegaron con su frescura los claretes de Cigales, frutados y golosos. Mayo fue un mes extraño. Junio se impuso con mucho calor y hubo que dedicar tiempo a probar los verdejos más frescos, aromáticos y equilibrados. Seguimos en julio con la variedad verdejo, pero con algunos vinos criados sobre sus propias lías, incluso con tiempo en madera. Agosto es el mes de la variedad palomino fino y de las manzanillas de Sanlúcar de Barrameda. Fueron un auténtico descubrimiento los vinos de la Ribera burgalesa en septiembre y también los de la DO Arlanza. Nos hizo soñar en noviembre un vino blanco con casi 40 años de historia, de crianza biológica y oxidativa, de una única saca que elabora una bodega de la DOP Valles de Benavente. Y diciembre está por estrenar para descorchar buenos vinos con familiares y amigos. Las posibilidades que ofrece Castilla y León son infinitas.
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