Con una sonrisa recibe siempre Carmen Casado a los comensales que llegan a su modesto restaurante. No siempre es fácil, pero el bueno humor y una mirada positiva son parte de su personalidad. Desprende un optimismo que en los fogones se traduce en cariño, paciencia ... y mimo en cada uno de los platos que prepara. «Hazlo con amor y verás como te sale muy bien. Es un consejo que me dio un cliente cuando empezaba y se me quedo grabada», explica. Autodidacta en la cocina, comenzó con una recopilación de recetas de su madre y los consejos de su suegra.
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En 1987, abrió el Mesón La Mielga en la Plaza Mayor de Ciguñuela con su marido, quien explica que «comenzó con quince años en la hostelería, en el mítico Lucense, en Valladolid». Con dos niñas pequeñas, optaron por emprender en el medio rural para conciliar su vida familiar y laboral. «Al principio lo hacía porque era trabajo, pero la cocina te acaba enganchando. Si fuera joven seguramente me pondría a estudiar cocina», reflexiona convencida.
De hecho, una de sus hijas decidió seguir este camino para sorpresa de sus padres. «No nos lo esperábamos, pero nos dijo que era lo que le gustaba», señala. Con ella, cuenta Carmen, evolucionó y aprendió nuevas formas de trabajar, «me enseñaba cosillas que yo podía ir aplicando en nuestro restaurante». Así organizaron una nueva carta para el que sería el nuevo y actual emplazamiento del Mesón La Mielga, en una calle próxima a la iglesia, al que se trasladaron en octubre de 2008.
Desde entonces no han parado de trabajar y, cuando llegó la pandemia, apostaron por un servicio de reparto a domicilio por los pueblos de alrededor. «La gente al principio tenía miedo, pero poco a poco se fueron animando. La verdad es que ha sido muy duro», recuerda. En este sentido, reivindica el valor de la hostelería en el medio rural pero también el papel de la mujer en la cocina. «Ahora hay más hombres cocineros, pero hace años en la hostelería quienes cocinaban eran mujeres, eran muy buenas cocineras», insiste.
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Siente que no se haya reconocido el papel de la mujer como se merece. «Había sitios de buen nombre en los que era el hombre quien se colgaba el mérito cuando quienes estaban trabajando, y muy bien, en la cocina eran mujeres», lamenta. Por este motivo, dice sentirse orgullosa de poder salir y decir «oye estoy aquí, soy mujer y la comida está bien rica».
Su especialidad es la cocina tradicional casera, sobre todo los guisos de todo tipo. Los platos de cuchara desfilan en las temporadas más frías y no faltan los arroces, uno de sus platos favoritos. «Recuerdo que mi madre ponía los domingos arroz con pollo, la verdad, me gustaba mucho». Uno de los platos que más triunfa es el arroz negro con chipirones. «Hay un grupo de chavales que siempre me piden este arroz y cachopo. Mira que les digo que sabemos hacer más cosas, pero nada, señala.
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Firme defensora del producto de proximidad y de calidad, aboga por aprovechar y consumir la materia prima más cercana porque «tenemos la suerte de que por aquí hay muy buena legumbre, verduras y carnes». Para Carmen, la cocina no tiene secreto, «si se cuenta con buena materia prima, es difícil que salga mal, pero creo que lo importante es que te guste». «Para mí la cocina es un placer que engancha», concluye.
Ingredientes Arroz, chipirones, cebolla, tinta de calamar y aceite de oliva.
Proceso En una sartén con aceite, pone a pochar la cebolla y rehoga los chipirones. Añade el arroz y la tinta de calamar. Lo mezcla bien, lo cubre con agua y lo deja al fuego unos quince o veinte minutos. Para presentarlo se acompaña con un poco de alioli.
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