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Las algas se han introducido en nuestra dieta fundamentalmente a través de la cocina asiática. No obstante, estamos ante el vegetal probablemente más antiguo del planeta, ya que aparecieron sobre la Tierra hace 3 mil millones de años. Se pueden clasificar a partir de su color, verde, azul, rojizas o pardo, dependiendo a que profundidad crezcan y se encuentren sumergidas.
En nuestros mercados suelen aparecer como desecadas, por ejemplo, wakame, kombu, kelp o espagueti de mar, entre otras. Desde un punto de vista nutricional, las algas son alimentos bajos en calorías, presentan una alta concentración de proteínas, fibra dietética, minerales y vitaminas.
El contenido en proteínas por producto seco se sitúa entorno a los 10 gramos, la mitad que aporta la mayor parte de carnes y pescados. Tienen muy bajo contenido en grasas, entre un 1,5%, pero además estas grasas son esenciales (omega 3), destacando el ácido eicosapentaenoico y docosahexahenoico. La fibra es uno de sus nutrientes más abundantes, pudiendo representar más del 30% de su peso. Destacan la presencia de vitaminas A, B1, B12, C, D y E, riboflavina, niacina, ácido pantoténico y ácido fólico.
Los minerales son también abundantes, pudiendo sobrepasar el 30% de su peso, incluyen el sodio, calcio, potasio, cloro, sulfuro y fósforo. En cuanto a los oligoelementos destacan el hierro, zinc cobre, selenio, molibdeno, flúor, manganeso, boro, níquel y cobalto. Pero por encima de todos está el yodo, sobrepasando con 1 gramo de alga seca las necesidades diarias de 150 microgramos de yodo que necesita nuestro organismo para mantener una adecuada función tiroidea.
En resumen, las algas son unos alimentos con bajo aporte en calorías, presentan un alto contenido en proteínas, fibra dietética y yodo.
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