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Su papel fue crucial para la consolidación y crecimiento de esa pequeña aldea que en aquel momento, a finales del siglo XI, aún no podía compararse con las más pujantes de sus alrededores, en especial con Simancas y Cabezón. El leonés Pedro Ansúrez, señor ... de Valladolid y tradicionalmente considerado como su fundador, contará desde el próximo martes con una ambiciosa exposición que recorre los hitos fundamentales de su trayectoria.
Titulada 'Ego comes Petrus. Pedro Ansúrez, caballero leal. 1118-2018', forma parte del amplio elenco de actividades organizadas por el Ayuntamiento con motivo del noveno centenario de su muerte y podrá visitarse en el Archivo Municipal hasta el 30 de mayo de 2019. Su inauguración, el próximo martes a las once de la mañana, contará con la presencia de los máximos representantes de las instituciones que la han organizado: el alcalde Óscar Puente por parte del Ayuntamiento y el arzobispo Ricardo Blázquez en representación del Archivo Catedralicio.
Se trata de un completo recorrido por la figura de Ansúrez desde sus orígenes familiares -la estirpe en la que nace- hasta su muerte y la aparición de su leyenda, todo ello estructurado en seis capítulos que muestran 27 piezas entre libros y documentos -unos facsímiles y otros originales- y 17 dibujos del vallisoletano Miguel Díez Lasangre.
El visitante tendrá oportunidad de conocer «diversos aspectos de la obra del conde a la luz de los datos que aportan los documentos que se han conservado en los archivos de los distintos lugares que fueron escenario de su vida», señala Eduardo Pedruelo, director del Archivo Municipal: datos relativos a sus orígenes familiares, su papel como gran magnate (consejero y caudillo militar) de Alfonso VI, su marcha a las tierras de Urgel, donde se ocupó de los asuntos de gobierno del condado durante la minoría de edad de su nieto, el conde Armengol VI, y su regreso al reino de León hasta su muerte.
Entre los elementos expuestos sobresalen los documentos originales de la catedral de Valladolid, relativos a la fundación y dotación de la iglesia de Santa María (futura catedral), que son los más antiguos que se conservan sobre nuestra ciudad y gracias a los cuales conocemos los orígenes de la villa y el papel del conde en su desarrollo; y los dibujos de Miguel Díez Lasangre, que nos evocan la vida de un noble en la España del tránsito de los siglos XI al XII.
Acompañando a la exposición se presentará, en días posteriores, un grueso catálogo con 13 estudios sobre la figura de Ansúrez, su época y su memoria, acompañados del conjunto de piezas que componen la muestra que se inaugura el martes y las fuentes documentales del conde, incluida la transcripción, estudio diplomático y paleográfico de todos los documentos ansurianos encontrados hasta la fecha en diversos archivos españoles.
Coetáneo del Cid Campeador, la vida y las obras del conde Pedro Ansúrez no tardaron en convertirlo en un personaje fascinante, envuelto a menudo en la leyenda. Encargado por el rey Alfonso VI, a quien sirvió durante más de cuarenta años, de la repoblación de Valladolid, junto a su esposa doña Eylo engrandeció aquella pequeña aldea dotando con bienes a la Colegiata de Santa María la Mayor, fundando la iglesia de Santa María de la Antigua y construyendo su palacio, entre otras acciones.
El episodio legendario más famoso lo protagonizó hacia 1110, ya anciano y después de regresar del condado de Urgel, que gobernó desde 1103 por pertenecer a su nieto, Armengol VI. Cuando naufragó el matrimonio de doña Urraca, heredera de Alfonso VI, con el rey Alfonso el Batallador de Aragón, matrimonio que el mismo Ansúrez había alentado, el reino se precipitó en una guerra civil y tuvo que optar por uno de los dos bandos. Se decantó claramente por Urraca, que terminaría desairándole. Después se presentó ante Alfonso, vestido de escarlata, montando en caballo blanco y con una soga en la mano, para comunicarle que, si bien había puesto sus correspondientes tierras en manos de la reina, a él le entregaba «las manos, la boca y el cuerpo (…) para que los consuma la muerte o la tortura». Como ha escrito el catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Valladolid Pascual Martínez Sopena, El Batallador «reconoció el gesto, reprimió su ira, y agasajó al anciano antes de dejarlo ir libre».
La importancia histórica del conde se compadece mal con las escuálidas actuaciones llevadas a cabo para honrar su memoria en la ciudad. La estatua que preside la Plaza Mayor, por ejemplo, comenzó a proyectarse en la década de los 60 del siglo XIX pero no se inauguró hasta diciembre de 1903, y aun sin el pedestal, que se terminaría tres años después. Y cuando en 1851 el Ayuntamiento puso su nombre a la calle conocida como Corral de la Copera, no tardaron en alzarse voces criticando la escasa entidad de la travesía. Por si fuera poco, el proyectado acto de homenaje de 1918, octavo centenario de su fallecimiento, no se celebró, los funerales anuales que se celebraban en su honor decayeron definitivamente a finales de los 60, y la propuesta de los años 20 de construir un mausoleo junto a la colegiata de Santa María, que dignificase su pobre sepulcro catedralicio, retomada en décadas sucesivas por el Ayuntamiento, también cayó en saco roto.
A lo más que se llegó fue a restaurar, a instancias de la Cátedra de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid y gracias a una subvención del Ayuntamiento, la estatua yacente que recubre el sarcófago. A raíz de esta reforma, en 1979 se procedió a abrir el arcón en el que, según la tradición, descansaban los restos del conde con objeto de ser estudiados. Se encontraron un cráneo en perfecto estado de conservación y algunos huesos, todo ello envuelto en un paño rojo, y dos documentos: uno dando fe del traslado del cuerpo desde la Colegiata de Santa María a la Catedral Metropolitana, y otro, de 1677, copia del primero para atestiguar su autenticidad. A todo lo dicho hay que sumar su Palacio Condal, convertido más tarde en Hospital de Esgueva, que se derribó en 1970, y el Cuartel del Arma de Caballería que llevaba su nombre, inaugurado en marzo de 1902 por el rey Alfonso XIII en la carretera de Madrid, que cerró sus puertas en el año 2000 y hoy está en ruina.
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