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Contemos hasta cuatro ocupaciones. Por un lado, periodistas, escritores y lingüistas. Por otro, artistas creativos e interpretativos. Una tercera pata la sustentan archivistas, bibliotecarios, conservadores, afines y ayudantes. La cuarta pared de la habitación la conforman profesionales y técnicos del mundo artístico y cultural. Un ... quinto elemento sería la cómoda etiqueta de 'otros', donde oficios diversos (arquitectos, ingenieros, mecánicos u operarios) se vinculan en algún momento al ámbito cultural, si bien no dedican a esta área el grueso de sus esfuerzos. Con todos ellos, en España suman hasta 690.300 personas dedicadas a la cultura, de acuerdo con un informe publicado por el Ministerio a partir de datos de la Encuesta de Población Activa de 2018. De esas personas trabajadoras, en Castilla y León podemos encontrar 23.400, cuatrocientas más que el pasado año en la región y en torno a un 2,4% sobre el total de empleo cultural nacional. El perfil medio se dibuja nítido: varón, de entre 25 y 55 años y con formación superior.
Nuestra comunidad es la tercera mejor posicionada en aquellos territorios donde el empleo cultural ha crecido este último año (solo por detrás de Andalucía y Canarias) y la séptima contando aquellas que, aun cosechando descensos en algunos casos notables, siguen por delante en valores absolutos (Madrid, Cataluña, Galicia y País Vasco): «Es lógico que en todos los países desarrollados, con los sectores de producción ya estructurados, el del servicio sea algo fundamental», advierte el fotógrafo artístico Ángel Marcos: «La cultura es también riqueza, por cuanto aporta a la gente capacidad para entender las cosas». Esta tendencia de crecimiento la observa como solo el principio de una tendencia: «El trabajo en la cultura es mano de obra alta en proporción a otros sectores, porque no son empleos que podamos delegar en máquinas, y la sociedad de ocio y turismo cultural nos lleva a pensar que iremos a más». La apuesta de las instituciones públicas también juega un papel importante a ojos de Mónica Cañibano, técnica media en Bibliología y Archivística del Ayuntamiento de Valladolid y trabajadora en el Centro Cívico Zona Sur de la biblioteca municipal Rosa Chacel: «El ascenso en número de empleados demuestra el valor que depositan en la cultura».
Formación superior
El mito del artista o escritor que deja sus estudios para dedicarse por completo a la cultura no se cristaliza en España: un 69,3% del total de trabajadores cuentan con educación superior (un aplastante 81,3% en artistas y escritores), por delante del 17,7% con nivel de formación secundaria y el 13% de formación aún menor. A ojos de Cañibano, esto explica por qué el grueso de las personas que se dedican a la cultura se encuentran en la franja de edad de entre 25 y 55 años: «Hasta esa edad uno está estudiando, es universitario». Es esta una percepción que también comparte el profesional del mundo cultural Enrique Cornejo, responsable del Teatro Zorrilla: «Hay una inquietud en la cultura de la gente joven al término de especializarse en los estudios; eligen algo vinculado a la cultura: aquí hay mucho nivel y cada vez podemos ver a más gente trabajando en todos los niveles y con mejor preparación».
Brecha de género
El estudio también arroja algunos datos sobre el porcentaje de trabajadores frente al de trabajadoras en el cómputo nacional de empleo cultural: 52 de cada 100 escritores, artistas y bibliotecarios son hombres. Mirando a la ocupación de profesionales y técnicos del mundo cultural, la distancia se agranda: solo un 32% son mujeres.
Con todo, estos datos sorprenden a los entrevistados: «Pensé que la distancia sería mucho mayor», afirma Ángel Marcos, para quien «en el mundo del arte la percepción que se desprende es que la desigualdad es aún más pronunciada». La escritora Irene DeWitt se considera «privilegiada» por no haber sufrido, según su experiencia, discriminación alguna, si bien no niega que esta exista, más aún en el ámbito en el que se mueve: la poesía. «En las antologías es donde más se nota, porque la presencia de mujeres es escasa, si bien ahora se está luchando contra ello gracias a una corriente de magníficas novelistas y autoras que, con sus obras, consiguen que se nos reconozca cada vez más». No obstante, sigue notando que la participación de la mujer en actos culturales es «inferior».
Al margen de los datos recogidos por la Encuesta de Población Activa, la percepción de cada una de estas personas, como representantes de la ocupación desglosada por el Ministerio de Cultura, dibuja distintos mapas sobre los obstáculos que se encuentran para acceder a un puesto de trabajo de estas características, además de las oportunidades de futuro que brindan las nuevas configuraciones de la sociedad o las demandas del público en su ocio cultural.
DeWitt señala que «en la manera de estructurarse la industria editorial, el escritor o el poeta no es siempre el más valorado». A las dificultades tradicionales de encontrar un editor, quien apueste por tu trabajo o que la calidad de aquello que uno escribe merezca la pena, se suma ahora el factor de la presencia en redes: «Tiene calado en el sistema el número de seguidores que tengas, es como un dato objetivo para que tu trabajo tenga éxito de cara a la industria».
Cañibano apunta, por su parte, al desconocimiento que tiene la gente sobre el sector laboral de cara a trabajar en la biblioteca, «no se sabe ni se va a ver si hay oferta o no». En el ámbito del teatro y la cultura general, Cornejo encuentra el problema de que «las instituciones, en un desarrollo no sé si natural, se adentran en terrenos que no son los suyos: y hay que crear canales de cultura establecidos, por gente culta y vocacional, sin que cambie cada cuatro años». Marcos también señala a esta problemática: «Una comunidad como la nuestra tiene escasa brillantez en este sentido, los museos funcionan bien, se han hecho muchos eventos, algo que empieza y acaba en sí mismo, pero faltan políticas culturales que vayan más allá: que los artistas capacitados se establezcan en un circuito y aprovechen alguna de las muchas infraestructuras que tenemos abandonadas para desarrollar sus capacidades creativas».
A todo ello suma Marcos un segundo problema: la deslocalización de gente formada que se va por falta de oportunidades en la región: «Eso tiene sus repercusiones en el tejido productivo, el cultural y en el propio concepto de identidad». Pero aún hay esperanza para el futuro: «Castilla y León tiene la capacidad y los recursos de crear una serie de políticas culturales sensatas, atrevidas y que sitúen al territorio en el mapa».
Por su parte, Cañibano incide en el inmenso trabajo que desde los centros cívicos municipales se lleva a cabo para acercar las bibliotecas y el fomento de la lectura a la ciudadanía, en una gestión en red que desde hace un año les coordina con las bibliotecas de la Junta de Castilla y León y que incluyen actividades como cuentacuentos, clubes de lectura, visitas escolares o cursos de escritura creativa, entre otros. Para DeWitt, por otro lado, «numerosos grupos poéticos facilitan las posibilidades de crear comunidad para dedicarse a la poesía, y aunque las instituciones apoyan bastante la cultura deberían mantenerse aquellas ayudas a los proyectos que llevan a cabo determinadas asociaciones, que desarrollan propuestas eficientes para una realidad más tangible».
Finalmente, como profesional del mundo cultural, Cornejo juzga que «la cultura es imparable, forma parte de la educación y la gente puede adquirirla con muy pocos medios». Para el responsable del Teatro Zorrilla, «hoy tenemos tanto que no sabemos con qué quedarnos, y la cultura tiene que ir a más: la sociedad progresa y no va a dejar de hacerlo en este ámbito».
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