La poliédrica figura de Miguel de Unamuno, escritor, intelectual, profesor, político, y una de las figuras más influyentes de su tiempo, no deja de depararnos sorpresas. Y una de ellas ha sido descubrir que, durante su exilio en París, conspiró con otros expatriados españoles para ... propiciar la caída de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, de la que fue el más decidido opositor. En ese grupo de conspiradores estaban, entre otros, el conde de Romanones, el novelista Blasco Ibáñez y el periodista y político liberal Santiago Alba, además del propio Unamuno y el dueño del local donde se reunían.
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Nacido en Zamora y criado en Valladolid, Alba había comprado en 1893 El Norte de Castilla convirtiendo el periódico en la gran referencia liberal de Valladolid y su entorno. Pero en el momento de su complicidad con Unamuno se había convertido en uno de los principales damnificados del régimen autoritario instaurado en España. «Fue la gran víctima de Miguel Primo de Rivera», asegura el investigador Jean-Claude Rabaté.
Las actividades 'conspirativas' del exrector salmantino se mencionan en el último gran trabajo dedicado a su figura, 'Unamuno y la política. De la pluma a la palabra', editado por la Universidad de Salamanca y coordinado por el matrimonio Jean-Claude y Colette Rabaté, hispanistas franceses y persistentes investigadores de su figura. Ambos llevan décadas dedicados a «reivindicar» a aquel que no dudan en calificar como «el más importante intelectual del siglo XX en España y, probablemente, también en Europa». O, por decirlo en terminología actual, el que posiblemente fue el mayor 'influencer' político de su tiempo.
Era sobradamente conocido que Miguel de Unamuno estuvo exiliado en París, entre 1924 y 1930, y que allí coincidió con otros españoles que se encontraban en su misma situación, pero no ha sido hasta muy recientemente que se ha conocido el testimonio de un policía francés, a su vez poeta, que se refería a unas supuestas 'reuniones conspirativas' de los exiliados españoles en la trastienda de una tienda de ultramarinos situada enfrente del hotel Novelty, en el que el escritor y polemista se alojaba.
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«El que se encontró con ello fue el periodista Agustín Remesal, que quería escribir una novela sobre Unamuno en su destierro», explica Jean-Claude Rabaté. Un día el zamorano le llamó muy exaltado y le dijo: «La realidad supera a la ficción», y le relató su hallazgo de un artículo de 1930, el año de la caída de la dictadura y del retorno a España de los exiliados, donde se habla de una 'conspiración' contra el régimen de Miguel Primo de Rivera.
«Como él finalmente renunció a la novela, nos cedió muy amablemente el descubrimiento y nos pusimos a investigar para confirmarlo», explica Colette Rabaté. Y hallaron en la Casa Museo Unamuno de Salamanca una carta del dueño de aquella tienda, Manuel Cortés, un republicano exiliado, que, justamente en 1930, le escribe al exrector salmantino evocando aquellas reuniones compartidas en la trastienda. «Hay confirmación suficiente para considerar verídico el relato del policía, pero seguimos investigando para añadir más datos».
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«La capital francesa se convierte en una especie de plataforma en que se vale de su notoriedad y sus contactos para realizar un trabajo de zapa destinado a desacreditar la dictadura, a ganarse apoyos extranjeros», explican los Rabaté en su libro 'Unamuno y la política. De la pluma a la palabra', que recoge los documentos (fotos, artículos, cartas y otros textos) que conformaron la exposición del mismo título que pudo verse en la Universidad de Salamanca entre los meses de octubre de 2021 y marzo de 2022. El libro es, en rigor, el catálogo de aquella notable muestra, si bien acaba de ser presentado públicamente el pasado jueves.
Fruto de aquellas actividades clandestinas fue la edición del semanario 'España con honra', del que se editaron 37 números entre 1924 y 1925. Las principales firmas, y las más constantes, eran las de Miguel de Unamuno, Vicente Blasco Ibáñez y Eduardo Ortega y Gasset. Editado en Francia, pero distribuido de forma clandestina en España, fue un medio opositor a Primo de Rivera.
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La encarnizada oposición entre Unamuno y el general, una animadversión que era mutua, es la materia prima del libro en el que trabajan actualmente los Rabaté. Hay que recordar que el prestigio personal del autor de 'San Manuel bueno, mártir' se apoya en gran medida en su decidida oposición a la dictadura de Primo de Rivera, así como también a la guerra de Marruecos.
Años antes se había opuesto muy activamente a la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial, con una inequívoca posición aliadófila que le granjeó muchas simpatías entre la prensa y los intelectuales de izquierda de Francia y otros países europeos. Ya antes había tejido una primera red internacional de contactos gracias a su condición de presidente de la Liga Española de Derechos del Hombre, pero se amplió tras su pronunciamiento contra la neutralidad española. «El prestigio internacional de Unamuno es enorme», explica Colette Rabaté. De hecho, todos los grandes intelectuales franceses de la época lo conocen y se refieren a él como 'el Víctor Hugo español'.
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La actividad epistolar de Unamuno es gigantesca y casi cuesta concebir cómo pudo compatibilizarla con una actividad articulística y como conferenciante no menos importante. Y eso sin contar su labor literaria, ensayística y profesoral. Tuvo más de 9.000 corresponsales distintos, de todo tipo y condición. Desde gente humilde que le escribía para contarle las cosas o pedirle algo, hasta personalidades de la cultura de todo el mundo. La edición de este epistolario por la USAL es el gran proyecto del matrimonio Rabaté. El primero de los ocho volúmenes previstos ganó el premio a la mejor edición universitaria, el segundo está terminado pendiente de publicación y trabajan ya en el tercero.
«Unamuno fue un símbolo. El símbolo de la resistencia contra las formas autoritarias. Símbolo también de la democracia y de libertad personal e independencia», explican los Rabaté. Y no alcanzó esa condición gratuitamente, sin penalidades, pues además de los exilios, los ataques personales y las destituciones que sufrió como rector, «fue el escritor más censurado, vigilado y castigado».
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Y fue emblema de una visión liberal de la política, que se basaba en la toma en consideración de las ideas de los demás, ya fuera para incorporarlas o rebatirlas. «Estaba convencido de sus verdades, pero no negaban que los demás pudieran tener las suyas». Quizás por eso, le afectó profundamente asistir al deterioro del diálogo político en esa II República a cuya instauración tanto contribuyó.
Con un historial como el que acabamos de relatar, ¿cómo es posible que pudiera apoyar el golpe militar de Francisco Franco? Este es un episodio que contribuyó a deteriorar su imagen en esa izquierda republicana que tanto lo admiró. Pero la actitud del ex rector salmantino es más comprensible de lo que pueda parecer.
La primera explicación tiene que ver con el desconocimiento que Unamuno, como la mayoría de los españoles, tenían de la verdadera naturaleza del golpe militar. Hoy sabemos que existía desde el primer momento la intención de sustituir el sistema parlamentario por un régimen autoritario, pero en esos primeros compases no estaba tan claro. Franco había sido un militar leal a la República -la defendió de la Revolución de Asturias- a quien Miguel de Unamuno consideraba sensato. Jean-Claude y Colette Rabaté están convencidos de que probablemente creyó que el golpe del 18 de julio, como otros antes en la historia de España, tenía como objeto poner orden en una República que se había ido deslizando hacia el brutalismo político y el desorden público.
Una República que muy pronto decepcionó al rector salmantino. Su actividad periodística y como conferenciante revela una actitud de rechazo hacia la radicalización de las izquierdas, así como una firme oposición al «hitlerismo» y al «fascismo» italiano, así como a quienes pretendían emularlos en España. También debió pesar en su ánimo -abatido además por el reciente fallecimiento de su hija y de su esposa- los ataques a las iglesias y a los religiosos. Y es que, aunque Unamuno había sido muy crítico con la Iglesia -llegó a decir que había que descatolizar España para cristianizarla- era un gran defensor de la civilización cristiana, que veía amenazada por la deriva general del mundo.
Todo ello le llevó a respaldar el alzamiento inicialmente, pero su apoyo duró muy poco, apenas unas semanas, pues enseguida fue descubriendo la naturaleza represiva del nuevo régimen que se estaba gestando. Su malestar lo plasmó inicialmente en unos textos privados –'En el torbellino' y «El resentimiento trágico de la vida'- que no llegaron a publicarse, y que sólo se dieron a conocer hace unos años. Pero su discrepancia afloró de forma pública y notoria en la celebración de la Fiesta de la Hispanidad en el Paraninfo salmantino, donde clamó que «vencer no es convencer». Después de aquello su posición personal quedó muy comprometida y para cuando la muerte le llegó el último día de 1936 ya había dejado por escrito su rechazo radical de aquellos a quienes habían apoyado.
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