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Sansa mola. Y punto

Sansa mola. Y punto

La superviviente por excelencia de 'Juego de Tronos' -con perdón de Danerys- ha alcanzado la madurez y la sabiduría necesarias para ser una gobernante excelente

M. E. García

Valladolid

Jueves, 28 de septiembre 2017, 21:17

Colecciona millones de 'haters' en todo el mundo. La explicación a su odio es que es una niña ñoña, sosa, preocupada más por los vestidos y los pastelitos de limón que de llenarse de barro y empuñar armas como su hermana. Sansa es, según muchos, la más aburrida de sus hermanos vivos. No estoy de acuerdo.

Y aquí, es que la arriba firmante puede que se sienta identificada con ella y por eso, resulta imposible odiarla. Un ejercicio de sinceridad y de memoria. Volved a los 12-14 años. Recordad como crecistéis con las películas de Disney que enseñan príncipes azules y finales felices. Chicas con vestidos perfectos y preciosos que sueñan con una libertad que solo puede llegar a través de un tío. Por suerte para las nuevas generaciones eso está cambiado, pero en los noventa y los ochenta las películas infantiles todavía eran así.

Recordad cómo os recordaban que debías ser una buena niña. Una que no grita, no llora, no protesta, no se mancha, no pide. Una niña que debe estudiar. Siempre perfecta, siempre ejemplar. Sansa es la hermana mayor por lo que la presión sobre ella es superior a la de Arya que no tiene tantas obligaciones sociales como Sansa por lo que la permisividad tampoco es la misma.

Ahora extrapolad eso a un mundo medieval y fantástico. Canciones con gestas heroicas, con caballeros resplandecientes sobre corceles que cortan el viento. Cuentos con finales felices, damas rescatadas para ser reinas que comen perdices. Y ahora imaginad que vivís vuestra infancia y parte de la adolescencia rodeadas de unicornios y confeti. Un mundo de piruleta. Una educación destinada solo a ser una reina. Vestidos, clases de costura, pastelitos de limón y sueños junto al fuego. Imaginad como se tiene que imaginar el futuro cuando llevas toda tu corta vida soñando con ese príncipe que un día vendrá a salvarte de tu hogar frío y gris para llevarte a la capital llena de caballeros valerosos, damas elegantes, sol y fiestas.

Ahora imaginad que el príncipe es Joffrey.

Imaginad que esa niña finalmente alcanza su sueño y todo es perfecto. A Sansa le cuesta entender que la vida no es como le han enseñado, pero no es su culpa. Ha estado demasiado protegida, demasiado 'educada', entre nubes de algodón. El bofetón de realidad es el que le propina el que hubiera sido su marido con su maltrato. Por si fuera poco, Cersei se ocupa de bajarla de las alturas -la batalla de Aguasnegras es un cursillo acelerado-, precisamente porque ve en Sansa a ella misma.

Y así es Sansa, encadenada por los roles de su género para los que parece que está fabricada a medida. Nunca se ha rebelado contra ellos. Es una niña buena, ñoña si se quiere. Paradigma de mujer maltratada, violada y ninguneada. Sansa es una víctima o más bien una superviviente y todo sin ninguna habilidad especial: no tiene dragones, no es la asesina de mil rostros, no es una guerrera, solo es una chica educada en la burbuja de un castillo para ser una dama. Jamás pensó que tendría que casarse con un enano, ni con un psicópata que la violaría en su noche de bodas -y deberíais leer esa noche en el libro-. Decepciones, abusos de todo tipo y con media familia asesinada Sansa cambia su manera de pensar y actuar de manera radical.

Se le echa en cara que su parte es la menos emocionante de los hermanos supervivientes Stark y, sin embargo, a mi siempre me ha divertido mucho más que Jon, que Rob, que Bran, o que Theon (Sí, los considero Stark). Su evolución es mucho más evidente que la de Arya y Jon (a Bran lo dejo a parte porque ni siquiera es la misma persona). Sansa se convierte en una mujer que quiere ser independiente, tener el poder, mandar -como Cersei- y lo hace de una manera tremendamente eficaz. Sansa ha conseguido deshacerse de sus propios deseos y ensoñaciones para ser alguien completamente nuevo y mejorado aunque mucho más triste. Es lista e inteligente, conoce a los demás precisamente porque los ha sufrido como nadie.

Su conversación con Jon cuando reciben el cuervo de Cersei lo refleja a la perfección:

- La admiras

- Ella me enseñó muchas cosas

Ese 'conocer' a los demás le hace adelantarse a lo acontecimientos. Ser capaz de planificar todas las salidas para todas las posibles reacciones. Por eso llama a El Valle, porque sabe como es Ramsay, sabe que va a ganar La Batalla de los Bastardos y a pesar de que Jon -siempre tan héroe- insiste en librar la batalla él solo y perder Sansa toma su propia decisión y recupera Invernalia. Ella es la verdadera artífice de la recuperación de su hogar y es ella quién debería gobernar El Norte.

Meñique le explica que debe hacer si quiere ganar: «No luches tus batallas en el norte o en el sur sino en tu propia mente. Todo el mundo es tu amigo, todo el mundo es tu enemigo. Todo ha sucedido así alguna vez y así nada te sorprenderá». Pero eso es algo que Sansa ya aprendió antes de que él se lo contara en otro de esos 'mansplannig' que se marca con la pelirroja que escucha, calla y aprende. Que te subestimen en un mundo como el de 'Juego de Tronos' es una gran ventaja.

Mientras otros estarían pendientes de los 'temas de estado' más elevados o las estrategias de la guerra ella perfila un plan para sobrevivir al invierno: preparar los graneros, racionar la comida, ordena forrar las armaduras... sería así como el gobierno de gestores nombrado en tiempo difíciles. Ella nunca se haría la heroína como Jon o como Rob, no merece la pena morir.

Su relación con Arya nunca fue buena. Y es que son las dos caras de una misma moneda. Arya rompe los roles de género desde que nació, Sansa vive encadenada a ellos con 'gusto'. Por eso, cuando llega en momento en el que Meñique las enfrenta Arya no es capaz de comprender todo el dolor, la tristeza y la decepción que ha sufrido su hermana. Sin embargo, el simple hecho de compartir sangre -y que hayan exterminado a media familia- es suficiente para que Arya se controle a pesar de que deja entrever algo de envidia: «y tú ahí con tus vestidos bonitos».

Que sean las dos las que derrotan y matan a Meñique -Arya le degüella pero son las dos las asesinas- obedece a una coherencia narrativa irrebatible. Con la muerte de su principal mentor, aunque no el único, Sansa se libera y se alza como una mujer adulta, una luchadora, una estadista.

Puede que todo lo que subyace en el 'odio' que tanta gente le profesa a Sansa sea eso que nos hace echar la culpa a las mujeres maltratadas de su propio maltrato. El 'Por qué no hizo nada', el 'por qué no denunció', el 'por qué no se marchó'. La dependencia emocional que ha sufrido solo se ha visto cercenada por una decepción tras otra y no decepciones del siglo XXI sino medievales.

Y yo, que en el fondo -muy en el fondo- debo ser una romántica solo espero que vuelve a encontrarse con El Perro ese personaje violento capaz de reconocer la belleza y la inocencia e ir un paso más allá: querer conservarla. A él le debe la vida y después de tantos varapalos es de esperar que Sansa aprecie lo que hizo por ella: la salvó de una violación y protagonizaron una de las despedidas más tensas y emotivas de la historia. Y lo que pagó Sansa por no marcharse con él.

Ahora ha vuelto a su hogar y los Stark se han reagrupado. Bran (o lo que queda de él) Arya y ella comparten Invernalia esperando a la vuelta de Jon que viaja hacia su reino acompañado de Danerys. De ella Sansa también podría aprender unas cuentas cosas porque recordemos que la Madre de Dragones ha sufrido, violaciones, ha sido vendida como esclava, ha sufrido los abusos de su hermano y ha ido conseguiendo sus metas: llegar a Poniente con un ejército para recuperar el trono de su padre. Ahora le falta la definitiva. Pero eso, es otra historia.

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