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No hace falta ser un estudioso para anticipar que en la octava temporada de Juego de Tronos va a morir mucha gente. Asesinatos a tutiplén. George R.R. Martin, el autor de la saga, ha demostrado ser un escritor de los que matan mucho ... y espectacularmente. Eso sí, hay una pregunta que se podrá responder a partir de esta noche: ¿Se atreverá a matar a Arya Stark y jugarse su matrimonio? Porque la esposa de Martin le amenazó con divorciarse si la mataba: «Ella tiene un personaje favorito y ha amenazado con dejarme si lo mato, así que tengo que ser muy cuidadoso con eso», contó en una ocasión, antes de que Maisie Williams (Arya Stark) explicara que ese personaje favorito era el suyo.
Un estudio llamado 'Mortality and survival in Game of Thrones', publicado en 2018 en la revista 'Injury Epidemiology', aseguraba que 186 de los 330 personajes analizados habían fallecido en las siete temporadas. «Más de la mitad de los personajes más relevantes han muerto», señalan los autores en sus conclusiones. Aunque George R.R. Martin no es responsable de todas, porque la ficción televisiva ha tomado caminos diferentes a la literaria, calcularon que el tiempo medio de supervivencia de un personaje es de 28 horas y 48 minutos de serie.
Y cómo mueren. «Las heridas en la cabeza y el cuello provocaron 137 muertes, el 73,7%, incluidas 13 decapitaciones», describe el informe.
¿Por qué se mata tanto? Pues para empezar porque el concepto de héroes y antihéroes ha cambiado mucho en las últimas décadas. Rubén Abella, escritor vallisoletano que imparte talleres de escritura, cree que esa evolución arranca en los 70. «El cambio ocurre con la posmodernidad, que es un movimiento cultural que nace en los años 70 en Estados Unidos y Francia, basado en el escepticismo. Empiezan a aparecer héroes que no son los clásicos, incorrompibles, indestructibles, sino que son poco fiables, o débiles, o el antihéroe. Personajes mucho más humanizados a los que les pasan cosas que les suceden a las personas que no somos héroes y eso los hace más héroes aún».
A Spiderman, por ejemplo, «le sacuden y le duele», explica Abella.
césar pérez gellida
César Pérez Gellida, que es un gran 'matador de personajes', tiene claro que «en Juego de Tronos tienen que morir todos, no tiene que quedar ni Tyrion». Y desde esa apuesta personal no es extraño que le guste que «los personajes principales desaparezcan». En eso, incluso, se adelantó a la tendencia que marcó la emisión de Juego de Tronos. «Desde el principio me llamaba la atención esa posibilidad porque en el momento en que consigues, como autor, tener al lector enfrentado, porque él sabe que el que toma la decisión de matar al personaje es el autor de la obra, consigues para bien o para mal esa conexión que necesitas. Es una forma de provocar al lector para estrechar una conexión que es muy difícil crear, sobre todo en literatura».
Alguna vez se ha deslizado que George R. R. Martin tiene sus personajes favoritos, incluso se especula con que el final de los libros, que aún está por escribir, diferirá del audiovisual por ese motivo. Y Pérez Gellida admite que es así. Que hay personajes que atrapan. Incluso a veces de manera imprevista. «No escribo con un guion ni estructura previa, sino que parto de una idea y la desarrollo y le doy margen a los personajes y voy tomando decisiones», contextualiza. «En 'Memento Mori' tenía previsto que un personaje debía morir en el primer capítulo en el que aparecía porque entra en la ruta de Augusto Ledesma. Para que no pareciera una muerte banal le doté de cierta personalidad, y me ganó. No solo consiguió salir vivo de esa escena y de la siguiente, sino que fue un personaje que consiguió sobrevivir a las siguientes novelas. Por el vínculo conmigo y por lo fácil que me resultaba interpretarlo», admite. «Sin embargo hay otros de los que por falta de empatía me tengo que deshacer y no estaba previsto. O por algún motivo, porque condicionan la trama, porque me molestan en el desarrollo...».
Rubén Abella, que se considera «un matón medio» y deja la sociopatía de personajes para los autores de género, que «suelen matar más»; prefiere no llegar a la muerte en algunos casos. «A mis personajes, aunque muere alguno, les pasan más cosas graves que llegar a la muerte porque no hay más allá en la ficción y me interesa saber, cuando me invento una trama, cómo siguen viviendo los personajes una vez que les ha pasado algo vitalmente serio. Tiendo a mantenerlos vivos, pero la muerte siempre está presente», dice.
La decisión de matar tiene consecuencias para el escritor. Robert Kirkman, autor del cómic 'The walking dead', también llevado a la pantalla, asesina tanto o más que la ficción televisiva. Incluso lo hace de un modo más brutal, si cabe, al dirigirse a una audiencia más concreta. En un momento dado decidió que uno de sus personajes femeninos más relevantes debía morir. Le dedicó un número entero, el 167, con un dramatismo único, y escribió en la última página una carta a los seguidores para explicar por qué lo había hecho. «Lo siento por los fans y por mí. Siento que he matado a un amigo cercano. Las muertes en esta serie nunca son a la ligera, nunca suceden con ánimo de celebración». Cuenta que esbozó el capítulo durante un viaje de avión, con una libreta y un lápiz. Allí, rodeado de extraños «que seguramente pensaban que estaba escribiendo la lista de la compra», asegura que «al dibujar algunas escenas» se emocionó y empezó a llorar.
rubén abella
La respuesta a eso parece obvia. Robert Kirkman podía haber escogido no matarla. «Al fin y al cabo, estoy al mando de esta historia. Pero a veces siento que no. Esta fue una de esas veces. No me gusta. No lo quiero. Quiero que A. viva. Quiero escribir más historias con ella». Y sin embargo, aclara a continuación: «No sé por qué tenía que ocurrir esto... Pero sé que tenía que ocurrir».
Rubén Abella considera, pese a este último ejemplo, que «hay una diferencia muy grande entre lo que significa para los escritores, que llevan mejor la muerte de los personajes, y para los lectores. Establecen una relación emocional con los personajes. Esa unión emocional se rompe a través de la muerte y es un poco como que se muera alguien cercano», explica. «El lector no ve la tramoya que hay detrás de la novela y el escritor sí y tiene una visión más técnica. El lector, a lo largo de las páginas, conoce gente, sigue sus vicisitudes y la muerte cae como una pérdida para él. Y para los lectores entregados es una no continuación de la vida, se acabó el disfrute de la lectura».
Y tal y como le ha ocurrido a Kirkman, hay ocasiones en que la frustración de los lectores desemboca en tener que dar explicaciones. A Pérez Gellida aún le requieren por la desaparición «de un personaje principal que hacia la mitad de la novela muere de forma inesperada en 'Memento Mori'». «¡Se publicó en 2013 y todavía me siguen pidiendo explicaciones! Porque la gente empatiza con determinados personajes y los hace suyos. Que ese personaje desaparezca en una muerte violenta les cuesta y eso es una gran señal, es excelente. Es que algo he hecho bien», presume.
Lo de que a George R.R. Martin le pueda costar el divorcio el asesinato literario de un personaje no suena tan estrafalario, después de todo. Rubén Abella recuerda bien la muerte de un personaje suyo por entre todas las demás. Sobre todo por lo que le supuso familiarmente. En una de sus obras el protagonista muere. No es sorprendente, afirma, «casi se anuncia desde la primera página». Sin embargo, su madre no lo soportó. «Mi madre, que ya murió, cuando leyó la novela lo pasó fatal porque asociaba al personaje con uno de mis hermanos, y al leerlo sufrió». Y nunca más volvió a coger ese libro. Una última advertencia para George R.R. Martin.
El escritor, en cierto modo, puede llegar a ser un dios justiciero. «Hay un tipo de narrador, de voz que cuenta la historia, que es el omnisciente, como todas las novelas de García Márquez, que lo saben todo de sus personajes. El narrador omnisciente es lo más cercano que hay a Dios, de manera que dentro de la novela el escritor se erige como dios dentro de esa novela y los personajes son marionetas de las que sabe todo, los maneja, etc. Y la muerte es casi un acto divino, lo mato porque puedo, literalmente», explica Rubén Abella. A César Pérez Gellida ese instinto de deidad ejecutora le lleva a escoger las muertes en función de su afinidad con los personajes. «Si tú quieres que uno de los personajes con los que has empatizado tenga un final digno lo planificas, lo piensas y le das vueltas. Si es un personaje con el que no has llegado a conectar, se te ocurre una forma de hacerlo y listo. Y si has llegado a odiarlo, porque es siniestro, porque representa lo que no te gusta, le das una muerte violenta, dolorosa y espectacular». Abella admite que «hay una cierta tendencia a matar y a saldar cuentas con otras cosas de la vida». «Una de las prerrogativas de ser escritor es que en la ficción te puedes dedicar a matar gente y da mucho gustito», comenta con sorna. Aunque en ocasiones puedan llegar indultos a posteriori, que para eso el escritor-dios es dueño del tiempo y el espacio. «Tenía un personaje que me condicionaba demasiado el desarrollo de la trama y no tuve otra alternativa que cargármelo. En ese momento adquirí el compromiso de recuperarlo en otro horizonte temporal y por eso surgieron 'Todo lo mejor' y 'Todo lo peor', protagonizados por Armando Lopategui en sus años jóvenes», cuenta Gellida.
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