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Hay museos que entran por la vista. Los hay en los que además tenemos que prestar atención con el oído y luego, los que se dejan tocar. Pero hay museos también que te envuelven en fragancias mágicas, museos que transportan a la infancia y a ... los que el visitante, transmutado bien en el Hansel, bien en la Gretel de los Grimm, se enfrentan al desafío de intentar superar, no sin muchos esfuerzos, la tentación de morderlos.
Y el Museo del Chocolate de Astorga es uno de estos centros que se integran en el subapartado de museos para comérselos, sección precaución ojo a los antojadizos, que echó a andar en 1994, con unos fondos reunidos por un coleccionista particular, José Luis López, pero que desde 2005 es de gestión municipal. En 2015 se trasladó a su ubicación actual, un palacete construido en 1911-12 por encargo de un industrial chocolatero astorgano en el periodo del esplendor de la fabricación de ese producto en tierras maragatas.
Pero el vínculo de Astorga con el chocolate se remonta más atrás, ya en el siglo XVII, como recuerda la envidiable –y envidiada– directora del Museo, Elvira Casado, ya hay testimonios de una tradición del tratamiento del producto en la ciudad y su entorno. Incluso hay referencias al producto en 1545, cuando Hernán Cortés acordó con Pedro Álvarez Osorio, marqués de Astorga, el casamiento de su primogénita María Cortés de Zúñiga, con el heredero de dicho marquesado, para lo cual se comprometió a dotar a la novia con cien mil ducados de oro, pagaderos en cinco plazos y en parte con cacao. La boda no llegó a celebrarse, pese a que el primer plazo ya había sido satisfecho, pero, cosas de ricos, esa es ya otra historia.
Volviendo al chocolate. El marquesado de Astorga ligó su prosperidad al producto, cuyo suministro se encargó de tener siempre asegurado a través de los puertos de Sevilla y A Coruña. Y en los primeros tiempos, el cacao era un producto reservado a clases privilegiadas, nobleza y alto clero y que se beneficiaba de la categoría de alimento que no quebrantaba el ayuno en cuaresma.
El cenit de su producción industrial se alcanza en 1925, con la presencia de 52 fabricantes de chocolate y más de 400 factorías y marcas. Este carácter de potencia industrial de la ciudad y su comarca ha dejado muchas huellas en forma de una maquinaria muy característica en la fabricación del producto –que originalmente era manual, a brazo–, descascarilladoras, refinadoras, y también multitud de etiquetas y folletos publicitarios cuando aquellas herramientas del marketing pionero eran auténticas obras de arte. De toda esta maquinaría, especialmente representada por el metate, esa piedra cuadrada en la que se molían los granos del cacao de los recipientes y que fue un utensilio común en todos los hogares maragatos, de los anuncios de las fábricas astorganas pero también del resto de España, y de aquellos cromos que se incluían con cada tableta de chocolate o se cambiaban por etiquetas, con colecciones de arte, de zoología, de todos los reyes de España... hasta de los cuentos de Calleja. Todo un universo envuelto en el aroma cálido de un producto que, como su museo, es irresistible.
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