![La compañía vallisoletana XYK Singers representó 'Circa' en el jardín de la Casa de Zorrilla a partir de un escenario de guiñol.](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202107/11/media/cortadas/ta-kNgF-U140991881362IIE-1248x770@El%20Norte.jpg)
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El formato camerístico, la pequeña escala, es la marca de identidad más inequívoca del teatro de calle. Caben excepciones claro. Y en esta edición ha habido varias que han surcado los cielos con espectáculos de gran formato dirigidos a públicos amplios. Pero lo común es ... la pequeña escala, la cercanía, la proximidad, incluso la modestia de planteamientos. El reto es extraer emoción de unos elementos y recursos limitados. De esto hemos visto mucho en esta edición del festival vallisoletano.
La compañía vallisoletana XYK Singers, por ejemplo, monta su show 'Circa' a partir de un escenario de guiñol, unas guitarras, unos elementos de atrezo mínimo y mucha imaginación. Ayer, en el jardín de la Casa de Zorrilla, el público pudo descubrir su capacidad para combinar la música y la canción con el teatro, la magia, el mimo, las marionetas y un sinfín de recursos escénicos en una propuesta simpática, divertida, ingeniosa y desenfadada.
De igual modo, Lucas Escobedo, con 'Paura', apuesta también por un espectáculo para niños, o para el niño que todos llevamos dentro, construido a base de un grupo de instrumentos, cuatro actores músicos y unos elementos mínimos (unas sillas que se rompen, unos huesos…). Con esos mimbres montó en San Benito una vitalista y dinámica comedia musical, con elementos payasescos, en torno al miedo. «El miedo expulsa el amor y la humanidad que llevamos dentro», fue la moraleja mínima en un espectáculo blanco y bien elaborado.
Y por completar la oferta de circo para niños, La Maquiné, roza el virtuosismo con 'El Circo de los Valientes' al recrear un circo con sólo un puñado de elementos: una carpa, unas marionetas, dos personajes y un elefante tímido que al fin se anima a salir a escena articulado por uno de los dos actores. Con esos mimbres mínimos, ingenio y un poco de imaginación asistimos a escenas de magia, malabarismo, acrobacias, espectáculos con animales, humor, música… No funciona siempre bien el ritmo, el enlace de unas partes con otras, pero la propuesta sorprende, sobre todo, por lo lejos que llega a partir de sus modestos recursos.
El homenaje a Eduardo Cuadrado que este año rinde el festival tuvo su segundo capítulo –tras el bellísimo, delicado y emotivo espectáculo 'El jardín del náufrago', de Claire Ducreux, otra joya camerística del festival– en el trabajo 'Náufragos y máscaras', del saxofonista vallisoletano José Luis Gutiérrez. La música prima en esta propuesta, como cabía esperare, pero Gutiérrez se ha esforzado por construirle un marco teatral, una escenografía, que, aunque a veces evolucione con excesiva lentitud, enriquece su obra con una diversidad de elementos.
El músico ha querido sumarse a esa idea de orfandad y soledad humana que define la actitud artística de Cuadrado, plasmada sobre todo en sus esculturas de 'náufragos', y ha optado por concretarlo en el mundo de la inmigración. En un momento de la función irrumpe una sinfonía de voces con las que Gutiérrez compone su retrato sonoro de la insolidaridad e insensibilidad. «No tienes papeles. Márchate. No te queremos». «Vallas más altas». «Eres ilegal. No eres de este rebaño». «Está prohibido. No molestes». «Más mano dura. A la puta cárcel». «Esta es mi casa y aquí mando yo». «No es mi problema». En otros momentos se oyen los llantos de un niño entremezclados con la música.
Si este planteamiento teatral apela en exceso a emociones muy básicas, la propuesta musical de Gutiérrez es de muchos quilates. Hay una primera parte en la que las frases surgen entrecortadas, como agónicas, como si fueran la respiración de un alma cansada que, a duras penas, y poco a poco, logra hilvanar las notas. En la segunda, esa respiración musical es más fluida, más amable, sin dejar de estar atravesada por una conciencia dolorida, y culmina en una hermosa versión de 'As time goes by'. Música de gran belleza, esencial, depurada, sin exceso de adornos ni retórica.
Camerísticas son también dos propuestas de danza que han podido verse en el festival. 'Gorpuztu', de Eva Guerrero, es un solo de baile crispado, convulso, desencajado y frenético, que se enriquece de la interacción con un pequeño grupo de música vocal que interactúa con la protagonista. No es difícil detectar la reflexión sobre 'el animal que llevamos dentro' que parece ser uno de sus asuntos. En esta línea hay fogonazos de brillantez, como cuando la bailarina, Garazi López de Armentía, evoca la figura de una mantis religiosa. Pero resulta mucho más difícil identificar los elementos relativos a las religiones y sus rezos, que, al parecer, forman parte también de la propuesta.
Más allá del indudable esfuerzo físico de la protagonista, que en su proceso de reencuentro con su ser termina quedándose casi desnuda en escena, se impone la belleza de la banda sonora, una música de gran personalidad, a medio camino entre ciertas sonoridades folclóricas y la música vocal clásica, que, además, es interpretada en directo.
Elementos mínimos también en la oferta de Andrés Marín, 'En la hora encendida', que pudo verse, al igual que la anterior, en el claustro del Museo Nacional de Escultura. Inspirado por la versión en ballet del 'Preludio para la siesta de un fauno' de Debussy, Marín, con el acompañamiento de Lucía Vázquez, ofrece una lectura de la obra, en clave de flamenco, que incide en la dificultad del encuentro de la ninfa y el fauno. Un flamenco, en todo caso, marcado por la búsqueda formal, en el que los reconocibles ritmos de taconeo clásicos se ven acompañados por evoluciones ajenas a la estética tradicional de este estilo.
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