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Huir del manido recurso a los monólogos y del modo famoseo festivo. La gala de los Premios Max aspira a romper con los tópicos al uso de las ceremonias de los Oscar de Hollywood o, por cercanía, de los Goya del cine patrio. Con 'La ... fiesta de la libertad' por lema, la atmósfera de la ceremonia con la que el 20 de mayo se distinguirá en el Teatro Calderón a los mejores espectáculos, compañías e intérpretes del año pasado en la escena española estará impregnada de referencias a títeres, música, danza, cabaret y homenajes con Castilla y León como territorio de tradición y modernidad.
El guion y la dirección llevarán el sello personal de Ana Zamora, fundadora de la compañía segoviana Nao D'Amores, referencia en la investigación y recuperación del teatro barroco y renacentista. Y como maestro de ceremonia oficiará el actor vallisoletano Fernando Cayo, veterano ante el telón y la cámara, curtido en cuarenta obras de teatro, 26 series de televisión y 24 películas.
En ese territorio y con estos protagonistas principales se desenvolverá la XXII edición de los Premios Max de las Artes Escénicas, organizada por la Fundación SGAE con la colaboración del Ayuntamiento de Valladolid y que reunirá a los nombres más destacados de la creación teatral en una gala que por primera vez se celebra en Castilla y León. Será también una oportunidad para dejar constancia del poder creativo de la comunidad en un ámbito en el que colectivos como Artesa –voz de una quincena de compañías de teatro de la región– han solicitado a los partidos políticos la firma de un pacto por la cultura. Una iniciativa en demanda de apoyos y planes concretos ante el riesgo de quiebra de compañías veteranas que llevan años viviendo en la inercia de la precariedad y echan en falta una política definida de apuesta por la cultura.
No faltará ese mensaje de puesta en circunstancia de un sector que sigue demandando una rebaja del IVA del 21% al 10%, aunque desde diversos ámbitos se apunta que la gala no caerá en el «panfletazo reivindicativo». Más bien se apoyará en la exhibición de las capacidades creativas de Castilla y León en clave de homenajes como el que se proyecta al músico y folclorista segoviano Agapito Marazuela, y a la trayectoria de los también segovianos de Nuevo Mester de Juglaría, todo ello en una velada en la que se prevén actuaciones del leonés Amancio Prada o los burgaleses del grupo La M.O.D.A.
Criada en el festival Titirimundi de Segovia y anclada a la capital del Acueducto a través de la residencia de la compañía Nao D'Amores que fundó en 2001, Ana Zamora (Madrid, 1975) practica arqueología con el teatro renacentista y medieval, rescatando textos con los que llena teatros desde una interpretación primitiva y simbólica.
Uno de sus éxitos más emblemáticos es 'Misterio del Cristo de los gascones', recreación de la ceremonia litúrgica que se representaba en tiempos medievales en la iglesia segoviana de San Justo y con la que han viajado por Europa y América desde 2007. La elección de Ana Zamora al frente del guion y la dirección augura una velada de los Max nada convencional. «Necesitaba un maestro de ceremonia como Fernando Cayo, que pudiera llevarnos de la mano con una concepción del espectáculo que tenga que ver más con lo pedagógico, con la idea de que cuando uno va al teatro pueda aprender y desaprender siendo espectador activo».
El lema 'La fiesta de la libertad' entronca también con la actualidad en precario por la que atraviesa el mundo de la escena y la reivindicación de apoyo realizada por entidades como la Federación Estatal de Asociaciones de Empresas de Teatro y Danza (Faeteda) en el último foro de Mercartes, celebrado en Valladolid en noviembre del año pasado, en el que se solicitó al Gobierno central una rebaja del IVA al 10% para aumentar un 11% más la programación. «Durante mucho tiempo se nos ha relacionado al mundo de la escena con una especie de pasatiempo y no lo somos; el teatro es un ámbito de pensamiento, de replanteamiento, de poner en cuestión las cosas; en este sentido no corren buenos tiempos, y más que protestar tenemos que ser capaces de reflexionar y hacer pensar sobre esto a través de nuestro propio trabajo en un sector en el que se hace autocensura para adaptarse al mercado y hay que pensar en ideas superiores, en que necesitamos un país de cultura».
De alguna representación de 'Cristo de los gascones' ha visto Ana Zamora salir de la función «llorando como magdalenas» a ateos y agnósticos, «lo que me parece absolutamente normal, la demostración de que hay referentes culturales a los que hemos dado la espalda en los últimos años pese a que forman parte de nuestra identidad; hace años no se podía hacer teatro sacro porque te tildaban de rancio, carca, así que hemos abierto la puerta para recordar esa necesidad no tan consciente muchas veces de encontrar respuestas que tienen que ver con lo espiritual con mayúsculas, y eso se puede hacer desde una perspectiva como la nuestra, de gente que no somos ni practicantes ni creyentes la mayoría, pero hemos aprendido a manejar con mucho respeto un material necesario para buscar un sentido más global al teatro clásico».
Entiende la dramaturga que el teatro que proponen va mucho más allá del espectáculo. «Parte de nuestra obligación es educar al público, crear espectadores activos; tenemos que hacer teatro como si se pudiera cambiar el mundo, ese es el sentido de la teatralidad, la esperanza que nos queda. Si dedicamos una existencia entera a la creación, debe ser desde el convencimiento de que esa función va a quedar en la retina de los espectadores».
Entre las actuaciones proyectadas figura la de la abulense Julia de Castro, actriz, performer, compositora y cantante del proyecto musical De la Purísima. No faltarán los espectáculos de títeres y ecos del teatro popular, ni Concha Velasco, que recibirá en su ciudad el Premio Max de Honor. Como colofón, entre las 19 categorías cinco nombres de la tierra figuran como finalistas de unos galardones que distinguen a los mejores del pasado año sobre las tablas: la compañía vallisoletana Teloncillo por su espectáculo infantil 'La granja', los burgaleses de Cal y Canto con el espectáculo de calle 'Lost dog... perro perdido';la obra 'Viaje al fin de la noche', de los vallisoletanos María San Miguel (dramaturga) y Pablo Rodríguez Santamaría (director), que opta al mejor espectáculo revelación; Lucía Miranda, también asentada a orillas del Pisuerga y autora de 'Fiesta, fiesta, fiesta', candidata a mejor autoría teatral, y los segovianos de Nao D'Amores, que con 'Comedia Aquilana' optan al mejor diseño de vestuario por el buen hacer de Deborah Macías. El talento de la tierra llenará de contenido la velada de los Max.
Fuerza de voluntad. Es la virtud que ensalza Fernando Cayo (Valladolid, 1968) de su carácter, la que le mantiene en trance para meterse en personajes antagónicos encadenando rodajes, obras de teatro y series televisivas. El tesón ha llevado a este eterno estudiante forjado en la antigua Escuela de Arte Dramático y el Conservatorio de Valladolid a rodar con J. Bayona, Ridley Scott y Pedro Almodóvar, le ha convertido en rostro reconocible en series como 'Amar es para siempre', 'la señora' o 'El Ministerio del Tiempo', y ha protagonizado 'El príncipe de Maquiavelo'entre más de una veintena larga de montajes.
Oficiará de maestro de ceremonias en la velada del Calderón diseñada en torno a 'La fiesta de la libertad', idea «muy pertinente», apostilla, «en estos momentos, porque es una libertad cargada de responsabilidad y vocación; a veces perdemos el pie con las galas, contagiándonos del espíritu de los Oscar, haciendo imitaciones de cosas que no son nuestras, por eso en esta ocasión será algo muy personal, muy de nuestra tierra; no quiero hacer una gala en la que se salga a contar chistes o monólogos como si fuera 'El club de la comedia'».
Metido de lleno en el rodaje de la tercera temporada de 'La casa de papel', se muestra entusiasmado con un estreno en Netflix que «verán 128 millones de personas en todo el mundo a partir del 19 de junio», dice sobre un proyecto en el que interpreta a un coronel de inteligencia, papel que ha preparado a conciencia a partir de entrevistas con profesionales del CNI. «He hecho un extenso trabajo de investigación, cuestión en la que hago mucho hincapié, porque si no vas preparado no disfrutas, no estás en el fluir del personaje», cuenta un actor que no tiene manías o rituales antes de actuar, más allá de colocar en el camerino fotografías de su personaje o generar un ambiente agradable con velas y olor a incienso. «Eso sí –refiere–, intento llegar mucho antes al teatro o al rodaje y hacer un buen calentamiento», .
Inquilino temporal en la mente de decenas de personajes, declina destacar alguno. «Don Juan Tenorio, Segismundo, Aarón, el siervo de Tito Andrónico.... cualquiera de los que he interpretado me ha aportado cosas distintas y me hablaba del momento psicológico y humano en el que vivía, todos me han ayudado a ser persona, a disfrutar de la vida».
El tesón es la cualidad que estima exigible a quien quiera dedicarse a la interpretación, un ámbito en el que considera que se llega con más facilidad al espectador desde la comedia: «Cuando trabajo en teatro disfruto más con la risa que con el drama, aunque haga obra dramática intento introducir elementos de comedia porque se llega más que con la lágrima».
Desde su productora Pachamama vive también la vertiente más comercial de su oficio al haber producido espectáculos como 'Salvajes' o 'La terapia definitiva', aunque esgrime que en España «el negocio es tan complicado a nivel laboral que por ejemplo con 'Páncreas', coproducida con el Centro Dramático Nacional, hicimos más de doscientas representaciones y hubo beneficios, pero no tantos; que la gente se quite de la cabeza la idea de que cuando un espectáculo va bien te estás forrando. El mundo de las artes escénicas sigue siendo un esfuerzo de riesgo privado, de dejarse la piel».
Entre los males del país le irrita la ausencia de una apuesta política en firme por la cultura. «Nos falta una revolución educativa y cultural; no vivimos la revolución francesa, ni la industrial, hemos pasado siglos de fundamentalismo católico y cuarenta años de dictadura y eso hace que nuestro nivel cultural y educativo sea inferior al de nuestros vecinos. Y no es cuestión de subvenciones; en los debates electorales ni se mencionó la cultura; eso lo dice todo».
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