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Siempre ha sido Valladolid una ciudad de tradición teatral, de asistir en su tiempo libre a espectáculos dramáticos; baste recordar que mediado el siglo XVI el comediógrafo Lope de Rueda abrió en la puerta de Santiesteban (en un extremo de la actual Cruz Verde) el ... primer corral de comedias. Pero fue en 1574, en el patio del Hospital de San José y Niños Expósitos, donde arraigó nuestra tradición por las artes escénicas. Tenemos noticias de que en la calle de San Antón, hoy Simón Aranda, el autor de comedias Mateo de Salcedo abrió con carácter fijo el Corral de la Longaniza, de corta duración.
Pero centrémonos en el teatro Lope de Vega, construido en un pispás sobre el solar que dejó disponible el convento de la Trinidad Calzada, destruido durante la ocupación francesa de 1808. El 18 de abril de 1861 abría los planos el arquitecto madrileño don Jerónimo de la Gándara y al día siguiente se inician las obras, teniendo al maestro vallisoletano don Pablo de Luis como supervisor. En menos de ocho meses, el 6 de diciembre, levantaba telón el primer teatro privado de la ciudad, propiedad de José León y Saturnino Guerra, con «El premio del bien hablar», del Fénix de los Ingenios que daba nombre al recinto, Lope de Vega. La fachada del coliseo da a la calle María de Molina, que hasta hace unos años aparecía en la nomenclatura municipal con el nombre de Boariza, y la puerta a la tramoya se realizaba por la calle recién abierta Veinte de Febrero, inaugurada en 1856 para recordar la entrada en Valladolid de las vías del ferrocarril.
Como todo escenario que se precie no tiene que olvidar la lírica, el 27 de marzo de 1862 la compañía dirigida por el Sr. Angelo Caballero Marcucci debutó con El trovador de Verdi. Tal fue la expectación que causó el nuevo teatro, que este mismo año el periódico El Norte de Castilla editó un suplemento semanal reseñando lo que acontecía en escena. Con gran expectación lírica se esperaba el estrenó de la zarzuela del maestro Francisco Alonso, La calesera (1926) con libreto de Emilio González del Castillo y Luis Martínez Román. Teniendo que colocar en taquilla el cartel de «No hay entradas». Como leemos, el auditorio y el escenario son un acierto tanto en visibilidad como en acústica.
La sala dividida en cuatro alturas: plateas, palcos, anfiteatro y el cuarto piso de paraíso, el coloquial gallinero, donde ves a medias, y no eres visto. El empaque teatral del siglo antepasado. Donde el público encuentra la novedad es en la iluminación, desaparecen las velas que son sustituidas por mecheros de gas, lo que supone una revolución al poder controlar la intensidad de la luz y poder dejar en penumbra al público asistente a la función.
El paso del tiempo supuso el inevitable deterioro de la construcción, y la reforma, con proyecto de Antonio Ortiz de Urbina en 1910, hizo sus transformaciones, mas echamos en falta del frontón que remataba el edificio, el no poder contemplar, ha desaparecido, el busto de Lope de Vega, cincelado por el escultor Ponciano Ponzano, autor del relieve timpánico del Congreso de los Diputados de Madrid.
La más importante modernización tuvo lugar el primer año de la década de los sesenta, cuando la sala celebró su cuarto aniversario de plata (1961). Pero las distracciones del pueblo, la ocupación del tiempo libre por parte de los ciudadanos, tomaban otros derroteros y las carteleras del siglo XX las llenaba el cinematógrafo. El cine imponía su ley. Así, el Corral de Comedias, luego Gran Teatro, al que hemos aludido al inicio del escrito, cerraba sus puertas y en su solar se edificaba el cine Coca.
Tengo que decir que nuestra ciudad, Valladolid, fue de las pioneras en la proyección de películas sonoras, teniendo su sede en el Teatro Zorrilla, donde nuestros paisanos ocupaban el tiempo de ocio. El teatro que nos ocupa, vale decir, el Lope de Vega, no podía ser ajeno a los cambios que se iniciaban, sin abandonar el escenario, la pantalla y la voz grabada llenaban sus butacas. Quitando la supremacía como sede de la Semana Internacional de Cine al Teatro Calderón, debido a la reforma del coliseo de la calle de las Angustias, el Lope de Vega demostró con hidalguía su buen hacer como sede principal de la Seminci. Durante cuatro años (1995-1998) su proyector disfrutó mostrando en su pantalla las mejores películas de la Semana Internacional de Cine de Valladolid. Nadie nota la diferencia. Enhorabuena.
Sirvan estas líneas como homenaje a un teatro que ha vivido tres siglos – 160 años- y ahora parece que va a entrar, es propiedad del Ayuntamiento, en un proceso de cirugía plástica y en breve será restaurado. Llegan los cambios, y esperamos que con la modernidad no desaparezca de sus camerinos la sombra luminosa de uno de sus ilustres visitantes, Jardiel Poncela. Amén.
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