Sátira frente a la ostentación

Delicados muebles propios de la burguesía, famosos licores con los que agasajar a los invitados y un gramófono que latía al son de los personajes erigieron una escenografía festiva, despreocupada y de rotunda alegría vital que transportó a la Corrala al ritmo de aquellos felices años 20 del siglo pasado. La música tejió personaje con personaje, diálogo con diálogo, escena con escena, reivindicándose como un elemento narrativo más que acentuaba la vanidad latente en el derroche, en la nimiedad de las preocupaciones de personajes de tan elevada condición y en la envidia capaz de intoxicar a todo un vecindario. Si bien, tiempo restó para reivindicar la libertad y la dignidad del individuo hallando un altavoz en el personaje de Giacinta.

Eduardo Vasco demostró una vez más que hay fuerza y verdad en el clásico en un Olmedo hambriento de esta trilogía que dejó un sabor a continuará… No lo afirma este humilde cronista, lo sancionó una Corrala entregada a un sostenido y caluroso aplauso al mérito de la compañía.