Aitana Sánchez-Gijón, en el papel de Ana.

Aitana Sánchez-Gijón, actriz

«Tengo querencia por los papeles que dinamitan la imagen de madre perfecta»

Protagoniza la obra de la trilogía de Florian Zeller dedicada a 'La madre' que llega este fin de semana al Calderón de Valladolid

Victoria M. Niño

Valladolid

Viernes, 11 de octubre 2024, 07:26

Durante este 2024 Aitana Sánchez-Gijón es 'La madre' creada por Florian Zeller, en su trilogía que ha tenido otro célebre intérprete para encarnar 'El padre', José María Pou. La actriz encarna a Ana, una mujer que se enfrenta a la disolución de su familia ... cuando los hijos se van y su marido la deja, este fin de semana en el Teatro Calderón de Valladolid.

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–¿Últimamente le persiguen los papeles de madre, los busca o es cosa de la edad?

–Una mezcla de todo. Tengo especial querencia por bucear en el lado oscuro de la maternidad, por dinamitar la imagen de madre perfecta que hipócritamente asumimos y que nos pone en un altar.Me fascina romper con ese estereotipo.

–Cada estreno de Florian Zeller se convierte en éxito por todo el mundo, ¿dónde radica su éxito?

–Me parece sorprendente que ese texto lo creara Zeller con apenas treinta años. Me llamó la atención que alguien tan joven escribiera con esa complejidad y profundidad psicológica tan perturbadora sobre este tema. Lo atribuyo a su talento.

La obra

  • 'La madre', de Florian Zeller, dirigida por Juan C. Fischer.

    Reparto. Aitana Sánchez-Gijón, Juan Carlos Vellido, Álex Villazán, Júlia Roch.
    Del 11 al 13. Teatro Calderón, 19:30 h. Entradas de 31,20 a 11,20 euros.

–Asume un papel encarnado por Isabelle Huppert, ¿indagó en su trabajo para preparar el suyo?

–No suelo ver lo que se ha hecho antes. En el caso de esta trilogía, 'La madre' es la única que Zeller no ha llevado al cine. En otras ocasiones, como en 'La gata sobre el tejado de zinc', prefiero no revisar lo hecho para sentirme más libre y que no influya en mi trabajo. En este caso, sí vi algunas entrevistas y escenas de Huppert, pero no hay grabación de la función completa.

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–Su personaje, Ana, es una madre que vive en función de los demás. ¿Pervive ese arquetipo?

–Es un arquetipo fruto de la división de roles histórica que se remonta al origen de los tiempos y que nos otorga a las mujeres esa parte del cuidado dentro de un sistema patriarcal. Se nos dice que el espacio privado es el natural de las mujeres, que su función es procrear y cuidar y eso lo tenemos incrustado en el cerebelo, incluso las mujeres emancipadas. Yo soy una de ellas pero tengo ese resorte que nos hace poner un plus. Me parece un instinto hermoso, cuidar a los demás es algo generoso, un acto de amor necesario, es lo que nos define como humanos. Pero en el caso de la madre no hay devolución, sino un desequilibrio que no se compensa.

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–«No puedo estar sola», grita Ana. ¿Es la soledad el detonante?

–Es como si Ana viviera arrastrada por mandatos de que las cosas son así, sin cuestionar nada. Como si dijera: me casé a los 22 años, fundé mi familia y al final esto me ha explotado, todos abandonan el barco, tú el primero, le dice a su marido. Entonces ¿ha merecido la pena todo esto, de qué ha servido? Eso le produce un gran vacío existencial, no se ha tenido a sí misma, solo le queda la entrega. Y ahí aparece el lado oscuro de Ana porque Zeller no nos plantea una víctima sin más sino alguien que es opresiva, chantajista, manipuladora, posesiva y cruel. Puso toda la carne en el asador por los hijos y ahora se van pero no les suelta sino que les hace sentir culpables. Conozco a mujeres así en un nivel no tan extremo, tan patológico, pero sí cercano. Creo que algo se puede reconocer en nuestro entorno y en una misma. Quizá las espectadoras pueden verse un poco, quizá en un mínimo porcentaje, un 5%, o en sus madres o en sus abuelas.

–El único asidero que la queda en su depresión es la medicación.

–Las pastillas y el alcohol con sus asideros. Hay un momento en que el hijo le pregunta que para qué sirven esas pastillas y ella le contesta que para vivir, para sobrevivir, el único mecanismo que le permite ser persona. Lo que le da la vida y a la vez se la quita.

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–¿Qué significa el vestido rojo, la segunda oportunidad?

–Siente la necesidad de recuperar la juventud perdida, lo que queda de esa que era a los 22 años. Por otra parte mantiene una relación edípica con su hijo, esa pulsión, ese deseo la hace estar viva, es algo manido por la psicología, tantas mujeres que se sienten frustradas en su relación de pareja y se sienten vivas a través de la relación con el hijo varón, y viceversa con los padres y la hijas. No llega al incesto pero esa subversión de roles está muy estudiada y es muy clara.

–Ahora que mira a los griegos, dio vida a Medea ¿ha cambiado algo del mito a la madre del XXI?

–Creo que nos movemos en los mismos parámetros. El ser humano es esencialmente el mismo. Lo único que podemos hacer es ser conscientes de donde venimos y lo que supone heredar ciertas estructuras psicológicas y sociales. Cada época tiene sus batallas y gracias a algunas políticas y poderes se hacen avances. Pero siento que hay una tendencia a volver al punto de partida.

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