La originalidad

En estos tiempos de penuria económica para las artes teatrales, el tándem Tato-Cáceres ha propuesto un espectáculo original. Primero con la figura simbólica del burro a través de obras clásicas desde Esopo a Cervantes y Juan Ramón Jiménez. Después confiando el protagonismo a un actor, acompañado de tres músicos en principio, que serán también actores. Un guitarrista acompaña siempre la acción que, a pesar de la variedad de origen, tiene cierta unidad. Representa las desgracias del animal amenazado por el fuego y la lluvia. Metáfora también de la humana, aunque no sabemos si la lluvia también será salvífica.

Un espacio único con dos trampantojos laterales y un lugar para que se sienten los músicos, tres pacas de forraje y luces manejadas con maestría. El movimiento y el gesto están cuidados y no se intenta hace una equiparación del actor y el burro, salvo en algunos detalles. El fuego se finge agitando unos trapos de colores y todo el juego depende el magnifico Carlos Hipólito, de gran sobriedad y variedad, dirigiéndose muchas veces al público como si le dictara una lección. El aprovechamiento del espacio es bueno y todo el aire de la representación cercano al minimalismo está lleno de detalles.

Es un teatro del presente, tan distinto del inmediato pasado que esta desaparecido y olvidado. Buero Vallejo, Mihura, Alfonso Sastre y demás están ausentes. La razón es dudosa. Quizás las obras de Buero traten de problemas que no son del presente, pero hay otros igualmente dignos de versión escénica, de estudio y denuncia en su caso.

El público que llenó el local aplaudió largamente. El espectáculo en su concepto era ingenioso y la constatación de que algunos actores del inmediato pasado eran muy buenos como se comprobó con Carlos Hipólito que sigue en plena forma. Una oportuna lección.

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