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Lope inventó el teatro clásico español, Tirso llevó a las tablas los maratones sexuales de don Juan, Moreto nos enseñó que al desdén se le ... responde con más desdén y Calderón hizo de la comedia una teología sacramental y de los alcaldes unos justicieros de la honra. Pero el proyecto Estilometría TSO ha venido a aplicar las matemáticas a la (hasta ahora) autoría indiscutible de nuestros clásicos del Siglo de Oro. El XLII Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, que dedica este año su edición a México, arranca en sus jornadas con una sorpresa de alcance internacional: la comedia 'La monja alférez', que glosa las hazañas de Catalina de Erauso, precursora glam, travesti corajudo y soldado violento que marchó a las Américas e hizo de su vida una odisea LGTBI en pleno siglo XVII, no salió de la pluma del discípulo dilecto de Lope e hijo de su impresor, Juan Pérez de Montalbán, sino de la del dramaturgo mexicano Juan Ruiz de Alarcón –Corcovilla para los enemigos–, quien aseguraba que había verdades sospechosas.
El propio Germán Vega, caballero de fina estampa en cuyo magisterio filológico muchos nos criamos, le tomó la palabra al escritor novohispano y sonríe al explicarnos que los 'dendogramas', los gráficos de relación y los grandes atlas de constelaciones están arrojando luz allí donde hasta ahora solo había opiniones: «La estilometría la ha mandado con las obras de Ruiz de Alarcón; después he llevado a cabo la labor filológica de buscar los ecos estilísticos y, sin lugar a dudas, es de él». Hasta ahora se había ignorado un documento fechado en Málaga en 1627 en el que el empresario de comedias Manuel Simón dice que desde el día de Reyes hasta el comienzo de la cuaresma se van a representar treinta y seis piezas distintas, entre ellas 'La monja alférez', de Juan de Alarcón. Otro de los impresos añade que «Representola Luisa de Robles», una pista que todos habían pasado por alto y que para Vega resultaba fundamental.
«La comedia la interpretó en su momento Luisa de Robles, comedianta y empresaria, que era una mujer muy aguerrida. Se llegó a arrojar desde una maroma en 'El Anticristo' porque su marido no se atrevía», explica para aclarar cuán adecuada era la actriz para aquel furibundo personaje que mataba a sus rivales en las riñas de juego sin pestañear. La comedia, que en su versión impresa se guarda en la Biblioteca Nacional, es una desglosada de la década de los años treinta del siglo XVII. «Por la manera de utilizar las palabras y por la forma de manejar las ideas, además de los trescientos momentos relacionables directamente con el corpus de veintitrés comedias del mexicano, apuntan a su autoría», indica Vega, director además del festival Olmedo Clásico. Con sus cuarenta y seis versos octosilábicos, sus automatismos y sus más de ochenta versos emparentados que encontramos en el corpus del autor novohispano, hoy sabemos por el abundante número de concurrencias y repeticiones que nuestros genios tenían que escribir deprisa. «Hoy podríamos decir que Ruiz de Alarcón está en el canon por delante de Pérez de Montalbán, pero este era el autor de moda del siglo de Oro; murió joven y es muy posible que su padre, Alonso Pérez, impresor, le atribuyese a su hijo obra que no era de él, como 'El examen de maridos', en realidad de Ruiz de Alarcón».
El sueño de Germán Vega, detective de comedias olvidadas que yacen ocultas en archivos y bibliotecas, es encontrar dos comedias burlescas de Calderón, 'El Quijote' y 'La Celestina', que pertenecen al ciclo de otra obra suya, 'Céfalo y Procris'. El follón de las atribuciones viene provocado por el descuido de los propios ingenios de la Corte de los Austrias. «En 1680 a Calderón le piden un año antes de morir un listado de sus obras y disponemos de dos: el de don Francisco Marañón, presentado a Carlos II, y el del duque de Veragua: lo que él intenta es una lista aseada de su repertorio porque estos dramaturgos, como Lope, vendían sus obras y se quedaban incluso sin una copia para ellos», indica el investigador. Imaginemos por un momento a un clásico reescribiendo otros clásicos que en su época ya merecían una parodia.
Catalina Erauso, después de apurar hasta las heces una vida airada, novelesca y distinta, falleció en Cotaxtla, Nueva España, hacia 1650. Ignacio García, dramaturgo y director del Festival de Almagro, cree que estamos ante una oportunidad de oro para estrenar un Ruiz de Alarcón más, ampliar vínculos con la América hispana y reforzar el camino de ida y vuelta de nuestro barroco. Él ya lo tiene muy claro: «La monja alférez ha regresado de México».
El periplo vital exagerado de Catalina de Erauso y Pérez Galarraga (1585 o 1592-1650?), mujer de armas tomar, militar, monja y escritora dada al travestismo, ha inspirado una gran cantidad de versiones novelescas y cinematográficas. Para un acercamiento a su controvertida y poliédrica figura resultan imprescindibles, además de sus memorias, 'Historia de la monja alférez doña Catalina de Erauso' escrita por ella misma (1626), los ensayos biográficos de Ignacio Tellechea o Luis de Castresana. Pero de entre todas las versiones descuella la escrita por Thomas de Quincey, 'La monja alférez' (1847), que apareció en los números de mayo, junio y julio de ese año en el 'Tait's Edinburgh Magazine' y que ha publicado Pre-Textos en traducción de Luis Loayza. En el celuloide destacan dos filmes homónimos: el dirigido por Emilio Gómez Muriel en 1944, con guion de Max Aub e interpretado por María Félix, y el de Javier Aguirre, estrenado en 1987, con la grandísima Esperanza Roy, y que se basa, precisamente, en la versión romántica de De Quincey.
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