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Lola Herrera nació en Valladolid, en 1935, la misma ciudad en la que lo hizo Carmen Sotillo, en 1966. Los destinos ... de actriz y personaje se unieron en 1979 y hasta hoy. Este fin de semana debían volver las dos al Teatro Calderón en el año del centenario del amigo de la primera y el creador de la segunda, Miguel Delibes.
«Esto solo te ocurre una vez en la vida, un personaje que dé tanto de sí, que te siga entusiasmando en cada función, al que siempre se pueda añadir algún matiz. Redescubro a Carmen cada vez que me encuentro con ella. El mérito es de Miguel que, aún con su apariencia de anodina de mujer tradicional, la dotó de ese trasfondo que permite tantas lecturas», explica Lola Herrera.
Preguntas y respuestas
Como contaba el pasado domingo Ramón García en este diario, la pequeña Lola hizo sus primeros pinitos de plañidera cuando le relataba a su madre los velatorios del barrio. «Teníamos una banqueta doble y sobre ella hacía la función completa. Le explicaba cómo estaba el muerto, cómo venía el coche de caballos con penachos, cómo gritaban y lloraban, cómo se despedían desde el balcón, eran casas bajas y se oía todo», cuenta la doctorada en soliloquios.
Esta gira es una prolongación insospechada de la que celebró en 2016 cuando la obra cumplía medio siglo. «Primero iban a ser cuatro semanas, luego ocho. Después había que cortar porque estaba comprometida con otra obra, 'La velocidad del otoño', con Juanjo Artero. Pero como los teatros seguían pidiendo 'Cinco horas con Mario', Jesús Cimarro la programó para después del año y medio de la otra gira. Es una obra que despierta entusiasmo. Me ha superado en el afán por cumplir, siempre he hecho giras inacabables. Al principio creí que esta función estaba ya amortizada. Y resulta que la disfrutan ahora tres generaciones, jóvenes que no han leído a Delibes y que hacen su lectura de este texto desde su conocimiento de la España de hoy. Resulta curioso y gratificante saber que tres generaciones lo disfrutan de forma distinta».
Aquel «proyecto loco en el que nadie creía» anudó las vidas de José Sámano, Josefina Molina y la de ella. «Había un entendimiento, un afecto, un comulgar de nuestras ideas sobre la profesión que no es nada frecuente. Todos los días echo de menos a José (murió en octubre)».
Ha hecho televisión, cine, hasta dobló un verano a Liv Ullman, entre otras, «pero el teatro es lo más gratificante. No se parece a nada, no se puede explicar». Considera que el teatro español «es de una gran fragilidad, le afecta todo, también este virus. De vez en cuando se pone malito, pero siempre vuelve, se reinicia. Estamos en un buen momento, hay buenos directores y actores. No creo que se pueda abrir al 50% del aforo, al menos los teatros privados necesitan los ingresos». Madre de actriz, Natalia Dicenta, recuerda que su generación «ha batallado contra viento y marea para hacer teatro siendo autodidactas. Los de después han estudiado, han nacido con la televisión, gozan de más campos de trabajo, sin embargo, lo tienen más difícil porque hay muchos más. Aunque siempre depende de cómo se venda el género; hay quien tiene puesto y vende lo que no tiene, y gente que no sabe vender lo que tiene».
No se considera ambiciosa, no se ha marcado metas «he ido haciendo lo que me ha ido llegando» y así espera seguir. A la actualidad le encuentra un único aliciente; «que la sanidad se convierta en una prioridad».
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