El problema fundamental del espectáculo es que poco nos dice a los espectadores de hoy. Los manipuladores y figurones de nuestro presente son más siniestros que este botarate de don Diego que es tonto y resulta burlado. Clásica historia de enredos amorosos, amos y criados ... y final feliz. Un verso especial, cómico a veces, y nada nuevo, salvo el hacer teatro con una profesionalidad que evidenciaron los ocho actores en papeles que reparten el texto banal y puntillan con nitidez en las palabras y gestos. Hablamos de profesionalidad. Desde el vestuario de época logrado hasta la interpretación.
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La adaptación de Doria se basó en cuadros breves que se iban sucediendo con fluidez y ritmo, aunque faltara algo de imaginación en los detalles. Una puesta en escena clásica que nos trajo al Moreto de antaño. Nada que objetar. La obra no tiene esa transcendencia que nos hace al clásico actual, pero es un icono de un estilo de época puesto al día, reconstruyendo al tiempo su propia época. Un figurón atemporal se afirma en el programa de mano. Hoy son una pesadilla social. La versión consiguió unidad y ritmo, que es lo que se pedía, y el público aplaudió con calor. Jornadas intensas de clásicos, en varios lugares, que recuperan un patrimonio esencial al que debe darse nueva vida.
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