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Él encarnaba personajes y los dirigía, ella creaba la escenografía y pintaba. 'El teatro de los Quintana-Maroto. Una historia de amor' reúne testimonios y material gráfico sobre Juan Antonio Quintana (1939- 2022) y Mery Maroto (1943-2019), nacidos en Zaragoza y en Zamora, ambos ... agitadores de la vida cultural vallisoletana desde los años sesenta. Un homenaje que cobra forma en una publicación de 347 páginas en la que su hija Lucía Quintana Maroto y Laura Pastor González han reunido testimonios y abundante cartelería, fotografías e ilustraciones que dan cuenta de la efervescente actividad que ambos artistas llevaron a cabo, él sobre las tablas como actor y director; ella,como escenógrafa, pintora y escultora.
Por la obra editada por el Ayuntamiento, la Junta de Castilla y León, la Diputación y la Universidad de Valladolid, desfilan testimonios de quienes los trataron o con ellos realizaron montajes y vivieron experiencias en el arte o el trato amistoso más cercano. Un pasaje especial del libro coordinado por el Centro de Publicaciones del Ayuntamiento es el dedicado al Aula de Teatro de la Universidad y el Teatro Estable de Valladolid –pilares de ambos Juan Antonio y Mery– cuando el mundo de la escena en España pugnaba por abrir nuevos caminos, mirando a la escena independiente que hacía de las tablas pequeños reductos de libertad. Ramón Serrada, actor y director teatral, apunta en el libro un puñado de anécdotas e impresiones sobre una época en la que la puesta en escena de 'La sexta generación de los Habsburgo', de A. Poveda, y 'El mágico prodigioso', de Calderón, abrieron nuevos circuitos teatrales, lo que permitió mostrar «nuestro trabajo en festivales nacionales e internacionales».
La docencia y su dedicación al teatro marcaron la vida de Quintana hasta que en 1998 la serie 'Ana y los siete' le abrió una ventana de popularidad que se replicó en otras producciones televisivas. «Con Juan Antonio, a cada 'corten' le seguía una carcajada rotunda por parte de todo el equipo, que se las veía y se las deseaba para aguantar la risa mientras se estaba filmando», relata en su texto el escritor y cineasta Santiago Lorenzo, que le conoció en 1985, cuando se le acercó a darle ánimos «tras perpetrar yo una función teatral muy accidentada». Años después, Lorenzo le dirigiría en 'Un buen día lo tiene cualquiera'«en la que se lució –asegura– como una máquina de comicidad automática».
También hablan los homenajeados a través de los escritos que dejaron. En uno de ellos, ilustrado con óleos y esculturas en piedra, confesaba Mery Maroto que «necesitaría otra vida más, porque con esta no tengo suficiente: Ya soy mayor y no sé si la lucidez estará conmigo siempre. Si la lucidez se pierde no hay nada que hacer; como mucho emborronar papeles o lienzos, y quizá en mi caso, dibujar en los baldosines de la cocina de mi estudio, que también son blancos».
El libro recoge también bocetos de .figurines diseñados para la escenografía de 'El retablo de las maravillas', entre otras obras, un trabajo que, en opinión del crítico teatral Fernando Herrero, «fue esencial para que el teatro, el teatro no rutinario pero sí creador, fuera ya el normal y aliento para los que lo continuaron». También se añaden reseñas de críticas teatrales publicadas en prensa a propósito de obras como 'El abanico de Goldoni', representado por Corral de Comedias.
En la recopilación del material escénico aparecen carteles diseñado por Mery Maroto, como el la de la obra 'Las caníbales', de M. Domínguez Tavira, Premio Teatro Breve de la Caja de Ahorros Provincial de Valladolid, representada por Teatro Estable de Valladolid, también con la participación actoral de Quintana. «Se conmovía y agitaba en cada papel que hacía, pero al ser también el director en tantas ocasiones, si veía algo que no estaba a la altura o que necesitaba ser corregido, con un ánimo docente envidiable paraba la escena y con extrema paciencia, enmendaba el error, adiestraba, repetía y encauzaba la secuencia, sin perder un ápice de su humor estable», escribe la actriz Pilar San José.
El actor Carlos Domingo rememora las charlas en la casa familiar del matrimonio. «El trabajo, y Mery lo sabía muy bien, no tenía fin. Ella ponía en esas cenas, casi diarias, además de sus aportaciones artísticas, todo el cariño y la sensibilidad. Sentarme a su lado en la cocina y nuestras conversaciones mientras preparaba la cena –relata– fueron un placer que nunca he olvidado».
Curtido en el Aula de Teatro de la Universidad de Valladolid, el alcalde Óscar Puente recuerda en su texto que «Juan Antonio y Mery eran personajes antagónicos y, a pesar de ello, o quizá por ello, absolutamente complementarios». Y ensalza que más allá de teatro, de ambos aprendió «valores y recibí enseñanzas sin las cuales hoy no sería quien soy; aprendí que el talento se pule y se potencia a través de mucho trabajo, y que es solo entonces cuando alcanza su plenitud».
Que Juan Antonio Quintana estaba lleno de «improbabilidades» lo cuenta el actor vallisoletano Diego Martín. «Con las calzas y la gola de Harpagón puestas, sacaba una manzana de su bolsillo para pelarla delante del público. Cada día en los cientos de representaciones que de 'El avaro' de Molière realizó, el cuchillo recorría la fruta, despojando la piel en un solo corte, delante del resto de lo actores, admirados ante la regularidad y exactitud de la humilde pirueta».
El propio Juan Antonio habla en el libro a través de extractos del pregón que impartió desde el balcón de la Casa Consistorial en las fiestas patronales de 2006. En ellos recordaba que «todo Valladolid es teatro. (...) Desde los misterios celebrados en la catedral hasta las arquitecturas efímeras de los recibimientos reales».
Como «fan del patetismo» define el autor y director teatral Alfredo Sanzol a un Quintana a quien se recuerda sobre todo por su interpretación de 'El avaro'. «Antes de la enfermedad, Quintana ya caminaba por la calle haciendo un personaje como de Azcona, una especie de señor mayor simpático y desgarbado, despistado y escurridizo, que cuando abría la boca no daba puntada sin hilo, pero ese personaje desaparecía cuando se subía al escenario y se convertía en lo que le diese la gana».
Hay también lugar en la publicación para que el miembro de la RAE Luis María Ansón se declare deslumbrado por la interpretación que Quintana hizo de 'Yepeto', y para que el etnógrafo Joaquín Díaz glose sus colaboraciones con el matrimonio.
El actor Juan Echanove hace votos por la continuidad de la «saga de los Quintana Maroto» a través de su hija Lucía, «toda una primera actriz» y del gen «que corre por ahí porque estoy seguro de que el hijo de Lucía y Alfredo Sanzol, Juan Sanzol Quintana, nos proporcionará grandes tardes de gloria; y si hablamos de Alaia Martín Quintana.... eso va a ser un torbellino indómito como su padre y radiante como su madre».
Agradece Lucía Quintana Maroto a las instituciones involucradas en la publicación del libro y remite los orígenes de su afición interpretativa a tantas ocasiones en las que vio 'La zapatera prodigiosa' de Lorca entre bambalinas de presencia familiar. «Me la aprendí de memoria, de seguido, toda la obra entera con ella saldría al escenario a los 11 años en una gira por Estados Unidos», cuenta rememorando lo que fue su debut en el estado de Wisconsin.
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