José Luis Gómez.

José Luis Gómez: «El Cid fue educado en la decencia, una palabra de poco uso hoy en día»

El actor y dramaturgo representará el viernes 26 y el sábado 27 la adaptación teatral de 'Mío Cid' en el Calderón, en la primera versión del poema en las tablas

David Felipe Arranz

Valladolid

Sábado, 20 de marzo 2021, 08:29

El académico y dramaturgo José Luis Gómez ha llevado el poema épico fundacional de nuestra lengua a las tablas en 'Mío Cid'. En el vallisoletano Teatro Calderón, los espectadores podrán disfrutar los próximos viernes 26 y sábado 27 de marzo de lo que el maestro ... Gómez ha llamado «juglaría para el siglo XXI».

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En la poesía épica, su carácter asertivo, el triunfo de los valores reconocidos colectivamente y que portan los héroes hacen que los vínculos entre un cantar heroico y la vida real sirvan para reconstruir un mundo que ha desaparecido. El 'mago' Gómez resucita aquel espíritu medieval y propone nada menos que un viaje a la lengua castellana del siglo XI, en toda su pureza y comienza por reconocer que en Valladolid se cuida especialmente de nuestro idioma.

–¿Por qué se trae Mío Cid a Valladolid?

–Es una ciudad muy especial para mí. Conocí El Norte de Castilla de la mano de Miguel Delibes y profeso una gran amistad con Fernando Herrero, crítico de cine y teatro del periódico. Los vallisoletanos cuidáis el español y ha sido Valladolid la primera ciudad que ha respondido a los contactos que hice para dar a conocer este montaje, gracias especialmente y al director artístico del Teatro Calderón, José María Viteri, hombre de buen hacer, conocimiento e intuición profesional. También al consejero de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León, Javier Ortega, a quien contacté igualmente y respondió de inmediato, a diferencia de otros, quizás por su condición de haber sido director de la Fundación Miguel Delibes y sus antecedentes formativos; me ha prometido además su asistencia al espectáculo, así como un encuentro personal. Es muy curioso que las instituciones españolas gubernamentales, comunitarias y locales no le dediquen especial reconocimiento ni atención a nuestra lengua, que como es bien sabido llamamos también castellano, y eso ha ocurrido precisamente también en Castilla y León. La lengua española es el mayor patrimonio que tiene España, es intangible y es el más valioso e imperecedero, cuya proyección internacional fue fruto de un azar histórico protagonizado por Colón.

–Define esta obra como un «trabajo de juglaría». ¿Hay algo del 'labour', del 'trabajo de amor perdido' en sentido shakespeariano?

–Es en el teatro donde se enuncia con mayor sonoridad y mayor sentido la lengua que nos vincula, pero paradójicamente es el teatro el que sufre mayor descuido y desatención institucional, siendo la dedicación al teatro una 'trabajera' interminable, porque su vehículo es el ser humano y su principal portador es el actor, cuyo trabajo es incesante y de por vida porque el intérprete se perfecciona como persona para dar lo mejor de sí mismo con los años. Nunca se había llevado antes el cantar al teatro y es la primera vez que se hace en la versión del castellano medieval original, con la supervisión de Inés Fernández-Ordóñez de la RAE, con la que hicimos no pocos descubrimientos. Su ausencia en la escena era una perfecta anomalía y la obra viene a colmar ese hueco ostentoso. En origen esta obra formaba parte del proyecto 'Cómicos de la lengua' que coprodujimos con la RAE y que reunía un conjunto de actuaciones sobre textos clásicos de nuestro idioma.

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–Colin Smith en La creación del poema de 'Mío Cid' asegura que el autor del cantar «fue el hacedor, el creador», un poeta, un creador del que todavía nada se sabe. ¿Cómo se lo imagina?

–El autor del cantar hace un despliegue de facultades y talentos que nos deslumbran hoy y solo sé que es un gran creador literario: me importa poco quien fuera en concreto –un hombre culto de gran formación o un juglar sin ella– y sí el hecho de que fuese un hombre al que solo cabe saludar desde el corazón.

–¿Ha visto 'El Cid' de Anthony Mann?¿Se imagina a Rodrigo Díaz de Vivar como Charlton Heston o más bien como un caballero de Burgos?

–Vi la película con gran interés, cuando de adolescente empleaba muchas horas en fabricar espadas de madera que rompía en las esquinas de la pensión de mis padres: me he ensoñado cabalgando junto a Rodrigo Díaz de Vivar por las fronteras de la Reconquista… Es una película honesta y el trabajo de los actores encomiable, aunque me imagino al Cid como un infanzón de la baja nobleza con recursos relativos, tierras más bien escasas y en gran parte ganados por meritocracia: «Con afán gané Valencia/y hela por heredad». Fue un hombre de la baja nobleza educado en la decencia, que se ha convertido en una palabra de poco uso hoy en día.

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–¿Quiénes son los juglares de hoy? ¿Podríamos considerar a los raperos urbanos y antisistema de hoy los epígonos de los juglares medievales?

–Me resulta difícil identificar a los raperos urbanos como los sucesores de los juglares medievales. Yendo a lo actual, en mi opinión estos disturbios no son manifestaciones de la libertad de expresión porque, por ejemplo, Pablo Hasél, tiene causas pendientes con la justicia. La juglaría es, en realidad, un precedente del actor: el juglar tenía que transitar rápidamente de un suceso a otro y en eso conecta el 'Mío Cid', con la escritura posdramática o con un pintor expresionista, apelando de continuo a la emoción. El trabajo del juglar era el de narrador, que desemboca en la novela, y el de comediante, que evoluciona hacia el teatro.

–Cada vez está más claro el origen de la obra como un producto literario y no como la fortuita acción de una tradición antiquísima. ¿Qué posibilidades para un actor ve en el texto del poeta original?

–Mi formación académica fue estrictísima: si no hubiese tenido este entrenamiento, si no hubiese frecuentado el alemán ni otras lenguas europeas, no hubiese podido desarrollar destreza articulatoria ni emitir distintos fonemas. En mi formación temprana me refugié también en las disciplinas físicas, el mimo, el trabajo de la actitud física que aprendí en el Instituto de Arte Dramático de Westfalia, en Bochum, y después en París con Jacques Lecoq. Desarrolló una técnica que él llamaba de 'decidor-contador', algo muy próximo a la juglaría y que después traspasa a Dario Fo, su amigo y compañero. Mar Navarro, asesora de movimiento en la obra y a la que me traje en el primer momento de La Abadía desde París a Madrid, me ha hecho refrescar todos esos conocimientos de antaño. Y la dramaturgia la ha desarrollado Brenda Escobedo, que es una maestra de la elipsis, algo esencial para poder trabajar con un texto como el de Mío Cid, cortando sin mutilar y que se pueda seguir el hilo perfectamente. También hizo conmigo la versión de Celestina que interpreté años atrás y que devolvió al texto el castellano de la época, sin actualizar. Con este espectáculo, en definitiva, queremos devolver a Mío Cid a su verdadera naturaleza.

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–Por último: el castellano del siglo XI no es el de la lengua española del siglo XXI. Sin entrar en detalles filológicos y generalizando, ¿se habla bien nuestra lengua en España, en nuestra sociedad?

–No, no se habla bien el español en la política ni en la comunicación y sería deseable una mayor atención a nuestra lengua. Es cierto que el del cantar de 'Mío Cid' no es el español de hoy. Cuando yo pronuncio el castellano del cantar es como si despertara a los bisabuelos de las palabras que hoy llevamos dentro; y ya no hablo de etimología, de saber los fonemas, sino de sentir las palabras, de habitarlas, de estar detrás de ellas: «De los sos ojos tan fuertemientre llorando», «haber sabor» que significaba «tener ganas» o «e sus fijas amas a dos» y que hoy simplemente decimos «ambas». Superada la primera perplejidad, los jóvenes, por ejemplo, entienden bien el castellano medieval si uno lo articula bien, deteniéndose en las palabras a fin de que el espectador detecte la huella de la palabra antigua en la de hoy. Es una aventura apasionante y revitalizadora, da mucha vida: no olvidemos que en el 'Mío Cid' resuenan todas las lenguas de España que aún están vivas porque se han seguido hablando, como el catalán, el valenciano, el galaico-portugués, hay ecos del bable, del navarro-aragonés, del vascuence, etc.

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