El Palacio del Caballero de Olmedo acogió la versión de 'La Celestina' de Eduardo Galán, dirigida por Antonio Castro Guijosa. Comienza con una suerte de final alternativo en que el atribulado Pleberio dialoga con la puta alcahueta al propósito de los motivos que enderezan a ... Melibea a tan penoso y trágico final. Después de eso, la historia que todos conocemos, la que Fernando de Rojas compartió amablemente con el público en los últimos latidos del cuatrocientos, y con la que se cambiaron tantas y tantas cosas, entre ellas, la forma de hacer literatura, marcando todo un punto de inflexión en las letras hispánicas.
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Es así porque en la obra sucede algo que hasta el momento no tenía parangón, que los criados desplazan a sus señores del centro del relato, erigiéndose como protagonistas. Así la 'Tragicomedia de Calisto y Melibea' pasó a ser conocida por el nombre de la vieja urdidora de enredos (a la postre fatales). Al margen de ello, la pieza atesora una riqueza literaria sin igual, radicada en factores varios: la elaborada parodia de la Cárcel de amor sampedrina, las alusiones al 'De remediis' de Petrarca, la consagración de un arquetipo actancial —imitado pocos años después por el autor de 'La lozana andaluza'—, nexos con el Corbacho de Martínez de Toledo, una gama variada y nutrida de refranes, etc. La puesta en escena del texto nos permite reflexionar sobre asuntos de vigente actualidad. Pongamos por caso el infame asesinato de Celestina, una sorprendente Anabel Alonso, a manos de Sempronio y Pármeno, ejemplo de las locuras a las que nos podemos ver abocados por nuestras apetencias, en relación con el poderoso caballero del que nos habla Quevedo.
El relato primigenio ofrece una galería de viñetas donde asoman la envidia, el sexo desenfrenado, la glotonería, la risa, la murmuración, etc., motivos que, a fin de cuentas, facilitan mucho el asunto. Todo estriba sin embargo en la manera en que se exploten ciertos recursos, y en la presente ocasión no se puede sino concluir que la situación se ha resuelto a las mil maravillas, pues los elementos arriba referidos fueron convertidos en efectivos catalizadores dramáticos.
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