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Asistir a una clase de improvisación teatral de Impro Valladolid es una experiencia singular. Los alumnos saltan, se retuercen, estiran sus músculos de mil y una formas al ritmo de la música, hacen muecas y se revuelcan por el suelo… Podría ser tentador pensar que ... se trata de gente con algún problema en la cabeza. Y es muy probable que lo tengan, un problema de rigidez, de timidez, de miedo al qué dirán, pero los ejercicios físicos -y también otros juegos verbales- buscan, justamente, ayudarles a superarlo. Es una forma de entender el teatro como juego, que, al mismo tiempo, implica tomarse muy en serio el juego. «Es difícil imaginar la cantidad de cosas que se abren sólo por ponerse a saltar», explica Emilio Seco, actor y profesor de impro.
«Te ayuda a liberar lo que tienes dentro y me gusta como reto intelectual», admite Ana Álvarez, con apenas cuatro meses de experiencia. «Se trata de dejar el miedo, los complejos y el perfeccionismo en la puerta y dejarte fluir. Venir a clase es un subidón», añade Eva Mansilla, otra de las alumnas nuevas de la escuela. Elena Barriuso completa la panorámica: «Es una forma de disfrutar la vida y aprender a conocerse a uno mismo».
Actualmente, alrededor de 80 alumnos, repartidos en ocho grupos, cursan estudios de repentización teatral en la escuela '11 Filas', la rama formativa de 'Impro Valladolid' que es, al mismo tiempo, una compañía dirigida por Berta Monclús, alma mater de todo el proyecto. Berta era una abogada que se acercó al teatro para vencer sus miedos y ganar seguridad escénica en las salas de vistas y que finalmente cambió la toga por el escenario. Y que convirtió su nueva pasión en un centro creativo que ha sido capaz de resistir el tsunami del Covid y salir vivo del empeño.
Tres miembros de la compañía actúan hoy en la Sala Experimental del Zorrilla (20 horas) con 'El show de Impro', acompañados con música en directo, también improvisada, de Aníbal Sinovas, que fue avisado con apenas unos días de antelación y decidió saltar en marcha. Algo muy impro. Y el 19 repetirán ya en la sala grande, a la misma hora, en compañía del grupo Bloody Mary. Tras años de llenar el recinto 'camerístico' con dos y hasta tres actuaciones al mes, en enero dieron el salto a la sala principal, con mucha mayor capacidad de público. Todo un desafío para actores acostumbrados al calor de la proximidad.
«En el fondo, en todos hay una búsqueda de algo, consciente o inconsciente», les dice Berta Monclús a sus alumnas. «Estáis en búsqueda y nuestra labor es activar vuestra intuición para que lo encontréis». La clave, a su juicio, es «no tener miedo a decir nada o sentir nada, porque el espacio es seguro». En la impro no hay reproches, ni críticas, ni juicios, si acaso sugerencias para hacerlo mejor porque, como explica una de las actrices de la compañía, Ana Carretero, «en la impro vale todo, pero no cualquier cosa». «Las vísceras de cada uno son el material de creación», explica la directora. «El artista debe saber qué tiene dentro y revisarlo todo el rato».
El ambiente de confianza es fundamental si se quiere romper el miedo al ridículo y que los alumnos -quizás futuros actores- se abran. Hay una cierta catarsis en este proceso que fue lo que atrajo a Eva Mansilla. En su caso acudió para superar una situación personal de cierta crisis emocional. Ahora, la impro le sirve para vencer otra de sus limitaciones: la timidez. Con todo, los estudiantes saben que una cosa es el espacio del aula y otra el mundo real, donde rigen otras normas, pero lo que aprenden encuentran también cierta aplicación en su vida. «Hay que ser más emocionalmente correctos que políticamente correctos», explica Ana Álvarez. «Trabajas realidades de tus adentros que sacas fuera y eso te lleva a ver el mundo de otro modo. Por ejemplo: aceptas con más naturalidad la imperfección».
No es fácil imaginarse cómo puede hacerse teatro sin un texto previamente determinado, salvo que se haya visto. La estructura teatral son apenas unas pautas, unos andamios sobre los que los actores despliegan su ingenio en un trabajo de equipo que se basa en la complementariedad. Ana Álvarez lo explica con la metáfora del deporte. «Te tienes que saber las reglas del juego y debes tener una buena dinámica con tu equipo. Y luego, la jugada sale como sale». No hay rival, sin embargo, en la impro. Salvo uno mismo, con sus miedos y sus frenos mentales.
Destensar el cuerpo, y entrenar la mente. Y para eso valen algunos de esos juegos de grupo en los que los participantes deben responder a una pregunta y 'pasarla' a otro miembro del círculo. «El cerebro del 90% de los adultos que llegan a la escuela está muerto», explica Berta. Muerto de rigidez, habría que matizar, de falta de flexibilidad. Y, sin embargo, cuando al cerebro se le pone a prueba con desafíos no convencionales, se despierta. «En la dificultad comienza la creatividad. Y puedes conectar cosas insospechadas. Cuando el cerebro tiene que responder rápido, y no se le ocurre nada, se permite poetizar con las palabras».
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