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El Teatro Carrión de Valladolid recibe este sábado por segunda vez a Imanol Arias transmutado en 'El coronel no tiene quien le escriba', de Gabriel García Márquez. La primera fue en octubre de 2019, al inicio de una gira que se clausura ahora, ... tras dos centenares de funciones interrumpidas por la pandemia. Este lapso ha cambiado la lectura de la misma obra, la reacción del público, el sentir de los actores. Imanol sale a correr con el coronel en la cabeza, cantando cumbias con él, «creo que la gente me mira pensando que estoy chalao, con estas patillas que se me han quedado». Está viviendo «como un opositor. Estudio, organizo cada minuto de memorización, meditación y descanso. ¡Qué bien se vive de estudiante!». Lo que estudia es la próxima obra, 'La muerte de un viajante', de Miller. ¿Le ha cogido querencia a los dramas de ultramar?, «León fue la tierra que conquistó América, tenemos tendencia a sentir como propio lo americano», dice el de Riaño, a quien le baila la guayabera.
–El coronel es un personaje que espera y se desespera porque no llega la pensión. ¿Un clásico aplicable a la situación por la que pasa tanta gente desde el confinamiento?
–Esta obra nos ha regalado la experiencia de ir haciéndola durante la pandemia, lo que nos ha llevado a relacionar la realidad, el espectador y el texto de una manera mucho más intensa. Antes de la pandemia hablábamos de al obra centrada en gente que sobrevive a la violencia. Pero ahora habla de gente que sobrevive a la violencia, espera en casa y lo único que encuentra es el abandono, el olvido, la sombra, la despreocupación sobre ellos. La pandemia nos ha enseñado nuestra fragilidad. Hay un momento en el que lo dice el coronel: en la siesta se para la naturaleza. Todo se puede parar, lo hemos vivido. También hay reflexiones sobre lo que ha pasado con los mayores, sobre qué es la vida, hay algo de positivo, de dignidad.El ser humano, desde que se cree el centro del universo, considera que tenemos que expandirnos, nacer y terminar siendo más. Y es una equivocación, somos muchos y en caso de ser el centro, sería para vivirlo siendo cada vez más pequeños, más ligeros, más amorosos, como el átomo. Hacer 'el coronel' en este tiempo ha sido una experiencia increíble, ante un público que se sentía más seguro en el teatro, que apenas tosía y sonaban menos teléfonos. Vivimos, al contrario de lo que decía Alicia que no vio nunca una sonrisa sin gato, sonrisas sin labios, tras la mascarilla. En Barcelona estuvimos 30 días seguidos, con lleno en cada función a pesar de estar casi todo cerrado.
–¿Vamos hacia un teatro sintético, concentrado en la palabra?
–El teatro tiene tendencia a lo esencial. En este caso la palabra cuenta con la ayuda de la electrónica y lo digital para abrir su mundo. La escena se simplifica, hay menos cosas y menos mentira. Cada vez que pones en el escenario algo hay que equilibrar la mentira. Pero hay una convención por la que si un técnico se deja una silla en medio, el público se pregunta qué ocurrirá con ella, porque espera esté dentro de esa realidad íntima que se crea para él y eso es lo que perdura en el teatro contemporáneo. La propuesta sobre el texto de Miller está basada en la palabra. Los autores se pasan la vida pegándose con las palabras, para colocarlas bien. Así que es difícil luego atreverse a cambiar esa creación. El ideal es ir a lo más sencillo. Por otra parte cuando las compañías privadas quieren sobrevivir, las entradas no pueden encarecerse.Entre todos debemos encontrar un equilibrio. El teatro pervive por el gran relato que necesita la humanidad, que durante mucho tiempo ni leía ni escribía, que vivía para esos cuentos que provocan la risa del niño frente al espejo mágico. Aún no tenemos un chip en el cerebro, pero lo tenemos en la mano, allí va nuestra memoria, sobre él nos agachamos, doblamos la cerviz, hacemos lo contrario de lo que todos los filósofos nos recomendaron, mirar al cielo, donde está la vida. Mirar arriba nos da la medida de la grandeza del mundo y nuestra pequeñez.En el teatro hay que mirar hacia arriba. En la compañía Teatro Lope de Vega, grupo creado por José Tamayo, el primero en el que estuve, había un lema que decía «Camina mejor quien va mirando las estrellas». Entonces me parecía muy cursi, hoy no.
–¿Qué tiene el gallo de cuento de la lechera, de medida de pícaros?
–El gallo es la trampa, como la jubilación, te prometen que te van a cuidar y hay que sacrificarse por ella. Pero es peligroso. Está en conexión con una práctica ancestral relacionada con la fertilidad en América Latina y la apuesta del fondo es que el gallo es un coloca duelos, no de caballero sino de gallero. Carlos Saura, que viene del cine, se ha inventado una creación digital con la que interactúo. Cuando le llamo, me mira. Ese tipo de recursos otorga amplitud al teatro.
–¿Cuándo estrena el 'miller'?
– 'La muerte de un viajante' la estrenaremos el 23 de agosto en el Teatro Arriaga de Bilbao. El elenco es similar a este montaje, con más gente, Cristina Alenza, Basanta, Fran Calvo, Virginia, Jon Arias y el director es RubénSzuchmacher, maestro argentino. Trabajé con él en un 'Calígula', obra con la que estuve en Buenos Aires un año. Es un gran amigo y dadas la circunstancias en Argentina ha cancelado una ópera y podía hacerlo.
–Trabajará con su hijo Jon.
–Trabajar con él no es algo a evitar ni procurar, salvo que haya una razón importante. Si tienes la posibilidad de hacer ese obra de Miller con un hijo es excepcional. Es una historia de padres e hijos. La obra adquiere el carácter de experiencia de vida con mi hijo, la posibilidad de compartir ese tiempo que durante su educación tuvo que ser a distancia. Solo en el trabajo de mesa, leyendo el texto se producen unas miradas y unos silencios que son una enorme alegría profesional para mí.
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