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Ha sido uno de los éxitos de esta temporada, con prórroga incluso en las salas madrileñas, y en una ciudad tan vinculada al ámbito del teatro como Valladolid apenas se exhibe, inexplicablemente, en una única sesión. Con el debate nuclear y atómico en el ... ojo mediático por productos como la serie de HBO 'Chernobyl', con iconos climáticos y en defensa de las desigualdades tan en boga como la activista sueca Greta Thunberg, y con una generación 'millenial' cada vez más preocupada por su huella ecológica y por el planeta que heredarán, la obra 'Copenhague' de Michael Frayn reclama la atención incidiendo en el papel de la ciencia como responsable de progresos (y atrocidades) en nombre de la civilización, recreando unas hipotéticas conversaciones entre el físico Nobel Niels Bohr (Emilio Gutiérrez Caba) y su exalumno Heisenberg (Carlos Hipólito), en una puesta en escena a cargo del prestigioso Claudio Tolcachir que podrá verse en Valladolid mañana sábado, 28 de septiembre, a las 20.30 horas, en el teatro Zorrilla.
–¿En torno a qué se vertebra el debate que mantienen en la obra Bohr y Heisenberg?
–Los dos científicos se preguntan sobre el papel de la ciencia y su responsabilidad frente a dar respuesta a incógnitas científicas y ponerlas al servicio de los poderes políticos. Heisenberg jamás consiguió hacer la bomba atómica para los nazis, no sabemos si porque errara en alguna de sus ecuaciones o porque deliberadamente pusiese trabas para no seguir adelante.
–Se incide también en el papel de los Aliados...
–Desde luego. Hay un momento de la obra en el que Heisenberg pregunta a Bohr sobre haber hecho entrega para uso de los militares de lo conseguido. El drama les supera: la tragedia sucedida les suscita una serie de remordimientos cuanto menos paradójicos.
–Pero el encuentro tiene lugar...
–Es un ir y venir desde una especie de 'más allá', una especie de reconocimiento de ver qué hicieron cada uno. Hay una serie de defensas y ataques al discípulo, Heisenberg; está también el papel de Malena Gutiérrez: es un intercambio de posiiciones encontradas pero, más que agrias, melancólicas.
–¿Cómo se construye a estos científicos?
–Para hacer de Niels Bohr, y me atreveria a decir que Carlos [Hipólito] ha hecho lo mismo para encarnar a Heisenberg, lo mejor es parecerse a él lo menos posible. Hay que acercarse a la raíz de lo que hace y lo que dice, de manera que el espíritu de sus obras y sus palabras estén en el texto: es más dirigirnos hacia aquello que hicieron que a aquello que fueron. Además es un gusto ver cómo estos científicos, con sus principios de incertidumbre y con sus conocimientos elevados en torno a la mecánica cuántica, también resultan capaces de amar, sufrir, arrepentirse... de tener sentimientos, en definitiva.
–Queda claro el papel de la ciencia ante la barbarie. ¿Y el del arte?
–Siempre ha sido el de aportar un punto de vista subjetivo alternativo al relato oficial de quien expone los hechos. Por eso la pintura, la literatura, el teatro, el arte o el pensamiento mismo han estado vigilados por parte del poder. Vivir en un mundo civilizado no significa vivir culturizados, porque avanza la tecnología pero no el pensamiento.
–¿Apela la obra de alguna manera a nuestro tiempo presente?
–No existe el tiempo actual sin un pasado al cual estar ligado. Los grandes triunfadores de la II Guerra Mundial fueron Rusia y Estados Unidos, y eso hoy aún se puede ver. Hay reflejos de todo aquello que no está funcionando bien: la filosofía que aplicamos a la Tierra, la proliferación de armamentos nucleares, los lobbies del dinero, la concepción del cambio climático, las desigualdades económicas y entre individuos, la genética... En todo caso, la obra no habla de hoy, sino del pasado y de su significado.
–Antes ha citado 'Chernobyl'. ¿Es imprescindible apelar a una serie hoy para ir al teatro?
–No, ni creo que el público de unos o de otros sea necesariamente generacional: también aquí ha venido a vernos gente de mediana edad. Creo que 'Copenhague' está bendecida por varios factores: sus galardones, sus temáticas, la calidad del libreto, el prestigio del director, las interpretaciones de Carlos Hipólito o Malena Gutiérrez... Hipótesis hay muchas, pero no nos conseguimos poner de acuerdo (risas).
–Después del éxito de Madrid viene a representarlo a Valladolid...
–Será además volver a una puesta en escena muy tradicional, en el sentido más arquitectónico del término, distinta a todo cuanto hemos llevado a cabo hasta ahora. La característica principal del Teatro de La Abadía es que su escenario abarca prácticamente los ciento ochenta grados, por lo que ahora en el Teatro Zorrilla, cuyas dimensiones son algo más pequeñas, se concentrará aún más la acción.
–¿Teme al público de la ciudad?
–Temo que se ha cometido con ellos una gran injusticia. Una obra que está suscitando este interés en Madrid, que hemos prorrogado dos semanas de representaciones, y llega a una ciudad tan vinculada al teatro como Valladolid para exhibirse solo un día... No, eso no puede ser. Lo siento porque es una gran lástima para que quien no pueda verla el sábado no contase con otra oportunidad de disfrutarla aunque fuese al domingo siguiente: es un derecho que considero que tiene todo espectador a ver, a opinar y a disfrutar. Es muy sorprendente para una obra de estas características, con este éxito de público y con unas críticas excelentes, se exhiba solo un día. Aquí hay público potencial para al menos dos sesiones.
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