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Rafael Álvarez El Brujo nunca ha abandonado el Lazarillo. Desde que lo interpretara por primera vez en los escenarios, hace más de treinta años, de la mano de una versión de Fernando Fernán Gómez, nunca ha dejado de representarlo. Y este fin de semana vuelve ... al mítico texto en un doblete de funciones en el Teatro Zorrilla (el sábado a las 20.30 horas y el domingo a las 19 horas).
Retorna a su obra más popular, referente del género literario de la picaresca, pero, en el caso de El Brujo, volver a algo nunca es repetirse. Cada regreso es diferente. Solo en el escenario, con la única compañía del músico Javier Alejano, que va puntuando musicalmente sus singulares monólogos, si hay un intérprete incapaz de repetirse en la escena española es Rafael Álvarez. Estamos ante un actor que ha construido una reputación singular (única, en realidad) en torno a su capacidad para digerir textos clásicos, extraer de ellos las ideas sustanciales y servirlas a su público como un juglar, con humor, amenidad y una enorme capacidad de improvisación que le han granjeado un público fiel.
«Lázaro de Tormes es una obra que va creciendo y adaptándose a cada momento, como un guante a los dedos», explica El Brujo. Y la versión que presentará en el Teatro Zorrilla de Valladolid tiene una constante referencia a cuestiones de actualidad que están relacionadas con los grandes temas de fondo que desarrolla la obra: la picaresca de hoy en día, la inmigración, la guerra de Ucrania, los problemas económicos... «La obra se inscribe perfectamente en el mundo en el que vivimos hoy. Trata de supervivencia y de vulnerabilidad económica, así que está muy de actualidad», asegura el intérprete, que se hizo muy popular por su participación en la serie 'Juncal', junto a Francisco Rabal.
En todo caso, Álvarez matiza que no se trata sólo de poder seguir viviendo, sino que está en juego mucho más. «El Lazarillo trata sobre la supervivencia, pero no sólo la física, la que te permite llevar un pedazo de pan a la boca, sino también la filosófica, la espiritual, porque tenemos que aspirar a una calidad de vida humana, y eso implica una vida espiritual. El peligro es que nos convirtamos en cadáveres éticos andantes, que viven, pero nada más», opina. «Ser felices haciendo felices a los demás debería ser el objetivo vital de todo ser humano». Un propósito que conecta también con su modo de entender el trabajo del actor.
Como es bien sabido, el Lazarillo de Tormes trata la historia de un niño sin recursos que se pone al servicio de distintos amos, a cuál más egoísta, para poder sobrevivir, lo que permite a su autor ofrecer una radiografía humorística, pero cruda, de la España real que bullía bajo los oropeles del Imperio, así como de las grandes contradicciones entre la realidad y el mundo de las apariencias.
El Brujo recuerda que la obra se escribió en 1554, en una época de profundas transformaciones, provocadas por la invención de la imprenta el siglo anterior. «Surge en una época de grandes cambios, como la nuestra de hoy, que también está sacudida por la invención de internet, las redes sociales y, ahora, la inteligencia artificial. Hay muchos puntos de conexión con el presente».
Precisamente la incertidumbre sobre los cambios tecnológicos que sacuden nuestro presente será el objeto de una mesa redonda el próximo jueves, en Almagro, en la que El Brujo departirá, entre otros, con el sacerdote y escritor Pablo D'Ors, con el que comparte un profundo interés por la meditación.
«No entiendo bien lo que está pasando con la inteligencia artificial, es un asunto que me supera. Pero he oído que gentes importantes que saben bien cómo funciona están asustadas y piden que paremos para reflexionar, porque tiene una gran cantidad de implicaciones», explica. «Creo que hay que estar abierto al avance, porque es inevitable, y porque la vida es evolutiva, pero también me parece que hay que ser cautelosos, afrontando las novedades con cabeza y meditándolo bien».
En ese mismo encuentro hablarán también de meditación, y, seguramente, de espiritualidad, que es un asunto al que Rafael Álvarez dedica cada vez más interés, y que ha sido el centro de varias de sus obras. «Uno de los problemas es que pensamos tan sólo en lo más inmediato, y en los problemas más próximos a nosotros. Es un problema político importante porque sólo pensamos en los nuestros y falta una visión con perspectiva global en la que las personas sepan que forman parte de una totalidad», explica El Brujo. Y, a su juicio, ese es uno de los papeles del arte y de la espiritualidad: «Te ayudan a hacerte grande y a entender que la vida no soy sólo yo y los míos».
Con vehemencia y una sugerente radicalidad, el actor reivindica que «no podemos prescindir de nadie, ni siquiera del enemigo, porque todo enemigo es un enigma que tienes que resolver». Por ello, invita a superar la dinámica de oposición entre la víctima y el verdugo, tan de actualidad hoy, en busca de una visión unificada.
En un reciente texto en su blog personal, 'La gloria de la Resurrección', Rafael Álvarez comenta la escena de Cristo en el Gólgota, crucificado junto a los dos ladrones, y realiza una interpretación que aboga por este entendimiento de la realidad como un todo inseparable. «El bien y el mal son tu propia naturaleza, pero también el Cristo. Tú eres Él cuando te elevas por encima de esa bipolar y eterna confrontación entre 'tu propio bien' y 'tu propio mal», que implica superar la «pesadilla» de vivir la vida como una guerra entre los buenos y los malos.
La singularidad de la apuesta actoral de El Brujo, que conecta con la estirpe del teatro popular, la comedia del arte, y los artistas callejeros de todos los tiempos, le ha condenado, sin embargo, al drama de no haber logrado crear escuela. «He dado clases y he hecho algunas cosas, pero no encuentro discípulos que puedan continuar esta manera de hacer teatro», acepta. Con todo, reconoce que continuar su estilo no es una labor sencilla. «Es algo que la vida ha puesto ahí y que yo he ido desarrollando, pero reconozco que no es fácil de emular».
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