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Nació en Valladolid hace casi 80 años (los cumplirá dentro de unos meses) en una familia humilde, pero sin especiales traumas, y con ese bagaje, y la proximidad de la Esgueva, el aliento de las nieblas, y la vecindad de José Zorrilla descubrió aquí una ... vocación literaria que le ha llevado a convertirse en una de las figuras más importantes del teatro español y a recibir el Premio Max de Honor 2022, distinción que acaba de darse a conocer y que recogerá el 6 de junio. Es José Luis Alonso de Santos, quien se reconoce ligado íntimamente a la ciudad en la que nació. «Toda mi escritura tiene enlace con Valladolid. Escribo en vallisoletano, no en español», asegura a El Norte de Castilla.
«Vivía en un barrio humilde, en la frontera del Esgueva, y era de una pandilla que peleaba con los del otro lado para que no vinieran a nuestro barrio. Como en el Oeste. He aprendido en los barrios de Valladolid muchas de las palabras marginales del castellano rico de esta ciudad. Con ese acento que tenemos los vallisoletanos y que no tiene nadie», explica Alonso de Santos.
Y añade: «Yo aprendí a ser escritor porque era amigo de José Zorrilla. Me iba a verle en su estatua y hablaba con él. Eso ha sembrado la base de mi carácter y de mi escritura. Sin ninguna duda». Eso y el estímulo de los profesores del Instituto Zorrilla, donde estudió, y donde sólo sacaba buenas notas en Literatura. Aunque también contribuyeron la niebla y el frío de su ciudad. «La niebla y el frío de Valladolid ayudaron mucho», recuerda. «Había que hacer algo y escribía. En Valladolid casi todos los escritores lo somos porque hace mucho frío. Como antes no había televisión, pues escribías versos en casa», bromea.
A los 17 años se traslada a Madrid, donde cursa estudios en varias facultades, entre ellas las de Periodismo y Psicología. Pero su vocación es el teatro y pronto le llevará a formar parte de forma muy activa del movimiento de teatro independiente que surge en esos años. «Era un movimiento lógico, porque tenía algo de rebeldía y de canto a la democracia que iba a venir. Aportaba juventud a un mundo bastante aviejado. Ojalá hubiera hoy un movimiento de juventud en España similar. Era una primavera cultural y de ilusiones«, explica Alonso de Santos, quien lamenta el retroceso de la cultura española actual.
«En estos momentos se elimina la filosofía de los currículos educativos porque se piensa que no hace falta, y quizás es verdad que ya no hace falta nada», se lamenta. Aunque matiza que el suyo es un pesimismo del corto plazo. «Creo que la historia siempre tira para adelante. Pero hay momentos de avance y otros de retroceso. Y ahora estamos en uno en el que ni la naturaleza ayuda, ni la política mundial ayuda, ni la economía ayuda, ni la política nacional ayuda. Culturalmente es negativo. Eso no quiere decir que vaya a ser lo mismo dentro de unos años. Después de las tormentas vienen las calmas».
Podría decirse que los años ochenta marcan su momento de esplendor popular, aunque sólo sea porque es por entonces cuando estrena dos de sus obras de más éxito: 'Bajarse al moro', y 'La estanquera de Vallecas', llevadas ambas al cine. Quizás por estas obras y otras similares se le asocia con la comedia, aunque ha escrito todo tipo de géneros, estilos y modalidades teatrales.
«La comedia no es lo que más he cultivado, pero sí lo que más resonancia ha tenido». Y acude a la metáfora del jardinero para explicar su relación con ella. «Lo que busco es cultivar flores, pero que a veces tienen espinas. Que son muy bellas, olorosas y placenteras, pero que incluyen cierta sensación de la dureza de la vida, de la situación social, de la tragicomedia de la existencia», explica José Luis Alonso de Santos.
Ha recibido los principales galardones a los que un autor teatral puede aspirar, incluyendo el Max, el Premio Nacional de Teatro o el de las Letras de Castilla y León. Dirigió entre 1997 y 2000 la Escuela de Arte Dramático de Madrid, y entre 2000 y 2004 la Compañía Nacional de Teatro Clásico, donde coincidió con Juan Antonio García Quintana, que participó como actor en algunos de sus montajes. «Tuve mucha amistad con él y con su mujer Mery Maroto, así como también ahora con su hija Lucía».
Pese a todo ello, Alonso de Santos parece vacunado contra el endiosamiento de quienes se creen el mito del artista. «Quien se endiosa es que no ha mirado a la vida, o que tiene mucho tiempo libre», ironiza. El suyo es el caso contrario. Se ve a sí mismo como un labrador, que acude cada mañana a su cita con el trabajo, en la espera de que dé frutos, pero sin tenerlos garantizados. «De niño, y de joven, iba a la era y veía a los labradores. Y siempre les he admirado. Ese levantarse, irse a la tierra e ir a trabajar en lo que toca en cada momento, y aceptando que la cosecha puede venir buena o mala. Y si llega una tempestad, pues a sembrar de nuevo. Es que no hay otra. Hay que ir con los ciclos de la vida. Yo es lo que he hecho siempre: trabajar la tierra, pero en vez de sembrar trigo o patatas, he sembrado palabras y ficciones».
Un trabajo de creación que consiste en «ver con los ojos del ingenio y la imaginación lo que no se ve: encontrar en la mina el diamante escondido». O también, parafraseando a María Zambrano, «dar voz a lo que pide ser sacado del silencio». Como la Novena Sinfonía o El Quijote, que no existían antes de ser creadas. «Los artistas tenemos que sacar del silencio lo que no está y nos espera. Tenemos que aportar a la humanidad puentes y caminos para el alma y la imaginación. Somos ingenieros del espíritu. Para eso nos hemos metido creadores, no para hacer publicidad de un partido político o una ideología».
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