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Baila, interpreta, dirige y ha terminado el guion de una película para la que busca actores y dinero. Alberto Velasco (Valladolid, 1983) vive sumido en el fragor de ideas y proyectos, involucrado a la vez en alguna ocasión hasta en seis escenarios de teatro, danza ... o rodajes de series. La de 'Vis a vis' le procuró fama como actor secundario, después llegarían más producciones y un Premio Max al mejor espectáculo revelación con 'Danzad malditos' en 2016. En su calendario figura señalado en rojo el estreno este viernes y el sábado de 'Cuando todo cambia' dentro del ciclo 'Meet you' en el Teatro Calderón.
Dirige la obra basada en un texto con el que Itziar Pascual y Amaranta Osorio ganaron el Premio Teatro Calderón de Literatura Dramática 2018, un acercamiento al mundo de la adolescencia que el artista de La Cistérniga aborda como un montaje híbrido de cine y teatro. «Es una etapa de la vida en la que se deja atrás la infancia y el mundo comienza a poner trabas que no te esperabas... en la obra están muy presentes la identidad sexual, el acoso, el miedo... todo lo que se desata a partir de una agresión sexual en un botellón y de cómo determinados sucesos trastocan la vida de las personas», resume este actor de 37 años, en pleno apogeo de una de las carreras más singulares en el mundo de la escena y la danza.
Tras el telón, Javier Cascón y Alicia Vermell, dos jóvenes actores de la Escuela de Arte Dramático de Castilla y León escogidos en un 'casting' junto a Inés Gómez, de Madrid, interactúan como adolescentes con los padres de uno de los personajes pixelados sobre una pared. «Los teléfonos móviles funcionan de continuo, se envían mensajes de wasap... como en el mundo real de tres adolescentes que se comunican en un momento de su vida en el que uno de ellos padece acoso en el instituto, otra trastornos alimentarios, la tercera protagonista sufre una agresión sexual, un suceso que les cambia la vida a todos ellos, generando muchas preguntas, que es lo que más me gusta que incite la obra, poniendo espejos delante de nosotros mismos sobre quién es el responsable: ¿Las redes sociales, los padres, el instituto, los compañeros...?, ¿quién es el culpable de que los jóvenes tengan que vivir esas atrocidades?».
Con la intención de generar más preguntas que respuestas, Alberto Velasco busca activar los resortes críticos del espectador, alentando la reflexión de qué está haciendo mal la sociedad con la juventud. «Tendemos a ser paternalistas en lugar de generar capacidad crítica y espacios de diálogo –sostiene el director de 'Cuando todo cambia'–; la adolescencia es una etapa de la que los adultos tendemos a renegar, pero lo que éramos entonces ha marcado radicalmente nuestro presente».
Practica la deconstrucción personal para construirse. Eso le permite «eliminar todo lo que la sociedad ha imprimido en mi cuerpo y en mi manera de pensar para encontrar una visión personal del mundo. Viajando a la adolescencia me pregunto si los artistas somos culpables de dar una visión equivocada del acoso, si las redes sociales unas veces acompañan y otras machacan, por qué vemos a los padres como gurús con respuestas para todo cuando en realidad son personas que hacen lo que pueden».
Formado en la antigua Escuela de Arte Dramático de Valladolid, echa en falta empeño en la educación para que los jóvenes descubran el mundo de la escena. «El teatro vive una relación de desencuentro con el público joven. Es una pena porque estoy seguro de que les iba a revolver tanto como los videojuegos o las series, deshaciendo ideas preconcebidas. Aunque parte de la culpa es del sistema educativo, que solo les enseña literatura dramática; si viniesen a ver otras obras que no fueran solo literatura dramática, los teatros serían un lugar de encuentro de los jóvenes con sus problemas, sus sueños, sus maneras de ver el mundo».
Considera que si de algo tiene que desprenderse el teatro es de ser sacralizado. «Me dan miedo los gurús que hablan de cambiar la sociedad a través de la escena, no podemos olvidar su vertiente de entretenimiento, de divertir y reírse».
De lo que le ha salvado el teatro, confiesa, «ha sido de mí mismo; nosotros somos nuestro peor depredador. Me he reconciliado no solo con mi cuerpo, también con mi amor propio. Actuar me ha generado empatía con el resto de las personas, porque haciendo un papel tienes que escuchar todo el rato, te hace estar con el otro, generar espacios de ayuda».
Lejos de marginarle de la danza, sus más de cien kilos de peso le han valido para interpretarla con un estilo muy personal. «Soy como un abejorro, no soy consciente de mi volumen y por eso bailo. El mundo de las coreografías siempre me ha abrazado, me veo acogido, invitado, hay cosas técnicas que no puedo hacer pero hago otras. Como no sé bailar es con menos kilos», refiere quien vio cómo en su infancia la actuación de un grupo de danzas regionales en la plaza de su pueblo activó el resorte que le llevaría a la emoción de bailar e interpretar, a ganarse la vida con ello.
Considerado por varias publicaciones como uno de los cincuenta gais más influyentes de España, está convencido de que «cuantas más etiquetas tengamos, mejor porque la gente se siente sola, tenemos que volver a mirarnos en comunidad para conseguir una sociedad mejor».
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