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Parece una competición deportiva, con gritos, arengas y una viva participación de los asistentes, pero, en realidad, es un combate teatral. Una batalla por lograr la mejor improvisación, la más creativa, quizás la más loca, o la que mejor sepa sacar partido de los propios ... errores. Porque en la Liga Impro, que este sábado celebra su gran final en el Teatro Calderón, a las 12 horas, las armas son el ingenio, la falta de vergüenza, y el coraje para lanzarse al vacío sin red. 86 jóvenes han participado durante los últimos nueve meses organizados en nueve equipos distintos.
La maestra de ceremonias, como en los combates previos, será Berta Monclús, impulsora de la improvisación teatral en Valladolid y creadora del laboratorio artístico 11 Filas. «Nuestra filosofía es no ocultar el error y reconciliarnos con la belleza de lo imperfecto», explica. Algo que choca frontalmente con el culto a la propia imagen de nuestro tiempo, lo que seguramente explica por qué la improvisación puede ser un ejercicio liberador.
«Estos chavales son de una generación que se dedica a mostrar en redes lo perfectos que son. Aquí se trata de liberarse de eso. Lo real atraviesa el hecho escénico y eso el público lo ve», añade. Jaime Martín, de Maristas, lo explica de otra manera más gráfica: «Desconectas, te sueltas, te liberas, gritas»
En el escenario, Berta arenga a los participantes y al público casi como si fuera un combate de Pressing Catch. Incluso suenan los acordes de 'Rocky' cada vez que sube al escenario uno de los equipos contendientes. Se trata de atraer a los más jóvenes hacia el teatro mediante guiños al mundo del deporte, que les resulta más próximo. Es un modo de romper la barrera del elitismo que tantos asocian al hecho teatral. Pero, además, la improvisación se sitúa del lado del teatro de sensaciones, frente al teatro de texto, que tiene cada vez más dificultades para llegar a las nuevas generaciones. Lo que se impone ahora son fórmulas más fragmentarias y abiertas; la escena más que la obra cerrada. O, como diría Monclús, bocetos antes que cuadros. «A mí me gusta más Pollock que 'La familia de Carlos IV'. Somos bocetistas».
Pero nada de ello sería posible sin el entusiasmo de los participantes, dispuestos a asistir a clases semanales en horarios intempestivos y hacerlo, además, con una elevada satisfacción. «Su entusiasmo se ha contagiado en la Escuela de Arte», afirma la jefa de Estudios del centro en un informa en el que destaca que el grado de implicación de los alumnos ha sido «muy alto». «Los alumnos han desarrollado habilidades no sólo necesarias para aquellos que quieren dedicarse a las artes escénicas, sino también importantes para su desarrollo académico (escucha, concentración, trabajo en equipo, oratoria) y su trayectoria vital (empatía, cooperación)», explica Leonor Rodríguez.
Este periódico ha sido testigo de ello. En uno de los 'combates' previos, la alumna del IES Juan de Juni Inés Gonzalo se revolcaba por el suelo en el escenario. «Hace un mes no me hubiera tirado al suelo ni que me pagaran», reconoce. Es una de las muchas trasformaciones personales operadas por la magia de la impro. «Les damos herramientas para que aprendan a soltarse, para que los cuerpos se liberen y cuenten cosas», explica Berta Monclús.
Pero no sólo se liberan los cuerpos, también lo hacen las mentes, al verse forzadas a actuar sin guion y a dar respuestas rápidas a los estímulos que se les van presentando. Porque aquí todo se juega en uno o dos minutos. «Al ir tan rápido entra en juego el inconsciente y afloran cosas que no salen normalmente. Abrir esta puerta permite que afloren otros rasgos de nuestra alma».
«Al principio pasas mucha vergüenza, pero es muy liberador. Hacer el ridículo da mucha confianza», admite Inés Gonzalo. La opinión es compartida por sus compañeros de liga. «Yo soy muy vergonzoso, pero aquí soy otra persona. Tenemos demasiado miedo al fallo», explica Bruno Lozano, de la Escuela de Arte. «Y es muy útil para la vida, te anima a hacer, a actuar, a no temer».
También Ana Álvarez, de La Enseñanza, siente que la impro la ha transformado. «Si algo me gusta, ahora voy a pelear por ello. En la vida, las cosas que quieres pueden salir o no, pero, si no pruebas, es seguro que no lo consigues. Es mejor intentarlo». Iker Vall, de la Escuela de Arte, también lo ha vivido así: «Me ha ayudado a ser más directo e impulsivo, y a disfrutar más».
Uno de los aspectos terapéuticos de la improvisación tiene que ver con que hay libertad total para hacer lo que te apetezca. Pero dentro de un orden, porque «en la impro vale todo, pero no cualquier cosa». Y hay una invitación permanente a superarse, a ir más allá de los propios límites, en busca de cierta excelencia que pasa por el ingenio, el humor y la capacidad de sorprender. Las reacciones del público, sobre todo sus risas y sus gritos, muy frecuentes en la liga impro, dan una primera medida del acierto.
Por eso el error nunca se ve como un problema. Es más, «puede ir a tu favor», admite Ana Álvarez, si el improvisador es capaz de sacarle partido. «Si hay un error, que te pille sonriendo», explica Andrés Hervada. Desde su experiencia, lo mejor es haber disfrutado de la posibilidad de vivir otras vidas. «Puedes ser quien quieras, dejar de ser tú mismo para ser otra persona».
Las representaciones de la impro tienen poco que ver con el teatro al uso, y menos aún estas a cargo de jóvenes que se están iniciando en la disciplina, pero tienen algo que atrae y que ha llevado al Calderón a todo tipo de públicos, no sólo a amigos y conocidos de los participantes. «Hay algo de la energía de esta forma teatral que resulta muy atractivo y hace que la gente venga a verlo», opina Monclús. «Es una energía muy contagiosa».
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