Sergio Garrido, junto a varios de sus trabajos. ALBERTO MINGUEZA

El tatuador de Valladolid que cambia la piel por el botijo

Sergio Garrido ahonda en la herencia del 'tattoo' tradicional americano con una serie de ilustraciones, estampadas en cerámica

Víctor Vela

Valladolid

Jueves, 24 de marzo 2022, 00:30

Sus ecos resuenan desde los muelles de Amsterdam y Hamburgo, desde los márgenes de aquellas grandes ciudades portuarias en las que desembarcaban, tan solo por unas horas, inmensas riadas de marineros. Bebían en tascas, dormían en fondas... y cedían sus brazos y torsos para llevarse ... un recuerdo, una muesca más en la piel, a modo de tatuaje. «Solían tener una temática marinera (golondrinas, barcos...), diseños sencillos (porque las escalas no eran muy largas y debían partir pronto) y con una estética emparentada con el estilo tradicional americano (línea negra, sombra marcada y color)».

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«Me gusta ese estilo porque aguanta muy bien el paso del tiempo. Son colores sólidos que veinte años después de hechos llaman todavía la atención y siguen funcionando muy bien», reconoce Sergio Garrido (Valladolid, 1980), quien ha cambiado la tinta de los tatuajes por la acuarela, y el lienzo de la piel por el papel y la cerámica. Su obra 'Origen' puede verse hasta el 10 de abril en el escaparate de Bang & Olufsen (la tienda de imagen y sonido de la calle San Lorenzo). Allí, Garrido muestra el trabajo con el que concurre en Creava, el proyecto expositivo comunitario que durante estos días se despliega en talleres y comercios de Valladolid.

Serrano –tatuador desde hace 15 años, ocho con local propio, Wild Horse Tattoo, en la avenida de Burgos– encauzó sus primeras inquietudes artísticas a través del grafiti y de los murales. «Fue así como me entró el gusanillo de dibujar», asegura. Estudió Bachillerato de Artes. Se formó en Ilustración. Participó en Cerebros líquidos, un colectivo que impulsó fanzines, exposiciones, ejemplos de 'street art'. Y desde hace unos meses, ha querido extender a otros soportes su pasión por la ilustración. Nunca ha soltado los lápices (sobre todo, el rojo), los grafitos con los que suele hacer el primer boceto, «rápido», que prepara para los tatuajes. Pero ahora ha buscado nuevos soportes en los que volcar su pulsión artística. Primero, en el papel, con acuarelas que respiran ese aliento del tatuaje tradicional americano. Y luego, en las piezas de cerámica que le ha diseñado Chusma, alfarero de Arrabal de Portillo.

«Quería llevar los dibujos planos al volumen. Es algo a lo que ya estoy acostumbrado. Con el tatuaje, hay que trabajar con la perspectiva porque el diseño cambia con las líneas en curva del cuerpo». Eso lo ha trasladado ahora a las formas sinuosas de botijos, jarrones y ánforas.

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Su propuesta explora los sedimentos de tres herencias culturales, a las que añade referencias actuales. «Es un resultado híbrido, por la suma de varias influencias, que es lo que al final somos todos nosotros», indica.

Hay una primera serie de inspiración española (con el botijo como soporte)donde la arquería castellana se fusiona con las bailarinas de clavel reventón y unas cigüeñas que, con toques orientales, podrían pasar por grullas o garzas. El ánfora griega explora aquellas reminiscencias helenas, de columnas y cariátides, emparentadas con indios americanos y los tótems tallados en madera. Y la tercera serie se fija en el dibujo tradicional japonés, entreverado con robots y 'godzillas' que remiten a 'The pharaoh's horses' (los caballos del faraón), una ilustración decimonónica de John Frederick Herring cuya iconografía (las cabezas de tres caballos)se ha convertido en habitual en el mundo del tatuaje.

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