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JESÚS BOMBÍN
Viernes, 12 de octubre 2018, 21:35
Las piedras de las ruinas del monasterio cisterciense de Santa María de Rioseco. La vegetación trepaba por columnas y claustros, adueñándose, tras siglos de abandono, de este cenobio asentado desde 1236 en el valle de Manzanedo, al norte de Burgos, en plena comarca de Las Merindades. Fundado por donación real de Alfonso VII, se mantuvo activo en el valle hasta su venta tras la Desamortización de Mendizábal en el primer tercio del siglo XIX. Desde entonces se han sucedido profanaciones, robos de piedras y expolios en un imparable deterioro que le llevó a ser incluido en la Lista Roja delPatrimonio de Hispania Nostra.
Con el camino enfilado hacia la ruina total, la fase degenerativa se interrumpió en 2008. Desde entonces, el monasterio vive un particular proceso de renacimiento de la mano del colectivo Salvemos Rioseco, integrado por ciudadanos de edades, oficios y procedencias variopintas que han tejido todo un movimiento social en torno al edificio y su recuperación.
Entre las ruinas consolidadas y las bóvedas que se ha logrado cubrir se celebran festivales, presentaciones literarias, conciertos y actividades de apoyo a las campañas de voluntariado que cada verano reúnen a decenas de personas involucrándose en labores de limpieza forestal, albañilería y reconstrucción.
Su último logro ha sido la recaudación de 46.213 euros para restaurar la cilla del complejo monástico mediante una campaña de micromecenazgo que ha contado con el respaldo de Hispania Nostra (6.000 euros). «El grito de guerra era salvemos Rioseco y lo hemos conseguido», cuenta satisfecha Esther López, historiadora jubilada y una de las voces activas del entramado social nacido alrededor del monumento.
Recuerda que este movimiento social y cultural nació a partir de un proyecto de innovación educativa convocado por la Junta de Castilla y León. «Casi todos los alumnos y los profesores trabajamos ese curso desde diferentes disciplinas tomando como referencia el monasterio, y de ahí salió un pequeño núcleo al que se fueron sumando voluntarios y, luego, gente de los pueblos del valle con la idea de recuperarlo».
Esta exprofesora del Instituto de Educación Secundaria Merindades de Villarcayo es testigo de cómo el edificio se ha convertido en aglutinador de iniciativas sociales. «El monasterio es un lugar maravilloso; si lo conoces, te engancha. Estaba en la más absoluta ruina, ponía los pelos de punta. Durante un tiempo dejé de acudir allí porque me deprimía, cada vez que iba desaparecía un arco; ahora –sostiene– es un motor de agitación en la comarca».
Un primer grupo de soñadores comenzó a revertir el abandono con la limpieza de maleza en colaboración con la Asociación Forestal de Burgos. Después vendrían pequeñas obras de consolidación y actividad cultural a raudales. En 2010 se cortaron más de trescientos árboles que perjudicaban las estructuras y el acceso; al año siguiente, retiraron escombros, recolocaron piedras, descubrieron peldaños de escalera enterrados y levantaron parte del muro derruido del cementerio y del que rodea el complejo cisterciense.
En 2012 el objetivo fue recuperar el claustro, se descubrieron canalizaciones, una medieval y otra del siglo XVI que llevaban agua hasta la fuente, se reconstruyó la sala capitular y parte de las escaleras de entrada a la iglesia. La implicación ciduadana ha llevado a la Junta de Castilla y León a respaldar varias intervenciones de restauración por valor de 260.000 euros y el edificio –sobre el que se están realizando dos tesis doctorales–, va a ser declarado Bien de Interés Cultural. Aunque el objetivo final no es la rehabilitación completa, se piensa en habilitar una hospedería «y crear algún puesto de trabajo que fije población en la zona», confía López, que ha trasladado la historia del lugar al libro 'El monasterio evocado'. «No tiene sentido recuperar una ruina –defiende–y no darla vida con actividad cultural».
Esa idea ha guiado los avances registrados año a año, implicando a pintores, profesores, albañiles, fotógrafos, sacerdotes, historiadores, arquitectos, estudiantes, jubilados, parados, empresas.... «y un largo etcétera que habla de todos los que han pasado por aquí aportando algo de su saber y de su tiempo», agrega Esther López, orgullosa porque ahora nadie podrá decir que Santa María de Rioseco muere en el olvido.
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