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Humorista se nace y luego, si acaso, ese don con el que se viene de fábrica se perfecciona. Esa, al menos, parece haber sido la experiencia personal del vallisoletano Sergio Encinas, que se ha convertido en un habitual de 'El Club de la Comedia' (forma ... parte de su equipo estable de monologuistas) y tiene ya, a sus 33 años, más de 1.500 actuaciones a sus espaldas. El año pasado, sin ir más lejos, 120. En teatros y bares, como debe ser, porque «ningún cómico debe dejar nunca de actuar en locales pequeños, que es donde más se percibe la relación directa con el público».
Encinas descubrió su vocación muy pronto. En realidad, en el colegio. «Yo no era sólo el gracioso de la clase; era el que hacía reír al profesor, que es lo más difícil que hay. Cuando te das cuenta de que tienes esa capacidad, te dices: aquí hay oro».
Ya a los 16 años se presentó a su primer concurso de monólogos en Valladolid, ciudad en la que nació y en la que sigue viviendo, pese a los cantos de sirena que le invitan a mudarse a la capital. «Yo entonces era un inconsciente que no sabía dónde se metía. Contaba un montón de historias, de mayores, supuestamente vividas por mí, pero que eran una completa mentira, porque no tenía ni idea de nada. Pero me dio tablas para estar donde estoy». Con todo, inicialmente tuvo que conciliar su vocación con otros empleos (tapicería, almacén, empleado de gasolinera…) hasta que en 2007 se lanzó al ruedo profesional, «De momento no me ido nada mal», reconoce. Y el futuro «ya se irá viendo», aunque no descarta seguir el camino de otros humoristas de bar que ahora son habituales del cine o la televisión, como Salva Reina, con el que actuó la semana pasada en el Teatro Zorrilla.
Encinas halló su vocación al amparo de la moda del monólogo que desataron en España primero 'El Club de la Comedia', y luego Paramount Comedy. En los años del cambio de siglo el furor fue tal que no había prácticamente bar en España que no organizara actuaciones, o incluso concursos. Una locura. Y Valladolid se metió de lleno en aquella vorágine. «Bastaba anunciar en un bar monólogos para que se llenara, y más aún si era un concurso en el que participaban varios humoristas, que cada uno llevaba a su familia y amigos. Cuando la gente se reía contigo creías que eras super gracioso, pero a lo mejor eran sólo los tuyos los que se estaban riendo. Pero eso te servía de apoyo para seguir», admite. Ahora aquella fiebre ha remitido, y el 'mercado del humor' se ha depurado notablemente, pero aún persiste una importante red de establecimientos. «Hay menos, pero mejor organizados».
En el caso de Valladolid, el balance de aquel boom no está nada mal. «Valladolid es una de las cunas de cómicos de España. Junto a Albacete es una de las ciudades donde más hay. Tenemos hoy a ocho o nueve profesionales que están girando por toda España, y muy bien», asegura. A la cabeza de ellos, el vallisoletano-leonés Leo Harlem, de quien afirma que «ha creado una forma de hacer humor que gusta a todo el mundo, con un ritmo increíble».
El monólogo, explica Encinas, es una forma de comicidad que en Estados Unidos existe desde los años 50 (con el nombre de 'stand up comedy') y en España empieza a verse en los años 60 o 70, aunque entonces no se le llamaba de ninguna manera. «En esa época Andrés Pajares ya hacía muy buenos monólogos. Y Arturo Fernández también, dentro del show personal que tenía».
¿Y qué es lo que diferencia al monólogo de otras modalidades de humor? «En teoría un monologuista cuenta vivencias propias, cosas de su propia experiencia, que luego exagera con su forma de narrar, sus caras, sus gestos, sus ruidos y recursos. Pero la clave para el éxito es que esas vivencias sean compartidas por muchos, para que el público se pueda identificar». A ello hay que añadir que, al menos en teoría, un monologuista es un señor que no recurre al acervo de los chistes populares, sino que crea su propio humor. «Aunque esta frontera no siempre es fácil de delimitar, porque ¿qué es un chiste popular? ¿de quién son los chistes? No siempre es fácil precisar eso», reconoce Encinas.
En cualquier caso, la clave del buen humorista la resume el vallisoletano en dos mandamientos: «no tener vergüenza y contar tus historias con autenticidad; el público percibe cuando estás entregándote y cuando repites una fórmula cual robot».
«El humor nos ayuda a ver nuestra parte ridícula, rebaja nuestra tendencia a la solemnidad. Por eso es tan fundamental. De hecho, todos los programas de prime time incluyen humor. Hasta Matías Prats en las noticias recurre a él. Nos ayuda a ver la realidad de otro modo, con otra disposición», asegura. Quizás por eso el humor político es hoy tan importante. «Ahora está muy de moda por todo el batiburrillo político de estos últimos años. Da salida al hartazgo de la gente. A mí no me gusta usarlo porque no me siento seguro, pero reconozco que está de moda».
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