Estuvo bien el pasado año. Como los aplausos suenan más bajo que las protestas, desde aquí añado los míos para hacer eco. Había extras que encajar como controles, fumigadores de salas, geles, mascarillas, junto a largometrajes y cortos. Fue preciso calcular espacios y observar a ... los espectadores, seres imprevisibles que se pueden salir de cuadro por saltarse las marcas. Y se hizo. Y todos cumplieron su papel sin que hubiera que repetir la toma. La obligada separación física redujo considerablemente los aforos y no todos los que quisieron pudieron adquirir una entrada. Se entendió y hubo resignación. Este país es más cívico y responsable de lo que el mismo piensa de sí, tan predispuesto a gritarse los defectos. La 65 edición ya es la de la covid-19, porque el asunto no fue una anécdota. Las películas que se recuerden irán precedidas de la aseveración «año de la pandemia». Para alguna quizá su mayor gloria. La de título inacabable -y en húngaro un galimatías- 'Preparativos para estar juntos un periodo de tiempo desconocido', Espiga de Oro entre otros premios, ha llegado a las salas comerciales, lo que ya es una hazaña en tiempos pandémicos para un relato complicado. Hungría considera que es digna del Óscar.
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Desde marzo de 2020, las salas de cine lo han tenido especialmente difícil, por no decir que han visto el precipicio y algunas han rodado hasta el fondo. Los datos sostienen que perdieron dos tercios de los clientes. Solo los héroes, más amantes que negociantes, mantuvieron abiertas las puertas. Cuando llegó la relajación esta no trajo la normalidad, ni la nueva ni la vieja. La pandemia nos encerró y las plataformas digitales distrajeron y distraen con una oferta inabarcable. No es lo mismo, dice el cinéfilo, al que la oscuridad sin distracciones sumerge en la gran pantalla con placer inigualable. La fuerza de esa imagen envolvente y compartida con desconocidos resulta difícil de superar. La confrontación de los cines y las plataformas de Internet recuerda a la sostenida con la televisión. Y aquí están los dos, centrados en otros problemas porque nadie engulló a nadie. Cohabitan por sus diferencias. Nuestro sillón favorito no es lo mismo que la vida de la calle. Los festivales nos vocean que existe una manera más vital de ver el espectáculo. Nos recuerdan que fuimos felices en esos lugares. Casi dos años después, Internet ha hecho hábito de un recurso con el que olvidarnos del aislamiento. Habrá desertores del cine fuera de casa, pero también amantes fieles.
Las películas que han tenido más espectadores durante la pandemia, que no las únicas en tenerlos, eran productos comerciales: puro y duro entretenimiento. Entretener es uno de los principios de este negocio. Los beneficios en taquilla mantienen los cines y los dan la posibilidad de programar trabajos dirigidos a otros gustos. La diversidad atrae espectadores.
La Seminci cubre una demanda de la ciudad que solo ella es capaz de satisfacer a través de una oferta singular presentada de una manera concreta: en sala. No compite con las plataformas. Los festivales que han programado filmes de productoras 'on-line' que, al fin y a la postre, los realizan directores y actores que se mueven en los dos campos porque, simplemente, es su trabajo, lo hacen en las tradicionales pantallas donde los solemnizan y dan empaque. Mejoran. Por eso nos gusta la pantalla panorámica.
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Los filmes rodados en 2020 vienen marcados por las dificultades que debieron sortear hasta llegar a término. Confinados, luego limitados y, finalmente, atemorizados, producir y rodar era un acto de fe, amor y voluntad. Fe en lo que se hacía, voluntad y amor ciego a un oficio. Numerosos proyectos murieron por inanición. Los que se salvaron podemos pensar que, por una u otra razón, eran los mejores o para la taquilla o para el espectador exigente. En el segundo apartado pondremos a los seguidores de la Semana Internacional de Cine de Valladolid con la esperanza de que la 66 edición tenga un alto nivel como producto de una selección exigente, pues cada euro era un riesgo en tiempos inciertos.
A la espera del inicio del certamen, se indaga en busca de lo que más interesa al gusto personal. Los directores, actores, guionistas tiran de sus seguidores. Otro camino para desentrañar la madeja lleva a Internet. Numerosas películas han pasado por festivales extranjeros de prestigio y es posible encontrar opiniones más o menos interesantes, lo que ayuda a tantear el terreno, con el peligro de que no se coincida con lo que se lee, lo que no se sabrá sino se ve la cinta. Este es un festival de prestigio, del que se espera trabajos de calidad, novedosos, diferentes. De autor, se autocalifica el festival con reduccionismo. Conocer lo que opinan otros rebaja la emoción, elimina la sorpresa. Y, como las catas a ciegas de las que solo sabemos el tema, los festivales deben sorprender. En contradicción con lo dicho, he caído en la tentación y reconozco que he buscado información de películas que apuntan alto.
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Aniversario y memoria son asuntos de certamen. Así se indaga y repone 'La Naranja Mecánica' por sus 50 años. Stanley Kubrick, como todo genio, nunca desaparecerá, ni lo hará el mundo ficticio indeseable cargado de violencia tan premiado como maldecido de esta obra a la que otras posteriores, carne de olvido, superan en retorcida malignidad.
Calienta el ambiente personalizar la competición por la Espiga de Oro entre Guédiguian y Paul Schrader. Nombres de prestigio, integrantes de la familia Seminci por los premios, homenajes y aplausos que les ha tributado. El francés deja su confortable Marsella y a los actores fetiche para ir a Mali y el guionista de 'Taxi Driver', Schrader presenta un thriller. Pero tenemos también al magnífico Asghar Farhadi, el de la siempre recordada 'Nader y Simín una Separación'. Irán vuelve una y otra vez, y una y otra vez nos perturba. En la 66 edición hay un consagrado y tres debutantes de este país que han pasado con dignidad por otros certámenes. No olvidemos la francesa 'El acontecimiento', que trae bajo el brazo el León de Oro veneciano.
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El clásico Tiempo de Historia, reconvertido en historias de nuestro tiempo al cambiar las trascendentes mayúsculas de los grandes sucesos por las minúsculas de los individuos. Añádase el resto de la programación donde indagar. Hay para todos.
Mirada superficial y subjetiva a una amplia propuesta con la que la Seminci nos salva de ahogarnos en la monotonía de las cuatro paredes de casa, sumergidos por esta pandemia que da señales de irse, aunque no conviene bajar la mascarilla pues es traicionera, a la que combaten vacunas y la vuelta a la feliz y saludable costumbre social de ir al cine.
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