Presentación de «Rifkin´s Festival», la película de Woody Allen rodada en San Sebastián, en el Festival de Cine. Ander Gillenea/AFP

Rifkin's Seminci

«En este comienzo de la Seminci no deja de asaltarme la idea de qué habría hecho el gran Woody con nuestra ciudad, en la que la lluvia que tanto le gusta escasea y el hotel Olid no es el María Cristina. Y la Seminci…»

Jorge Praga

Valladolid

Domingo, 25 de octubre 2020, 14:22

Woody Allen escogió como escenario a San Sebastián para su última película, 'Rifkin's Festival', y metió a los protagonistas en su certamen de cine. Productores, directores, críticos, gente de paso que se entretiene por la ciudad y da pie al director de fotografía, el ... veterano Vittorio Storaro, a dejar imágenes que mezclan belleza y postal, descubrimiento y cliché. En cualquier caso, imágenes que valen más que cien campañas turísticas del Gobierno Vasco, como ya se demostró en Barcelona o en Oviedo, otras ciudades afortunadas con la lotería de Allen. En este comienzo de la Seminci no deja de asaltarme la idea de qué habría hecho el gran Woody con nuestra ciudad, en la que la lluvia que tanto le gusta escasea y el hotel Olid no es el María Cristina. Y la Seminci… «Los festivales de cine ya no son lo que eran», declara su protagonista nada más empezar la proyección, mientras la cámara sigue a una mujer muy escotada y generosa en curvas que oye complacida la propuesta para que interprete a Hannah Arendt. Pero no es en esa capa superficial de paisaje turístico y festivalero donde la película edifica su interés, sino en algo mucho más profundo que está en el corazón de las proyecciones del festival, y en todo el universo cinematográfico.

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Mort Rifkin, un escritor asediado por preguntas y angustias que a todos los mortales competen, cuenta a su psicoanalista cómo combatió sus zozobras en el festival: en momentos de tensión o desconcierto la memoria cinéfila le suministró imágenes que envolvían el eco de sus angustias. Un tratamiento con fragmentos de narraciones, a la manera de la vieja catarsis de los griegos, o tal vez como el brazo amoroso sobre el hombro de los infelices que lanzaba el ángel de Wim Wenders. Si la muerte nos acosa, recordemos el duelo de ajedrez con ella en 'El séptimo sello', y démosle una vuelta con el verbo incontenible de Christoph Waltz. O si se extinguieron los días juveniles de noviazgos desgraciados, vayamos a pasear en bicicleta por 'Jules et Jim'. Medicinas para el espíritu que esta semana volveremos a tomar en grandes dosis, sin que sepamos de su alcance. ¿Y su significado? Gran pregunta, que deja mudo al psicoanalista de Rifkin.

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