Regresa Wang Bing a la sección de Tiempo de Historia con la segunda y tercera parte de 'Youth', esa trilogía cinematográfica extensa que se ha cosido a la vida de sus protagonistas durante varios años y que retrata, con el botón de muestra de unos ... cuantos jóvenes trabajadores chinos, las condiciones de vida en un gran complejo de talleres textiles aglutinados en la región nororiental de Zhili, cerca de Pekín.
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'Hard Times' Wang Bing. 223'. Francia / Luxemburgo / Países Bajos. Teatro Zorrilla. Martes, 22, a las 11:00 h.
Si ya hace un año tuvimos oportunidad de conocer, con la primera parte de su trilogía (Spring), las condiciones extremadamente precarias del trabajo desempeñado por esta generación, que cabalga entre la alta tecnología del siglo XXI y la explotación decimonónica, Wang Bing profundiza aún más en los problemas diarios que brotan como consecuencia de un sistema de producción especialmente taimado en la segunda parte, 'Hard Times', que abrió ayer por la tarde el melón de la 69ª edición de la Seminci.
Miles de trabajadores llegados de todos los rincones de China responden cada temporada a una oferta envenenada para trabajar en los talleres textiles agrupados. Entre sus paredes enmohecidas por la humedad permanente, sus suelos cubiertos de basura y el desagradable y endémico desorden de cada habitación, todos ellos estarán dispuestos a dejarse la salud de sus ojos, sus manos y su espalda sentados en bancos de madera con apenas diez centímetros de asiento, ante máquinas industriales de coser y remallar que disparan sus puntadas entre un constante vocerío y el volumen ensordecedor de la música que sale de alguna radio o de algún móvil.
Una hora tras otra, un día tras otro durante la temporada de producción, sus manos se retuercen y forcejean con las telas, los forros y los rellenos ya cortados y dispuestos en lotes de producción que han de determinar su pericia y el beneficio final de cada jornada para confeccionar abrigos, chaquetas y pantalones llenos de pliegues, logos, etiquetas, refuerzos, cremalleras, cintas, empuñaduras y remaches. Además de la integridad física de sus manos, están dispuestos a sacrificar también su intimidad y su energía emocional recluidos en habitaciones compartidas sobre los talleres, tan lúgubres y sucias como el exterior que contemplan de cielo eternamente gris y suelo eternamente húmedo desde las galerías corridas de cemento y repletas de basura que alberga el entorno de trabajo y descanso. Una especie de condena voluntaria que aceptan proyectando su esperanza hacia el futuro.
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Wang Bing consigue que la observación paciente y meticulosa de su cámara registre las sombras de un sistema que ha logrado extender la trampa del culto al destajo para aprovechar la debilidad de unos trabajadores obligados a hacer mil cálculos para negociar las tarifas de cada prenda elaborada y evitar que unos decimales provoquen una pérdida catastrófica en el monto final de su recompensa.
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