El principio esperanza
Caro Diario ·
En estos días de Seminci he percibido un esfuerzo suplementario en las personas que nos abren cada proyección, en las azafatas que nos sonríen con los ojos, en quienes nos acompañan en cada sesión al asientoCaro Diario ·
En estos días de Seminci he percibido un esfuerzo suplementario en las personas que nos abren cada proyección, en las azafatas que nos sonríen con los ojos, en quienes nos acompañan en cada sesión al asientoTodas las mañanas, con las primeras luces del día, oigo el mismo ajetreo procedente de la calle: el dueño del bar de enfrente está montando la terraza sobre la acera. Una mesa, cuatro sillas, una mesa, cuatro sillas… Hace fresco, casi frío, pero él está ... en mangas de camisa, tal vez para demostrar a los que pasan que se pueden tomar sin problemas su primer café al aire libre. Libre de aerolitos y de gotículas, cuántas cosas conviene saber hoy para tomarse un simple café. A veces, cuando el cielo se pone en contra, no llega un primer cliente hasta una o dos horas después, pero eso no hace mella en su rutina laboral, que acabará «poco antes de las diez», como en aquella canción de Joan Manuel Serrat dedicada a otros horarios, a los amorosos. El quiosquero me acompaña en la observación atenta del bar. Él lleva más tiempo despierto. Poco después de las siete ya ha colocado con cuidado, con mimo, los periódicos del día en pilas que se apoyan unas en otras.
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De estos pequeños alientos se nutre el empuje colectivo que en estos días es imprescindible mantener. Con el coraje necesario. En una entrevista por televisión al Cholo Simeone, entre frases rutinarias de partido importante y no hay enemigo pequeño, se coló una perla a la que el entrenador supo darle todo el énfasis de su dicción argentina: «Estamos en esto para que el mundo no se pare». Para que el mundo no se pare.
En estos días de Seminci he percibido un esfuerzo suplementario en las personas que nos abren cada proyección, en las azafatas que nos sonríen con los ojos, en quienes nos acompañan en cada sesión al asiento y nos repiten sin cansancio por dónde debemos abandonar la sala. Tras su cuidado viene el premio añadido de renovar el sentido último y profundo de cada proyección, que no es otro que el de avivar la esperanza. ¿Para qué si no se hace el arte? Cuántas veces se ha repetido que los estados de insatisfacción del ser humano han generado los mejores resultados artísticos. El cineasta transforma sus preguntas y su inquietud en unos nuevos escenarios de otra realidad. Allí nos guarecemos, reímos, sufrimos, buscando la renovación de la fuerza que nos permita volver a la seca realidad. Siempre la esperanza.
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