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Una fábula sobre los orígenes del cine, un western alegórico y un largo diálogo sobre la sexualidad masculina se sucedieron en la Sección Oficial. 'En ... la alcoba del sultán', 'Harvest' y 'Sex' tienen en común un pase de página, retratan un cambio cualitativo en los temas que tratan, un paso adelante que no forzosamente en a mejor.
'En la alcoba del sultán' es un homenaje a lo albores del cine. El cuarto largometraje de Javier Rebollo bebe de la biografía de Gabriel Veyre, operador de los hermanos Lumiere, aventurero que llevó el cinematógrafo a varios países de América y de Asia, aunque desde los créditos aclara advierten de que se trata de una libre recreación. Según esta, Veyre recibe la invitación del sultán del País de Nour para que le muestre los secretos del nuevo entretenimiento. Allí acude, al palacio en ese escenario tunecino que es una localización recurrente en producciones internacionales, las viviendas trogloditas.
Rebollo parte de un archivo fotográfico y a partir de ellas compone el guion al ritmo de un cuento oriental y con olor de gabinete de curiosidades. Pilar López de Ayala es Jeanne, la novia de Veyre encarnado por Feliz Moati. Rebollo no convoca esta vez a su actriz fetiche, Lola Dueñas.
Rodada en francés, la fábula se detiene en el asombro inicial por las cámaras, en el aprendizaje de los rudimentos ópticos, en la reflexión en torno a la luz. Luego va sumando harén y personal de palacio a la aventura colectiva de rodar. Rebollo se demora en los juegos de posados y acción, en los paralelismos de la fotografía fija y la recreación en la película.
El cine es artificio mecánico y magia llegando incluso a convocar a los muertos, a hacerles volver a la vida, nos cuenta. Es una ilusión que atrapa a sus ojos, por eso les encanta Chaplin, Keaton o Mélies. Veyre y Abraham, el traductor, consideran que es momento de monetizar esa ilusión, ganar dinero con sus proyecciones. La taquilla se reparte teniendo en cuenta la propiedad de los 'medios de producción'. Rebollo ironiza sobre el negocio del cine, convertido ahora en industria, y remata su sainete con humorísticos destinos para sus protagonistas.
La cosecha
Fin de un mundo y comienzo de otro, en el cine y en el campo, como narra 'Harvest', de la directora griega Athina Rachel Tsangari. En un paisaje agreste vive la comunidad que trabaja las tierras de Charles Kent, un terrateniente superado por la melancolía que cuenta con su amigo Walter Thirsk. Ninguno de ellos es oriundo de allí, el primero se hace cargo de la hacienda de su mujer muerta y el segundo muestra una íntima conexión con esa naturaleza por encima de la propiedad. El incendio de un granero provoca la respuesta colectiva y el castigo de tres sospechosos, cuyo único delito es ser forasteros.
Los instintos de identidad y defensa son el amalgama del pueblo. Allí llega un cartógrafo contratado para pintar un mapa de las tierras. Walter le ayuda con los materiales, pero el resto le considera un intruso peligroso. Ya estuvo en otro pueblo que terminó arrasado, por eso sus dibujos parecen cosa de brujería. Nombrar es el primer paso para reafirmar la posesión y para destruir viene a decir Tsangari.
La siega, la trilla, la apicultura, la trenza de mimbre, se van sucediendo en un testamento etnográfico que se intercala entre los acontecimientos. La llegada de un familiar que reclama la propiedad está condimentada con algunos momentos de sádica violencia que lleva a la disgregación de la comunidad. Quienes nada tienen confían en salvar la vida, quienes podían alzar la voz, no lo hicieron, quienes poseen la tierra deciden otro futuro. Nada de lo construido sirve para el objetivo del nuevo dueño: una productiva explotación ganadera para lo que hay que desahuciar a esas gentes. 'Harvest' habla del campo aunque también es alegoría económica.
Masculinidad fluida
De la masculinidad en tiempos de géneros fluidos trata 'Sex', la película de Dag Johan Haugerud que se estrena mañana en las salas comerciales. El también escritor noruego inició con esta cinta una trilogía de la rodó la segunda entrega, 'Love', y ha competido en la última Berlinale. Le seguirá 'Dreams'.
Un amigo le confía a otro en una comida un perturbador sueño en el David Bowie le mira y le trata como si fuera una mujer, le hace sentir distinto. Ambos son padres de familia y el otro le cuenta que el día anterior se acostó con un hombre por la misma razón, le miró de una manera nueva. También lo sabe su mujer.
Lo que pretendía ser «nada más que sexo» se va convirtiendo en un muro entre la pareja a la vez que alimentando las dudas del amigo. El director se recrea en las imágenes de los edificios de la ciudad, al ritmo de una música omnisciente, llenando los vacíos de las reflexiones de los protagonistas.
Con un esquemático guion, los diálogos sobre la libertad en la pareja y la suspicacia por tratarse de una relación homosexual centran la acción, escasa para las dos horas de metraje. El momento cómico que desengrasa tanta verborrea circular es el del hijo del soñador en la consulta con la complicidad de la doctora. La escena coreográfica final, en consonancia con la querencia danzarina de esta edición.
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