Fotograma de la película 'A Brixton tale'. EL NORTE

Poco cuento, mucho cuento: historias llegadas desde Argentina y Londres

La desolación de la Patagonia paraliza las vidas de 'Zahorí', mientras las calles de Brixton llenan de imágenes la crónica del barrio

Jorge Praga

Valladolid

Miércoles, 27 de octubre 2021, 22:13

El cine argentino, representado por un ciclo específico, alcanza en esta 66 Seminci una altura considerable. Lástima que la película con la que debuta Marí Alessandrini, 'Zahorí', lastrada por su lentitud expositiva, quede bastante distante de la riqueza que puebla las obras de sus compatriotas.

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La película se desarrolla en un lugar de la Patagonia argentina cercano a la frontera con Chile, ligado a los paisajes que la directora visitó en la infancia desde su residencia de Bariloche. Su formación cinematográfica la llevó a Ginebra, pero en su debut en el largometraje vuelve a esos paisajes, también a las pequeñas comunidades extranjeras que tuvo cerca.

La niña casi adolescente que la protagoniza estudia en una escuela a la que acude andando con su hermana por una estepa desierta, en la que también se mueven dos mormones en busca de adeptos y un campesino solitario al que se le ha escapado una yegua. El dibujo de estos seres va poco más allá de la etiqueta que los nombra. Lo que pesa es la naturaleza en la que se desenvuelven, una Patagonia desolada, árida, recorrida por un viento inclemente que borra el silencio y dificulta los rastros de vida humana.

La película se detiene con largueza en cualquier plano, en una espera cuyas intenciones son difíciles de captar. Tampoco la rigidez de los intérpretes permite profundizar en sus inquietudes, en sus penas o esperanzas. La niña quiere huir sin destino claro, el campesino añora a su mujer, los padres de la niña siembran en un suelo pedregoso, y parece que nadie puede con un desierto tan áspero y enorme. Ni siquiera la propia película.

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'A Brixton Tale' también se nombra y desarrolla sobre un paisaje, en este caso urbano: las barriadas multiétnicas de Brixton, un suburbio londinense. Ahí no faltan tipos, ni historias que los enreden. Los directores Darragh Carey y Bertrand Desrochers ponen su mirada sobre una pareja que se forma en el azar callejero. Leah, una joven pelirroja que va con su cámara a todos los sitios. Benji, un negro guapo metido en las disputas de las bandas que quieren controlar las aceras. Las imágenes de sus vidas agitadas se mezclan con las que la cámara de la joven capta y monta sin cesar, lo que abre el peligro de la hipertrofia visual. Una imagen que en cierta manera sustituye a la vida: filmar todo lo que pasa, seguir rodando mientras se consumen drogas, o se folla, o se golpea a un listillo que se pasó difundiendo intimidades por la Red.

La rapidez de los días y la inconsciencia de la pareja abre grietas en las risas enamoradas del comienzo: una investigación policial por la paliza que han propinado, y grabado, a un colega; o el internamiento en un psiquiátrico de su amigo más cercano. Solo quedan las imágenes que recuerdan con terquedad la ilusión del comienzo, y que enmarcan este buena y sucinta crónica de la juventud de Brixton. Una juventud alocada, agresiva, fiestera, que aprende a vivir a base de golpes.

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