La película 'Seis días corrientes', de Neus Ballús, marcha con paso firme su recorrido por los festivales de cine más importantes del mundo. Tras el de Locarno, el de Toronto (TIFF) y el de Londres, esta singular comedia recala en Valladolid, en la Sección Oficial de Seminci.
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A la rueda de prensa celebrada en el Salón de los Espejos llegó la directora Neus Ballús escoltada por su productora ejecutiva, Miriam Porté y su elenco de actores, Mohamed Mellali, Pep Sarrà y Valero Escolar, que dan vida a un trío de fontaneros que deben atender a sus excéntricos clientes solucionando sus averías. El día a día de este oficio da lugar a situaciones cómicas y surrealistas. Lo curioso del caso es que para sus protagonistas no ha supuesto ningún problema cambiar un latiguillo o manejar una llave de grifa, puesto que Moha, Pep y Valero son en realidad tres profesionales del gremio con gran experiencia a sus espaldas.
Este híbrido entre documental y ficción y entre comedia y drama ha supuesto todo un reto para la directora catalana, que se encontró con la necesidad de contar esta historia y de explorar este oficio. «La pareja de mi madre es fontanero. Cada día en la sobremesa me contaba las mil historias que le sucedían cuando entraba en las casas de la gente. Me di cuenta que tenía acceso privilegiado a conocer cómo vivimos y a la gran diversidad de familias que hay en nuestro país. Ese me parecía un punto de partida interesante para plantear esta película que tiene mucho de surrealista, de drama y mucho humor cotidiano», explicó Ballús.
Con la idea en su cabeza y antes de escribir el guion, esta realizadora catalana se dispuso a encontrar a sus tres protagonistas. No fue fácil. Quería que fueran reales. Tras varios meses de entrevistas con más de 1.000 profesionales del gremio, encontró los perfiles que tanto buscaba en la escuela de instaladores de Barcelona. «Durante dos años estuvimos haciendo encuentros para prepararles para estar delante de cámara. Mientras tanto, íbamos escribiendo el guion siempre adaptado a sus capacidades de interpretación, a sus conflictos reales y a sus personalidades reales», señaló.
Los tres fontaneros reconvertidos en actores reconocieron durante la rueda de prensa que «al principio no se lo creían mucho». Valero fue el primero en relatar su historia. «Cuando conocí a Neus pensé que era una estudiante que hacía su trabajo de final de carrera y quise echarla una mano. A los tres meses o cuatro de estar trabajando con ella, como soy tan despistado, le pregunté su nombre, busqué en internet y vi que era directora de cine. No me lo creía. A partir de ahí, me fui metiendo cada vez más en el proyecto. Ha sido complicado porque no somos actores, pero teníamos mucha ilusión. Es una película de gente de la calle, para gente de la calle, que demuestra cómo somos y que cada uno tenemos una historia que contar», señaló este fontanero y actor catalán.
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La experiencia de Mohamed no fue muy distinta. «Neus me pidió el teléfono para hacer un videocasting y pensé que no iba a ser algo serio. Me lo tomé en broma y con el recelo de ver si se hacía realidad», confesó. Por su parte, Pep, que es el más veterano y ya está jubilado. «Yo lo primero que le dije a Neus es que no me diera textos, porque la vamos a liar. Me dejó hacer lo que a mi me salía, y si la película ha salido bien, ha sido gracias a ella», alabó.
Durante los dos años de trabajo previo, Ballús se preocupó de forma muy especial en crear una relación de confianza entre los actores y el equipo de dirección, para hacer una película a su medida. «Era básico establecer un terreno seguro en el que ellos pudieran volcarse como actores y expresarse. Todos tenemos el potencial de aparecer en una película y ser buenos intérpretes, pero hay que escribir un guión para cada uno de nosotros. Sólo conociéndonos en profundidad podría crear algo adecuado para ellos», subrayó. A la hora de interpretar, la realizadora trató de llevar a sus actores al límite. «Tenía que probar con ellos sus emociones, sus reacciones, y saber que podían enfadarse y para ello trabajamos con un coach. Paralelamente y con la misma metodología, preparamos a los actores secundarios, que hacen de clientes y que tampoco son profesionales. Incluso les pusimos averías reales que ellos tenían que reparar. Creamos todo un entorno de ficción para que ellos pudieran ser lo más reales posibles. «Lo que se rueda es pura magia. Porque lo que ocurre es inesperado, fresco y natural y eso se percibe», añadió.
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Seis días corrientes ha participado en numerosos festivales internacionales. En todos con gran éxito, algo que Ballús achaca precisamente a ese realismo e improvisación, a la incertidumbre de ir a rodar cada día sin saber lo que se espera, a la falta de diálogos y a un plan de rodaje no estandarizado. Elementos, todos ellos, que a la vez derivaron en un proceso de producción complicado. Así lo explicó Miriam Porté, la productora ejecutiva. «Nos pareció un proyecto muy bonito e interesante. Al ser un híbrido entre documental y ficción, ha sido un proceso diferente al que estamos acostumbrados a la hora de producir ficción. Me costó interiorizar la naturaleza del proyecto, porque implica un riesgo muy elevado ya que se trabaja con material sensible e impredecible. Los tres protagonistas se han entregado a la película, pero no son actores. Por eso, todo era mucho más frágil desde la perspectiva de la seguridad que necesita una producción. Además, la metodología hizo que el proceso fuera más dilatado en el tiempo. Los interrogantes han sido mucho mayores que en una ficción clásica. Ha sido un proceso interesante e inquietante, que ha dado como resultado una película muy especial».
Ballús deseaba que todos los elementos de su película fueran «material vivo». Quería trabajar con gente real, que habla de sí misma y a partir de sí misma, con situaciones que suceden de forma cronológica y toman una dinámica que es orgánica y en cierto modo imprevisible. «Cuando usas la ficción en beneficio del relato, al final se mata la autenticidad y el gran rango emocional que pueden mostrar los personajes. He dirigido desde el imprevisto, sin saber qué es lo que va a ocurrir y confiando en que el proceso va a llevar buenas sorpresas. Los cineastas, somos obsesivos del control y hacer este ejercicio ha sido de lo más interesante», apuntó y destacó también el «enorme» esfuerzo de montaje, que ha requerido más de 9 meses para procesar las más de 70 horas de filmación en tomas de más de 15 minutos y todas diferentes.
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En la rueda de prensa hubo tiempo también para las anécdotas. Valero reconoció que en ocasiones «llegaba a casa cabreado». «No soy actor y pensaba que tenía que dar a la directora lo que ella quería. Me iba con la sensación de no haberlo hecho bien, porque tenía miedo a fallar. El primer día de rodaje fue muy duro y pensé que lo había hecho fatal. Improvisar delante de la cámara y que saliera real, fue muy difícil. Actué como lo haría un Valero exagerado en la vida real». Para Mohamed el momento más difícil fue tenerse que enfrentar en una escena a su compañero de profesión. «Me llevaron por encima de mi límite y llegué a pensar en marcharme. Confié en que todo acabaría bien, como así ha sido», confesó. Para Pep ir a rodar era «como ir a trabajar con cámaras delante». «Hemos estado muy cómodos. No nos conocíamos de nada, pero enseguida tuvimos la sensación de conocernos de siempre. Hemos formado una familia», concluyó.
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