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Dos documentales para recordar los 50 años de Mayo del 68. Demasiado poco para iluminar un mito tan poco conocido en realidad. El más moderno de ellos, 'Viaje por Francia' (La Traversée), de Romain Goupil, se justifica por su oportunidad. Ha sido estrenado este ... año, con motivo de la efeméride, y cuenta con la colaboración estelar de Dany Cohn-Bendit, uno de los grandes protagonistas de las protestas de París, haciendo la función de agudo entrevistador de una treintena larga de personajes, que conforman el peculiar recorrido por la Francia del presente que los cineastas intentan radiografiar.
Goupil –que fue auxiliar de dirección de Chantal Akerman, Jean Luc Godard y Roman Polanski– asistió el sábado a la proyección de 'La Traversée' en el festival y conversó con el público sobre su película, una obra peculiar, en la que caben tanto cooperativas de helados, como estudiantes musulmanas, trabajadores de un centro de acogida de inmigrantes, un café informal con el presidente Macron o una tensa cena con simpatizantes del Frente Nacional. «Sólo ponéis ejemplos negativos», les reprocha Cohn-Bendit. «Por ese camino os saldrá úlcera». Ellos le invitan a visitar alguno de los barrios con mayoría musulmana en los que ni siquiera la policía se atreve a entrar. Tampoco la cámara de Goupil penetrará en esa realidad, que sólo estará presente por alusiones en su cinematográfico caleidoscopio de miradas.
Mayo del 68 es apenas una evocación, un recuerdo en la distancia, si bien la idea subyacente es que lo mejor de aquellas protestas, la demanda de un mundo abierto y cosmopolita, se ha convertido en realidad mediante las fronteras permeables de la Unión Europea y la evolución social. Con todo, no falta una visión crítica sobre el presente inmediato, resumida en esta reflexión del que fuera conocido como Danny el Rojo; «Este país está muy angustiado. La mitad de la gente quizás prefiere un mundo en el que el Estado decida. No es 'ante la duda, la libertad', como proclamábamos, sino 'ante la duda, el Estado», se lamenta el veterano activista. Como contrapunto, en otro momento explica que un innovador proyecto de escuela que visita es un efecto concreto del lema 'seamos realistas, pidamos lo imposible'.
A la otra pata del miniciclo, el documental 'Mayo del 68, la hermosa obra', le correspondía la misión de hablar sobre lo que ocurrió en aquel mayo francés, sobre los sucesos concretos que conmovieron al mundo. Pero la película de Jean-Luc Magneron no resulta una buena elección. Estrenada en Cannes en 1969, un año después de los hechos, más que intentar desentrañar lo ocurrido, pretendía denunciar la violencia policial ejercida contra los manifestantes. Y desmentir al presidente De Gaulle, que comparece al inicio del documental, con su imagen distorsionada, explicando que la represión fue proporcional.
Más allá de su posible utilidad en la época como contrapunto de la propaganda oficial, el documental de Magneron tiene el grave problema, visto desde nuestro presente, de resultar muy parcial y, sobre todo, muy tedioso. Organizado a partir de unas pocas imágenes de los sucesos de París y una docena de testimonios de participantes o testigos, 'Mayo del 68, la hermosa obra' no parece la mejor elección para ilustrar un acontecimiento del que hay más referencias indirectas que verdadero conocimiento. Quizás 'Grandes noches y mañanas difíciles', de William Klein, montado diez años después, con imágenes originales de las manifestaciones, hubiera sido una mejor opción para ofrecer una visión más comprensiva. Y como referencia cinéfila, sin duda hubiera sido todo un acierto programar la película emblema del movimiento 'Lejos de Vietnam' (Loin du Vietnam), una obra colectiva en la que colaboraron Godard, Joris Ivens, William Klein, Claude Lelouch, Chris Marker, Alain Resnais, o Agnes Varda. O sea, buena parte del mejor cine francés del momento.
Aún así, la película de Magneron documenta, además del caos y los indudables excesos policiales, las propias contradicciones de los protagonistas de Mayo en torno a su uso de la violencia, que a veces se reconoce y otras se atribuye a infiltrados o a agentes externos al mundo estudiantil, pese a que las pocas imágenes de los hechos que el propio documental recoge reflejan, en cambio, una auténtica batalla campal en las calles de París.
Dos ejemplos de muestra. Uno de los estudiantes se queja, incluso sorprendido, de que se habían limitado a levantar con piquetas los adoquines de la calle para hacer barricadas, como si fuera algo de lo más normal, cuando la Policía intervino para reprimirlos. Pero quizás el diálogo más expresivo es aquel que mantiene el documentalista con otro participante en las protestas. Le pregunta por qué decidieron usar un arma tan «blanda e inofensiva» como los cócteles molotov. «Usamos esa porque no teníamos otra», le responde el estudiante, para inmediatamente precisar a su interlocutor que los cócteles molotov no son un arma inocente, sino que pueden resultar muy destructivos. Fogonazos de verdad en medio del tedio.
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