En los años noventa se hizo tristemente famosa Ciudad Juárez, en el norte de México. Mujeres que vivían en esa ciudad y que desaparecían para siempre, o cuyos cuerpos se hallaban después sin que se lograra encontrar en la gran mayoría de los casos, miles ... de casos, a los culpables. Otras ciudades han heredado después esa terrible lacra feminicida, en México y también en otros países, sin que se haya avanzado demasiado en la protección o en la localización de los asesinos. Tan espantosa cadena de crímenes encontró la réplica artística en la novela póstuma de Roberto Bolaño, «2666», en la que la sucesión de muertes ocupa su largo capítulo «La parte de los crímenes».
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Tras la pista de esas desgracias está «El grosor del polvo», debut en el largometraje de Jonathan Hernández. La dedicatoria de la película a una muchacha desaparecida nos anticipa el conocimiento, y el sufrimiento, de este tipo de hechos. Pero ahora se trata de encontrar el vehículo artístico, de edificar un guion y decidir una estrategia de puesta en escena. El guion arranca varios años después de que una chica joven desapareciera sin dejar rastro en México D.F.
Su madre se encuentra con la investigación judicial paralizada, y sin ninguna noticia ni rastro. No hay apenas en la película una vía informativa que presente lo sucedido. Más bien los hechos se introducen por el efecto que producen en quien los sufre desde hace varios años, por el vacío y el silencio que acompañan la vida cotidiana de la madre sumida en la soledad. Poco a poco vamos haciéndonos una idea por su apartamento con una habitación clausurada, por su trabajo de patrona en una casa de comidas que no llena la ausencia de la hija. Un tiempo sin ánimo ni esperanza. Hasta que una confidencia de una funcionaria de Justicia la orienta hacia el posible culpable, un camino que tiene que recorrer a solas.
Para la puesta en escena Jonathan Hernández toma la arriesgada decisión de centrar la planificación en la madre, en un cuerpo y un rostro que tiene que ir construyendo y reflejando las sucesivas fases de la investigación: el desconcierto del principio, el dolor interno, el rayo de esperanza de la confidencia, el esfuerzo de cercar al culpable. Giovanna Zacarías es una notable y experimentada actriz que cumple con el desafío, pero a la que tal vez le falte algún recurso expresivo supletorio para nutrir a su personaje. O tal vez la encomienda fuese excesiva. En cualquier caso resulta una obra contenida y firme, con el acierto final de no cerrar con ningún resultado la búsqueda, que queda suspendida en el mismo aire de tantas otras desapariciones sin resolver.
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Es injusto muchas veces no ocuparse del cortometraje que abrió la sesión. Quede constancia de la elegancia y finura del viaje trasatlántico que nos propone Tom CJ Brown en «Christopher at Sea», de sus dibujos sobre el tiempo abierto de la navegación con su mar de deseos.
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