De la muerte al deseo de la luz
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La extinción del individuo en el debut de Miguel Molina frente a una implacable crítica social y religiosa de EslovaquiaUn vistazo a las últimas ediciones de Punto de Encuentro deja un saldo bastante decepcionante en lo que toca a la participación española. Películas olvidables, docudramas sin vuelo como representación de una cinematografía en la que sin embargo abundan los talentos nuevos.
Miguel Molina debuta ... en la dirección con 'Un tiempo precioso', tras una carrera artística en la que había hecho de todo menos eso, dirigir. Un familiar con Alzheimer que un día le preguntó, delante de la puerta de su casa, si él vivía ahí, le dio la inspiración, aunque su protagonista parece sufrir más bien una demencia senil, un delirio amical y hasta gozoso. La angustia de la desmemoria y el desasosiego que produce el Alzheimer en el entorno del enfermo apenas si se muestra. Los esfuerzos artísticos van más bien encaminados hacia la dulzura de los sentimientos. «La película está hecha desde el corazón», insistió una y otra vez el equipo de producción desde el escenario del Zorrilla. El pálpito de despedida en el protagonista, el dolor en el hijo y en la familia ante la pérdida inminente ¿cómo mostrarlo? Con lágrimas y risas continuas, con abrazos y besos, con una interpretación enfática que no deja vuelo a la vivencia interior. Y para reforzar el envoltorio, con una música continua e implacable de piano claydermaniano. Pasan pocas cosas en la película salvo la importante, el suave camino hacia la muerte, recorrido en la isla de Ibiza que en las imágenes aparece transfigurada en una belleza de acantilados y casas blancas. El esfuerzo de producción es innegable, desde el cuidado de la fotografía a la puesta en escena o los matices de la interpretación. El resultado…
De ese túnel final del individuo moribundo al discurso social y político de 'Que haya luz'. Su director Marko Skop propone una visión de una familia eslovaca en la que refleja muchos de los problemas que atraviesan su país. La estrecha situación económica lleva al padre a trabajar a Alemania, lo que le aleja durante bastante tiempo de la crianza de sus hijos. Cuando vuelve por Navidad, contento con su dinero bien ganado, se va encontrando con pequeños disgustos que poco a poco congelan su sonrisa burlona. Su hijo mayor, en la edad insegura e influenciable de la adolescencia, milita en una formación paramilitar que se prepara para «defender a la patria», y que castiga al homosexual sodomizándole, castigo que se aplica también a quienes sientan horror o piedad. La iglesia, centro de poder en el pueblo, arropa y encubre esas milicias, y el poder mira para otro lado. Una situación que nos hace pensar inmediatamente en países cercanos a Eslovaquia que alimentan sin cesar el odio al diferente. Y en episodios de homofobia protagonizados por la extrema derecha, tan obsesionada culposamente con la homosexualidad (Haider en Austria, las SA en el nazismo…) como la iglesia católica con el sexo. La película es implacable en el crecimiento de su denuncia, y en el clima gélido que la envuelve. Hay nieve en todas las escenas, las sonrisas se apagan, la razón está a punto de ser vencida, y la obra acaba sin cerrar un conflicto que desborda su anécdota narrativa. El soberbio plano final de las manos entrelazadas no ofrece más que afecto, amor filial, alianza de cercanos. Es curioso que esta película tan crítica sea la candidata al Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa. El país que representa tendrá que hacer el violento ejercicio de mirarse en un espejo nada amable.
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