El maestro y el discípulo

Ese armazón del guión de la película, la duda entre la fidelidad o la ruptura con el maestro, tiene curiosamente su reflejo en la propia génesis de la obra. Su director Jing Wang, debutante en el largometraje, ha estado durante unos cuantos años a la sombra de uno de los grandes autores del cine chino, Jia Zhang-ke, cuya obra 'Naturaleza muerta' le dio fama y premios en Europa en 2006. Luego siguieron cintas tan personales como 'Un toque de violencia' (2013), 'Más allá de las montañas' (2015) o 'La ceniza es el blanco más puro' (2018). En todas ellas figuró Jing Wang como ayudante de dirección. Y cuando este tomó las riendas de su propio proyecto, eligió al equipo técnico de su maestro Jia Zhang-ke: mismo director de fotografía, montador, músico, sonidista. Incluso puso al director al frente de la producción, y le dio un pequeño papel para que su bendición fuera más explícita.

Jing Wang es consecuente en sus decisiones artísticas con lo que narra en su película. Del maestro se aprende, pero en un momento dado tienes que tomar tu propio camino. Muy poco o nada hay en su obra de la óptica de Jia Zhang-ke. Si este observa China como una sociedad sometida a un cambio vertiginoso que desconcierta a sus habitantes y cambia la fisonomía de sus ciudades y hasta la geografía del país (la presa de las Tres Gargantas), su discípulo enhebra una mirada en la que las buenas intenciones acaban por lograr el éxito. La aspereza y desesperanza del maestro es sustituida por el premio individual que finalmente logra el protagonista de 'Lo mejor está por llegar'. En la estética también la ruptura es clara. Al montaje violento de Jia Zhang-ke que disuelve las individualidades en la tormenta social, a sus vuelos poéticos que rompen la linealidad de la historia, responde Jing Wang con una narración de aire clásico y psicologías definidas, endulzada por la cámara lenta, las relaciones sentimentales de pareja, y por una música que destierra sistemáticamente el silencio.

«Basada en una historia real», reza el consabido rótulo que busca la concordancia de la anécdota de ficción con hechos verdaderos. Es obligado entonces un epílogo fechado con los hitos reales de lo sucedido, culminado con la datación del triunfo del periodista en su defensa de los afectados por la hepatitis B. Para suerte de esta producción china la pandemia de la covid-19, que se desató después de terminada la película, da más realce a los hechos que trata, y a su tiempo narrativo, 2003, justo cuando China acababa de terminar con la gran amenaza anterior, la crisis del SARS. En esos años una parte de la población china era portadora del virus de la hepatitis B; aproximadamente un 10%, se oye en la película. En prevención de contagios, esos ciudadanos eran excluidos de las pruebas de selección de numerosos trabajos. Algunos de ellos falsificaron los análisis de sangre, y esa fue la trama que el periodista de la película podía poner al descubierto. Enfrente de ese fraude tenía la opinión de los médicos, que reducían la posibilidad de contagio al intercambio de sangre o a las relaciones sexuales. En ese dilema ético se desliza la película, aunque sin calar en demasiadas honduras. Y tal vez el futuro cercano que deje esta pesadilla de la covid nos lleve a filtros sociales y médicos como los que denuncia esta obra.