jorge praga
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La sociedad noruega es, tal vez, el ejemplo más conseguido de sociedad del bienestar, y la película 'Han' no lo desmiente en su epidermis: urbanismo relajado, casas confortables, subsidios, integración laboral de inmigrantes, escuelas impecables. Dinero público bien utilizado. Pero si penetramos ... en la propuesta de Guro Bruusgaard, directora y guionista, el bienestar destapa exactamente su contrario en cuanto acercamos la lupa a los protagonistas, tocados por un continuo resentimiento que perturba las relaciones sociales, laborales, y familiares. El bienestar se ha trastocado en malestar.
La película desarrolla con cuidada dramaturgia tres historias que apenas si se cruzan entre sí. Un director de cine que no encuentra ayudas para su proyecto; un parado al que no le conceden prórroga en el subsidio; un preadolescente que es corregido en un ejercicio por la maestra ante sus compañeros. Lo que podría ser el disgusto de un mal día para cada uno de ellos, se transforma en una fuente inagotable de mala leche que va extendiéndose hacia todo lo que les rodea. Son, cada uno en su estilo, tres pobres diablos, tres cabroncetes que parecen alimentarse de su propio fracaso para ir más y más allá en el rencor y en el daño. La incomodidad que van generando, tanto en el universo de la película como entre los espectadores, sobrepasa necesariamente su anécdota.
Otro horizonte más amplio y abstracto se va dibujando en el contraste entre esa sociedad que se dice confortable y el malestar que llevan dentro sus individuos, y que trae a la memoria el reciente estreno de Thomas Vinterberg, 'Otra ronda'. En el teatro Zorrilla estaba el actor Johannes Joner, excelente como todos en su labor. Señaló que era una obra de preguntas, no de respuestas; cada espectador debía buscar las suyas, como lo intentan hacer estas líneas.
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No solo en Oslo hay trifulcas. En el otro extremo del mundo, en una imprecisa localidad china, los conflictos son de otra clase: pequeñas mafias, sicarios que se enfrentan, amores disputados. Calles representativas de la sociedad china emergente, que su cine ha fijado bajo la dirección de maestros como Jia Zhangke, Bi Gan o Diao Yinan. En 'Streetwise' el debutante Na Jiazuo se instala en el universo de sus predecesores, en esos ríos poderosos, en las calles abigarradas, en los tipos inexpresivos y violentos en contraposición con la finura de las mujeres. En la fotografía de contrastes y la cámara libre. Pero eso es la carcasa, el molde que hay que llenar con una historia verosímil y verdadera. O dicho con términos técnicos, con un guion bien armado. Y ahí naufraga el proyecto de Na Jiazuo, que comienza la película por su final, y luego reconstruye el trayecto con una imprecisa cadena de 'flash-back' que acaban por alejar la atención.
No encajan tampoco las voces interiores que recuerdan aquellos monólogos poéticos de los primeros Godard o Truffaut. Ni la insistencia en la figura del padre del protagonista, tocado siempre con el pijama del hospital del que se ha escapado, como si fuera el Makoki del cómic y sus cables del electroshock del manicomio. Lástima.
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